Ese concepto, el de economía del bien común, forma parte del lenguaje lógico y pragmático con el que se expresa el economista y asesor financiero Francisco Alvárez. El que fuera vicepresidente de la Bolsa de París y director de la Bolsa de Valencia tiene claro que existe un futuro más allá de la crisis que parece obnubilar el intelecto colectivo. También afirma con rotundidad que la salida implica un cambio de concepto.
Las premisas del pasado han quedado del todo desfasadas. Ese empeño de muchos en justificar una acción “porque siempre se ha hecho así” carece de cualquier sentido. El mundo cambia, las circunstancias varían y el futuro lo alcanza quien sabe adaptarse y modular esa transformación. Desde luego, no quien se atrinchera en un pensamiento obsoleto o en unas prácticas que ya carecen de sentido.
Francisco Álvarez. Foto tomada de su blog noledigasamimadrequetrabajo en bolsa |
Francisco Álvarez, experto con una sensacional capacidad divulgativa que acerca la economía al ciudadano de a pie, no duda en manifestar su hastío por los modelos que propugnan el Fondo Monetario Internacional, el Banco Europeo, la Comisión y toda esta retahíla de organismos que atenazan, desde la cómoda distancia, la existencia de millones de ciudadanos. Frente a la burocracia y ante los caprichos del capitalismo desmesurado, aboga por la economía del bien común. El concepto, como lo define con sencillez, se centra en sustituir los objetivos de competitividad y lucro por los de prosperidad y cooperación.
Repite hasta la saciedad que ningún país ni empresa puede aspirar siempre a crecer, simplemente porque no existe el infinito en nuestro planeta. Todos los bienes, todos los espacios, tienen un límite. De igual modo el crecimiento. Así explica el colapso actual. Además, como las propiedades, el surtido que nos ofrece el planeta, es, indudablemente finito, lo que crece por un lado lo retrae por otro, de manera que lo que sí crecen son las desigualdades y la indignación en el perjudicado en ese pugna.
Cooperar
En esta coyuntura Álvarez insiste en cooperar y en aspirar a la prosperidad. Alude a conceptos que implican el respaldo entre conciudadanos, el desarrollo colectivo. Sustituye, de esta forma, a vocablos como lucro o competitividad que implican un individualismo desmedido, un beneficio de unos en perjuicio de otros. Queda claro, a tenor de sus palabras, que si todos remamos en el mismo sentido podremos arriar la bandera de la crisis. De lo contrario, si cada uno salta por la borda para salvarse a sí mismo, el barco, desnortado, encallará y se hundirá.