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lunes, 30 de julio de 2012

Sueño olímpico frustrado


Las olimpiadas evocan en la mente de los ciudadanos a brillantes atletas que se cuelgan, ufanos, lustrosas medallas. O a otros competidores igual o puede que un poco menos excelentes que se sumen en un profundo dolor por no conseguir sus objetivos. Todo ello inmerso en un ambiente de dinamismo, festejos, turismo, publicidad, dinero…

Pocos piensan en los 70.000 voluntarios que participan, con toda su ilusión y filantropía, en los juegos de Londres. Lo hacen tras años de entrenamiento y con la esperanza de embriagarse de esta cita deportiva en primera persona. Lo conseguirán, sí, con humildad. Ejerciendo de acomodadores en algún estadio, de utilleros improvisados y, principalmente, de personal al que se recurre para cualquier contratiempo o para esa ingente cantidad de actividades que los profesionales pagados desdeñan realizar.

 En mi caso, también aspiré a vivir semejante experiencia en las olimpiadas de Barcelona 92. Por aquel entonces Valencia ejercía de subsede y los valencianos que nos apuntamos para participar como voluntarios desarrollamos nuestro entrenamiento en la ciudad del Miguelete. Mi objetivo, al igual que el de la inmensa mayoría de quienes nos inscribimos, consistía en ejercitarnos para realizar nuestra labor en el cogollo olímpico, en Barcelona.

La mascota de Barcelona 92
No fue así. Carecimos de tal opción. Durante dos años asistimos a cursos en el viejo Mestalla, participamos en extenuantes jornadas en Expo Jove, la feria infantil del Ayuntamiento de Valencia, ayudando a subir a niños de cuatro años a juegos infantiles del calibre de columpios (conocido deporte olímpico). Madrugamos para situarnos en las zonas de avituallamiento de la maratonina (21 kilómetros) y así estar prestos a entregar botellas de agua a los corredores que las solicitarán. Podría relatar un serial de actividades de este tipo.


La ilusión nos guiaba. Hasta que, medio año antes del macroevento, nos confirmaron que nuestro destino no era otro que la subsede de Valencia. La principal misión, ejercer de acomodadores en el estadio de Mestalla, al que acudía cada quince días como socio del Valencia CF. Hasta ahí llegó mi sueño olímpico. Ahora me queda como recuerdo la experiencia y el chándal que me dieron.