“No me digas lo bien que lo haces; dime lo bueno que me hace
cuando lo utilizo”. Esta frase que profirió Leo Burnett reflejaba su espíritu
visionario, su capacidad para empatizar con el potencial comprador de los
productos que vendiera la compañía a la que representara. Este periodista de
formación, que inició su trayectoria laboral como reportero de sucesos en
Illinois, se convirtió en referente y maestro de los publicistas
estadounidenses por su capacidad para conectar con el público y por sus
mensajes directos. “Tienes que hacerte notar, pero el arte consiste en hacerse
notar de forma natural, sin gritos ni trucos”, transmitía.
El objetivo: lograr que el conciudadano aprecie un trébol de
cinco hojas en un tupido bosque de impactos publicitarios. Tantos, que
únicamente recurriendo a ejemplos prácticos y a datos podemos apreciar su
magnitud. Aquí va una demostración empírica. El transeúnte que atraviesa la
calle Colón de Valencia en el tramo entre Sorní y Ruzafa pasa junto a una
quincena de vallas, cabinas telefónicas o mástiles con la Senyera ondeando,
cada uno de ellos con su correspondiente anuncio, y al lado de media docena de
marquesinas de autobús o señalizaciones de metro, también con sus proclamas
comerciales.