20 minutos. Pág. 2 (13-02-2013) |
Cada mes miles de ciudadanos ponen fin a
la labor profesional que han desarrollado durante diez, quince o incluso más de
treinta años en la misma empresa. Y lo hacen por imperativo económico, muchas
veces bajo el epígrafe de un expediente de regulación de empleo. Con la
sensación de que su vida pierde el sentido que le daba acudir al mismo sitio
cada jornada.
Algunos se embriagan de un vacío existencial
y piensan que ya no resultan ´útiles´. Tengo un amigo que acaba de publicar un
libro orientado en el derecho y la inmigración. Disfruta con la docencia.
Comenta que hasta cumplir los 40 años su deseo vital consistía en acumular
experiencias. Así lo hizo. Ahora, sin tapujos, ha empezado de cero en otro
ámbito y lo paladea.
Un segundo compañero, ya próximo a los
50, anda ilusionado planificando construir pistas de pádel en Rusia tras
décadas dedicado a tareas comerciales. Ni uno ni otro añoran sus trabajos
pretéritos. Forman parte de otra vida. Como recuerda el refranero: cuando se
cierra una puerta, una ventana se abre.
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