Arias, Valenciano, Meyer, Sebastià, Sosa… Si una mañana
contempláramos que de las farolas de nuestra ciudad cuelgan fotos de los
candidatos al Parlamento Europeo por parte de los principales partidos con su
apellido como principal referencia, posiblemente nos quedaríamos sorprendidos.
En cambio, desde hace semanas las calles y carreteras de
Irlanda están repletas de carteles con la imagen y denominación de los cabezas
de lista de diferentes partidos. En rótulos inferiores en tamaño aparece su
nombre propio y, todavía a un cuerpo inferior, las siglas de sus grupos
políticos.
¿Qué se sobreentiende? Que los aspirantes irlandeses a
eurodiputado responden con su prestigio personal ante el electorado. En cambio,
en España, donde las principales candidaturas las impone la estructura de cada
partido, los rostros quedan difuminados en las campañas tras las marcas PP,
Socialistas o IU. Por tanto, el ciudadano no encuentra a quién exigir
directamente y los diputados se difuminan en la estructura de su formación para
no rendir cuentas. Impersonal.