Este recorrido empieza y acaba en Venecia, por lo que
dejaremos la célebre ciudad de los canales para el final. Antes, y como
aperitivo, unas palabras sobre la cercana Treviso, con un aeropuerto que sirve
de receptor de viajeros a Venecia.
Tras un paseo de unos 40 minutos desde nuestro coqueto hotel
cercano al aeropuerto, nos plantamos en el centro de la ciudad para, en primer
lugar, disfrutar de uno de sus afamados (en general, de toda Italia) helados.
Paseamos junto a un canal (tiene esa similitud, aunque a reducida escala
hídrica, con Venecia) y seguimos por la epicéntrica Piazza dei Signori, con la
enorme pizzería del Pino que ocupa buena parte de su extensión.
Entramos en el duomo, con elevadas columnas exteriores y un
estilo que recuerda a San Pedro, en el Vaticano, aunque mucho más reciente y
menos monumental. Treviso da para un recorrido de un par de horas por el casco
histórico, comprobar la escasez de papeleras o contemplar la corriente que
arrastra el río Sile. Con unos 84.000 habitantes, una alargada muralla
delimitada el casco histórico, aunque a veces queda difuminada entre edificios
más recientes.
Bari
Ya por el mar Adriático, y después de la salida desde Venecia,
nos plantamos en Bari, en la parte superior del tacón de la bota a la que se
suele asimilar la silueta de Italia. Recorremos la denominada calle de la
pasta, donde robustas mujeres siguen confeccionando este producto alimenticio
tan italiano y vendiéndolo en la puerta de sus hogares. La más célebre en Bari
la constituye la que tiene forma de oreja, la llamada orecchiette, típica de la
zona de Apulia.
Calle de la pasta, en Bari |
Visitamos la basílica de San Nicolás, con los restos del
santo transportados hasta allí en el siglo XI por marineros de Bari. También
deambulamos por la catedral en honor a San Sabino, muy cerca del castillo, con
su enorme foso. En general, los enclaves más atractivos del centro histórico se
hallan bastante cerca. Allí también empieza el espigado paseo marítimo.
Hacemos una degustación de dos tipos de vino (blanco y
tinto), pasta dulce, tres tipos de aceite, tomate seco y dos sabores de paté de
aceitunas para cerrar la visita y continuar el periplo por el Adriático.
Katakolon y Olimpia
Desde Bari nos desplazamos a Katakolon, ya en Grecia. Su
nombre no despierta, a priori, sensación alguna; no obstante, si añadimos que a
unos 40 kilómetros de este puerto se encuentran los restos de la mítica
Olimpia, iniciadora de las olimpiadas, la situación cambia.
Explanada de Olimpia. |
Ocho euros cuesta el transporte de Katakolon a los vestigios
de Olimpia, a los que se suman 12 euros entrar al yacimiento, con museos
incluidos. Queda poco del legendario estadio, aunque impresiona pisar la
explanada y pensar en lo que significó. Del mismo modo también produce un
cosquilleo especial plantarse ante los restos del templo de Zeus, que albergó
su famosa estatua, inmortalizada por haber pasado a la historia como una de las
siete maravillas de la antigüedad.
Restos de la palestra, del gimnasio… Más que por lo que
queda, no demasiado si se compara con Delos o con Pompeya, vale la pena
recorrer Olimpia por sentirte en el espacio en el que tanto se inició. Después,
un paseo por el coqueto puerto de Katakolon ayuda a completar la escala.
Santorini
Incursión en el mar Egeo con parada en la turística isla de
Santorini, o más bien archipiélago por su profusión de islotes. La subida o
bajada, depende de lo que cada cual escoja si es que se decide, de los 500
escalones desde el puerto viejo hasta la principal ciudad, Thera, constituye
uno de los principales recuerdos para el visitante. Existen las opciones
alternativas de ascender en el concurrido teleférico (cuatro euros) o en sobre
un burro (seis euros).
