El cierre del diario gratuito Qué!, por lo menos en su edición en papel, ha resultado tan fulgurante como previsible por el desmantelamiento de personal que venía sufriendo en los últimos años. Desaparece el 29 de junio de 2012 después de haber distribuido 1.674 números a lo largo de siete años y tras desarrollar una labor social que dejan como legado (y así lo destacan en la página cinco de su último ejemplar) y, por supuesto, una tarea informativa de primer orden.
Llamada en la portada de Qué! del viernes 29-06-2012 |
Para más desgracia si cabe, su cierre no espanta ni altera la vida del ciudadano, acostumbrado a escuchar un adiós tras otro y saturado por las machacantes y cotidianas noticias de quiebras empresariales, despidos y altas tasas de desempleo. Posiblemente ese ciudadano valore lo que tenía conforme pasen las semanas y los meses y vaya asumiendo que ha perdido un producto informativo que ya formaba parte de sus propias rutinas existenciales.
Tampoco, y sigo insistiendo en que lamentablemente, rasgará las vestiduras de la sociedad ni de los políticos. La primera, por muchos errores de los propios profesionales, ha devaluado hasta un punto insospechado la labor de los informadores.
Tendencias periodísticas
En su último libro, ´Tendencias periodísticas´, Vicente Climent aporta un desmoralizador dato: el 60 por ciento de los ciudadanos tiene una opinión regular, mala o muy mala de los periodistas. Si a esa negativa consideración sumamos el maremágnum de aportaciones subjetivas y datos sin contrastar que circula por internet y que proporciona la falsa sensación de disponer de toda la información que necesita, no resulta de extrañar que el vecino de a pie piense que va servido.
Como digo, se trata más de una ilusión que de una realidad. Climent también alude en su libro a otra idea: “peor que la falta de información es la sobreinformación”. Recibimos mucho pero cada vez menos elaborado y cribado.
Por su parte, los responsables públicos no solo han cortado hasta límites insospechados la publicidad institucional sino que siempre han huido de proporcionar algún tipo de ayuda para la supervivencia de la prensa como servicio público. Más bien al contrario, dan la sensación de que si existen menos medios de comunicación ellos se sienten más cómodos. Al fin y al cabo, pierden fiscalización y control social de sus tareas. Así los políticos pueden hacer y deshacer a su antojo sin profesionales que les controlen y denuncien sus fallos y desmanes.