La decisión, comunicada indirectamente, del presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, de no pasar la festividad de San José a lunes ha demostrado la precipitación de la medida que anunció. El máximo mandatario autonómico lanzó el órdago en Alicante, ante un auditorio al que el tema ni le iba ni le venía, y se topó con la aguerrida respuesta del Ayuntamiento de Valencia enarbolando la bandera del sentir fallero.
Ante tamaño enemigo, y supongo que bien asesorado por un político más sensible a la cuestión como Serafín Castellano, ha reculado. Su marcha atrás ha adquirido una transcendencia menor debido a la cascada informativa centrada en recortes por doquier. En todo caso, tiene su valor simbólico.
Alberto Fabra camina por terreno minado (por sus antecesores) |
Primero, significa que un clamor popular (en este caso de un sector tan influyente y bullicioso como el fallero) logra que un político rectifique. Segundo, que el tema tocaba una fibra tan excesivamente sensible que Fabra ha preferido retractarse. En cierto modo porque ya está pisando demasiadas minas y el estallido de otra podría resultar más dañino de lo que en principio calculaba. Y tercero, por el hecho de que desde su propio partido, en concreto desde el Ayuntamiento de Valencia, afearon su decisión con una oposición decidida. Por tanto, ese cúmulo de factores ha confluido en que la festividad de San José se celebrará en martes en 2013.
No obstante, sobre el otro cambio a lunes que propuso, el del 9 de octubre, no hemos escuchado retractación, ni tan siquiera en voz baja, a pesar de que tendría incluso más sentido que no se moviera porque su propio nombre ya indica la fecha en la que ha de festejarse. Carecería de cualquier sentido conmemorar un lunes 8, como ocurre este año, una festividad que se denomina 9 de Octubre. El activo valencianista Joan Culla lucha enconadamente por lograr que Fabra desista definitivamente de ese propósito.
Veremos qué ocurre. En todo caso, el estilo de ordeno y mando desde mi tarima que caracterizó a Francisco Camps carece de sentido en la actualidad (de hecho, nunca lo ha tenido, pero ahora menos si cabe). El ciudadano se halla hastiado, agotado y al límite de su capacidad de paciencia. Como ya dije con anterioridad, si además del bolsillo le tocan el corazón puede estallar. Y si se produce un estallido las consecuencias serían imprevisibles.
Columna publicada en diariocriticocv.com