Descenso hacia viejo puerto de Santorini |
La capital de Santorini está atestada en verano de turistas,
que transitan junto a los locales comerciales, la mayor parte restaurantes o
tiendas de alquiler de coches, motos, quads, buguis…, que suponen la forma más
ágil para moverse por la isla, a pesar del denso tráfico en las principales
poblaciones.
Nos desplazamos hasta las ruinas de Akrotiri (12 euros la
entrada), a la que califican como la Pompeya minoica porque también quedó
sepultada tras una erupción volcánica. Se agradece que el yacimiento esté
cubierto, sobre todo si se visita con la calina de agosto, aunque se echa en
falta más explicaciones en rótulos y poder contemplar in situ los frescos descubiertos,
ya que se encuentran en Atenas.
A continuación nos marchamos al faro de Akrotiri, en el
extremo sur, desde donde se contempla una preciosa panorámica de las diferentes
islas que conforman lo que de manera genérica se llama Santorini. Lo hacemos en
un pequeño vehículo, un Micra, alquilado por 35 euros. Desde allí nos dirigimos
a la costera y, por supuesto, concurrida, localidad de Kamari, que recuerda
algunas de las más visitadas localizaciones del Mediterráneo español. Siempre
con paciencia antes las largas colas de vehículos conducidos por foráneos. Por
cierto, la gasolina 95 está a casi dos euros el litro.
Y la siguiente etapa constituye sin duda la joya de la
corona de este viaje por la trascendencia histórica del enclave. Se trata ni más
ni menos que de la democrática Atenas, una ciudad para patearla y que le pide
el cuerpo al viajero perderse por sus calles. No obstante, si acudes a mitad de
agosto, con 35 grados y en expedición familiar, la opción de subir a un bus
turístico de las diversas compañías que lo ofrecen nada más salir desde el
puerto se convierte en muy atractiva.
Cambio de guardia en Atenas |
Te lleva a las faldas de la Acrópolis y, desde allí, puedes
(está incluido en el billete de un día a 16 euros) subir a otro autobús que te
hace un recorrido panorámico por Atenas, con numerosas paradas en las que bajar
o subir. Tenemos la inmensa suerte de que el día que llegamos, un 15 de agosto,
es festivo, por lo que apenas existe tráfico en sus calles. Esto no exime de la
inmensa cola para comprar la entrada a la Acrópolis.
El tiquet del autobús incluye un recorrido por el céntrico
barrio de Plaka a pie con guía. Nos lleva por una barriada peculiar, de casas
blancas y calles sinuosas, poblada por gente procedente de la isla de Anafi.
Nos explica que en Plaka no hay casas en venta, que se accede por herencia.
El paseo acaba en la comercial plaza de Monastiraki. No
demasiado lejos podemos disfrutar de una tradición menos concurrida, el cambio
de guardia en la plaza Sintagma ante la tumba del soldado desconocido, que
asemeja más a una colorida y solemne danza folclórica.
Y del mar Egeo al Jónico para visitar Corfú. La línea 15 de
autobuses nos lleva desde el puerto al centro de la ciudad por 1,70 euros. La
oficina de turismo antes allí ubicada ha cerrado y no encontramos más. Ante la
pregunta de por qué, la respuesta por parte de un autóctono consiste en que
todo ya está en internet. Pese a que tiene su dosis de razón, siempre se
agradece una opinión experta que te oriente cuando llegas en una ciudad desconocida,
sobre todo, como en el caso de Corfú, si tiene el pedigrí de Patrimonio de la Humanidad.
Entramado urbano de Corfú |
Empezamos a callejear. Pasamos junto al antiguo teatro y
actual ayuntamiento, cerca de la catedral. Desde allí hasta el castillo antiguo
(seis euros la entrada), que alcanzó su máxima eclosión en los siglos de
dominio veneciano. El ascenso hasta su cúspide y, sobre todo, la panorámica que
desde allí se aprecia, supone su principal atractivo. La vista llega hasta la
cercana Albania. No se accede a las estancias de la fortaleza.
