Ha transcurrido más de medio año desde que Mariano Rajoy
accedió al cargo de presidente del Gobierno español. Prácticamente hemos duplicado
los cien días de gracia que, por ancestral cortesía, suele concederse a cada
nuevo dirigente antes de emitir las primeras reflexiones sobre su gestión.
¿Qué ha sucedido en este tiempo? Básicamente, y para
resumirlo en una frase, que los ciudadanos han visto cómo sus ingresos se han
reducido y sus gastos –principalmente en forma de incremento de impuestos y
tasas- han aumentado. Prácticamente cada semana escuchamos a algún ministro
anunciar un nuevo recorte, siempre con la cantinela de que así evitarán nuevas
y futuras privaciones y que, por esa vía, volverá a crecer la economía. No
obstante, como digo, transcurren escasos días antes de que la frase anterior
quede en agua de borrajas y llegue otro recorte.
Fotografía tomada de la página de facebook de Rajoy. Con esta pose se presenta. La citada página, por cierto, está plagada de críticas sin respuesta hacia su gestión |
No deja de sorprenderme la capacidad de nuestros gobernantes
para desdecirse. Rajoy aseguró en su campaña electoral que no aumentaría
impuestos ni recortaría prestaciones. Evidentemente, y como hemos podido
comprobar, ha actuado de la manera totalmente opuesta a aquello que prometió.
Todo ello sin, como he insistido en alguna columna
pretérita, disculparse un ápice. Tanto él como sus ministros parecen encontrar
en los vaivenes de los mercados la eterna excusa para justificar sus
incumplimientos. No dudo de que el hombre depende de las circunstancias y las
externas, en el caso de España, influyen.
Perdida de credibilidad
De cualquier modo, cuando cada semana comparecen para
anunciar un recorte y anticipar que no ahondarán más en esa línea restrictiva,
lo hacen con rotundidad. Con la misma con la que Rajoy prometió no subir
impuestos. En su campaña no puso el ´pero´ o el ´quizás´ en función de esos
avaros ´mercados´. Afirmó con seguridad que garantizaba el estado de bienestar
que ahora está contribuyendo a desmoronar.
Su antecesor, José Luis Rodríguez Zapatero, perdió toda su
credibilidad por mentir o por negar la evidencia de que España se sumía en una
crisis. A partir de ahí su mandato resultó eterno tanto para él como para sus
gobernados. El actual presidente no parece haber aprendido la lección. Ha
empezado con la misma actitud que hundió al socialista. Hacer lo contrario de
lo que defendió como programa electoral e informar con cuentagotas y
ambigüedades a sus gobernados. Que recuerde al aforismo “cuando veas las barbas
de tu vecino afeitar, pon las tuyas a remojar”. En este caso las de su
predecesor.