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sábado, 13 de diciembre de 2025

Muchu Picchu y Chichén Itzá: Historias por LATAM (X)

 


Pocas visiones impresionan más que la de la mítica ciudad inca de Machu Picchu.  Y si se hace tras concluir el denominado Camino Inca, con sus dosis de aventura, incerteza y esfuerzo, más todavía. Incluso si se sube desde la cercana ciudad de Aguas Calientes, carcomida ya por el desgaste del turismo masivo, en un autobús cuyas características hacen temer que le resulte insuperable cada curva en ascenso.

El Camino Inca, cuando lo realicé, partía de Cuzco, con base en alguna de las agencias locales que montaban una expedición compuesta por extranjeros variopintos y mochileros que querían agrandar, con un exigente recorrido previo, la experiencia de avistar la legendaria ciudad-santuario.

Partimos alrededor de una veintena de excursionistas con un grupo de media docena de porteadores que se adelantaba para preparar la comida o para montar las tiendas de campaña que ejercían cada noche de habitación improvisada. En el año 2000 todo resultaba tan rudimentario como sencillo y encantador, aunque corrieras el riesgo de sufrir el ataque de alguna bacteria que luego se combatía a base de sopa de quinoa.

Al amanecer del cuarto día de marcha se llegaba a la meta. Por aquel entonces podían recorrerse las calles de Machu Picchu casi en solitario y notar sensaciones y vibraciones porque, en este caso sí, tocar sus piedras, pisar este lugar, te transmitía una emoción singular, una energía especial. El tiempo se detenía en esta cima. Te sumergías en un ambiente de silencio milenario. El espacio tan particular te embriagaba como muy pocos.

Posiblemente se tratara de la experiencia monumental más mística de este viaje por Centroamérica, Perú y Bolivia. Aunque sin dejar de mencionar la impactante de, en el estado mexicano de Yucatán, subir y bajar con cuerdas la pirámide maya de Chichén Itzá (desde 2006 está prohibido), sentado en cada escalón, con un cuidado sumo ante el riesgo bastante elevado de caída.

Alcanzar la cima y contemplar el entorno, con la laguna verde, los cenotes, el resto de construcciones…, impresionaba, y el descenso – fuertemente asido a la cuerda que enlazaba su cénit con el nadir de la pirámide, simplemente, asustaba. En la actualidad resulta impensable que permitan lo que entonces se realizaba con naturalidad.

Con motivo del 25 aniversario del largo viaje que hice con mi amigo José Ramírez por Centroamérica, Perú y Bolivia recopilo en mi blog algunas historias de aquella travesía. Por entonces todavía este cuaderno de bitácora digital no existía y no podía, por tanto, convertir en entradas digitales estas anécdotas. Ahora compenso con recuerdos, imágenes (como las de Machu Picchu y Mérida (Chitchén Iztá) que ilustran este artículo) y transcripciones recuperadas.

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