Cogemos un trenecito (ocho euros) para recorrer la ciudad.
Nos lleva por el cercano paseo marítimo, aunque sin explicaciones ni detalles.
Luego continuamos callejeando, quizás el principal atractivo de Corfú (de
hecho, su casco histórico, junto a sus dos castillos –el nuevo y el antiguo- es
lo que realmente constituye Patrimonio de la Humanidad), e incluimos el entorno
del museo bizantino. Concluimos la visita en una terracita frente a la citada
antigua fortaleza para degustar tzatziki y pulpo a la vinagreta. Esta vez es el
autobús de la línea 16 el que nos devuelve al puerto.
Kotor
Y ya de vuelta al mar Adriático, escala en Montenegro, en
concreto en la localidad amurallada de Kotor, casi de ensueño, con una esbelta
bahía de acceso y un tramo de muro que asciende hasta la cima de la montaña
posterior. Se accede a la urbe por tres puertas fortificadas. La asimilan
recurrentemente a la vecina Dubrovnik, en Croacia, aunque a menor escala por su
tamaño (unos 22.000 habitantes).
Patrimonio de la Humanidad declarada por la Unesco, se trata
de una coqueta ciudad, que consta de una empinada y resbaladiza subida de unos
45 minutos para ascender a su cima y disfrutar del premio de una bella
panorámica. La iglesia ortodoxa serbia, la catedral (tres euros la entrada) y
otros templos jalonan el centro. Se puede subir a algún tramo de la muralla
que, en gran parte, está circundada por agua.
Venecia
Y retorno a Venecia, compuesta por alrededor de 120 islas
unidas entre puentes. Es uno de los datos que más nos repiten. Sorprenden
muchas cuestiones, como que denominen campo a las plazas y que la única plaza
real bautizada como tal sea la celebérrima de San Marco. Pasas de transitar por
calles abarrotadas de turistas (nos hablan de hasta 40 millones al año de
visitantes) a otras solitarias y que se van estrechando en cuanto decides
alejarte del bullicio o buscar un destino. Muchas veces acabas ante un canal
sin puente para cruzarlo.
Primera de las tres visitas guiadas por el sistema llamado
de free tour. En este caso con la
empresa Buendía. Iniciamos el recorrido en la galería de l´Academia, nos lleva
por Rialto, barrio y puente a cuyo alrededor se desperdiga un conocido mercado.
Callejeamos para terminar en la imponente plaza de San Marco, con la historia
de sus icónicos caballos en el friso del templo, los leones, el reloj, el baile
de Napoleón, la basílica o el saludo de los Reyes Magos. Demasiados detalles
para extenderme en esta crónica viajera y sobre los que existe abundante
información que puede consultarse. Después, el palacio del dogo, la prisión, el
muelle con la playa de Lido frente a él. Para cenar, el pastel de queso
denominado Mozzarella in carroza.
También nos informan del origen del tiramisú en la región
del Véneto, cuya capital es Venecia, como postre afrodisíaco. Nos hablan de los
tres tipos de máscara genuina, la del médico que trata la peste, con su nariz
excesivamente alargada y aguileña, la de mercader –la que más se prodiga- y la
de prostituta, con la boca cerrada. Otro detalle consiste en que uno de sus
ciudadanos más ilustres fue el músico Antonio Vivaldi.
Venecia da para una semana sin pausas. En nuestro caso le
dedicamos un par de días intensos. Uno de ellos empieza en una pastelería donde
desayunamos y en la que el precio de los pasteles sube dos euros si los
consumimos en la barra. Esta circunstancia se repite en otros locales.
Recorremos el gueto (de aquí viene la palabra, según nos
cuentan, de trabajar en hierro y que surgiría en Venecia) judío y las pozas de
agua potable, con sus agujeros en una esquina para que bebieran los gatos,
animales muy bien recibidos durante la trágica época de la peste por su capacidad
para acabar con los ratones que ayudaban a transmitirla.
Nos cuentan cómo el oficio de gondolero lo tienen
monopolizado unas cuantas familias, que lo transmiten de padres a hijos sin
posibilidad de acceso externo, y de cómo en Venecia apenas residen 22.500
personas debido a los altos precios de la vivienda (650 euros la habitación en
una casa, nos refieren como ejemplo). La mayoría de quienes trabajan allí
vienen desde localidades próximas.
Después nos desplazamos a la isla de Burano (unos 35 minutos en vaporetto desde Venecia), para
contemplar sus casas de colores y pasear junto a sus canales y tiendas. Y para
comer en un bar de pescados junto al muelle. Desde allí seguimos hasta la
afamada –por sus cristales- Murano,
en una vaporetto abarrotada. Tiendas y más tiendas, con exhibiciones de
elaboración de cristal.
El regreso a Venecia se hace largo y no porque Murano esté lejos
(se halla apenas a diez minutos), sino porque el vaporetto se detiene en las
siete paradas de la isla cristalera, en el islote ocupado por el cementerio y
en siete más en Venecia antes de dejarnos en nuestro destino, en Ferrovia.
Nueva visita guiada, esta vez por lugares menos transitados.
Como la basílica de Santa María dei Frari, donde se encuentra la enorme tumba
–más bien parece un mausoleo- de Antonio Canova. Nos cuentan que es la segunda iglesia
más grande de Venecia junto a la de San Pantaleón (con su famoso lienzo en el
techo). También pasamos por el único astillero de góndolas, o por el campo de
Santa Margherita, donde abundan las terrazas en las que se contempla en la
inmensa mayoría de mesas copas rojizas por contener el típico Spritz.
Comprobamos la escasez de fuentes en Venecia comparada con
otras islas cercanas o las papeleras, estrechas y complicadas de encontrar a
pesar de la estricta regulación en la deposición de desechos.
Venecia resulta una ciudad muy intensa, en la que perderse,
en el sentido literal de la palabra, por sus calles, que se estrechan o amplían
por tramos, supone una práctica involuntaria muy habitual. No obstante, así se
descubren auténticos remansos de paz entre tanto bullicio de turistas.
Y el último día vamos al puente de Rialto para subir hasta
la cima del centro comercial Fondaco dei Tedeschi, desde se contempla una
preciosa panorámica de Venecia con el gran canal como arteria principal. En sus
aledaños se ubica el mercado de frutas, verduras y pescados de Rialto, que
cierra a las 12 del mediodía.
Desde allí subimos por última vez al vaporetto que lleva a
San Marco (líneas 1 y 2), plaza que recorremos por los arcos laterales para
observar, entre otras curiosidades, los precios de las bebidas en sus
restaurantes. En el caso de los más caros, la bebida más barata, un simple
café, asciende a 6,5 euros.
Entramos en la basílica dejando antes en un local habilitado
en una calle transversal la mochila. Con el tíquet que nos dan disponemos de
acceso directo al templo sin tener que hacer la cola. Durante una hora puedes
deleitarte contemplándola. Quizás pueda parecer recargada por tanta figura y
pan de oro, o, posiblemente, te resulte preciosa.
Desde allí nos desplazamos a pie por las intrincadas calles
de Venecia hasta la piazzeta de Roma. Incluso Google Maps se pierde, que ya es
decir. Se suele hacer el camino más largo de lo calculado inicialmente por ese
extra que hay que añadir de perderte y reencontrar la senda. Tardamos hora y
media en llegar. Allí está la estación de autobuses, desde nos llevan al
aeropuerto de Treviso. Y así concluye este viaje.
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Desde Bari hasta Santorini
De Corfú a Venecia
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De Corfú a Venecia
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