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Río Cinca a su paso por Labuerda |
En ruta hacia el norte de la provincia de Huesca, en dirección a la extensa zona pirenaica que abraza municipios del renombre de San Juan de la Peña, Jaca o Aínsa, aunque sobre todo nos centraremos en la comarca de Sobrarbe.
Hacemos escala, como presumible anticipo de la belleza
natural y monumental que nos espera, en Anonte,
uno de los municipios que entra en ese club que se presupone de los pueblos más
bonitos de España, ya que así se califican. En este caso, la decepción resulta
mayúscula. Para empezar, te obligan a aparcar en un recinto habilitado que
cuesta dos euros y que se pagan en un cajero situado en la oficina de turismo (a
unos cien metros), que solamente te permite abonar el dinero en monedas y que
no devuelve cambio. Por tanto, si no tienes dos euros sueltos la barrera no se
levanta para que salgas.
En la misma oficina muestran todo tipo de carteles en los
que, sin reparo alguno, consideran que los visitantes van a contaminar y
ensuciar y les instan con contundencia a no hacerlo. Quizás sea el método más
eficaz. En cualquier caso, no el más cordial. Por último, el pueblo tiene muy
poco que ver a parte de una iglesia románica como tantas otras (por suerte) de
Aragón y dos calles más cuidadas que el resto.
Después, los dos restaurantes locales ofrecen el menú al
mismo precio, 18 euros en domingo. Y del castillo, que se sitúa sobre el
reducido casco urbano, prácticamente queda una fachada. Las traspasas y no
resta nada por ver. No vale la pena dejar la autovía para enredarse en este
municipio, a años luz en belleza de otros aragoneses englobados en ese club de
Pueblos Más Bonitos de España, como Albarracín, Roda de Isábena o Alquézar.
Ruta por el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido |
Desde Anento reemprendemos el viaje hasta nuestro recorrido
final: Labuerda, el pequeño
municipio donde nos alojamos, situado a 4,6 kilómetros de Aínsa y del que destaca una iglesia del siglo XVI-XVII, aunque esto
no resulta noticioso en una comarca, la del Sobrarbe, donde abundan los templos
centenarios, y que conserva alguno incluso milenario.
Dolmen de Tella |
Al día siguiente enfilamos la ruta hacia el Parque Nacional
de Ordesa y Monte Perdido. En
concreto nos dirigimos a su lateral este, por encima de Bielsa. Llegamos hasta
el final de la carretera, que concluye en el parador y, poco antes, en un aparcamiento
habilitado de obligatorio reposo del vehículo (está prohibido en la carretera)
a tres euros por coche.
Desde allí caminos hacia Llanos de la Larri
aunque siempre, desde la oficina de información, siguiendo la senda que indica Marboré, como nos indicó Jaime, el
propietario del hotel donde nos alojamos y buen conocedor de la zona. Transitamos
por el Valle de Pineta y, montaña a
través y siempre en ascenso por una orografía cada vez más escarpada, llegamos
a un tramo de cascadas de la Larri. Luego, regreso al aparcamiento. Más o menos
una hora y media de paseo. Atravesamos un riachuelo saltando de piedra en
piedra para llegar hasta el parador y disfrutar de un refresco desde su
espléndido mirador.
Pueblo abandonado de Muro de Bellós |
Luego, comida en Bielsa,
el clásico pueblo pirenaico. A las 15,30 resulta labor casi imposible comer y
acabamos picando algo en una taberna musical, El Chinchecle, que rinde homenaje
a la danza tradicional de la misma denominación. Continuamos, ya de descenso.
Pasamos por un pueblo con el optimista topónimo de Lafortunada y nos orientamos hasta llegar al dolmen de Tella, en medio del bosque y que se
esconde tras ocho kilómetros de carretera empinada.
Desde allí nos trasladamos al pueblo abandonado de Muro de Bellós, al que se accede desde Escalona
en dirección Matadero, para luego proseguir cuatro kilómetros hasta el final de
la carretera. El pueblo está abandonado, pero no las tres personas enterradas
que reposan en las tumbas en el cementerio de la iglesia, a quienes recuerdan
con flores frescas. Por cierto, las cruces del cementerio urbano de Bielsa,
junto a su templo, son de metal. Me viene a la cabeza mientras percibo las
sensaciones extrañas que siempre genera transitar por un pueblo abandonado,
sobre todo para alguien que vive en ciudad.
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Réplica del Santo Grial, en San Juan de la Peña |
Tercera jornada y hoy toca previsiblemente el plato fuerte:
San Juan de la Peña. Llegamos en hora y media, rematada desde el camino que va de
Jaca por la A-1205 pasando por Botaya y empalmando con la A-1605. Salvo que
disfrutes con las curvas estrechas de montaña, recomiendo encarecidamente coger
desde Jaca la N-240 y desde ahí ya desviarte hacia la A-1605 por Santa Cruz de Serós.
Escrito esto, junto al monasterio nuevo te venden las
entradas. Si optas por descender hasta el viejo, unos autobuses junto al
aparcamiento de bajan y te suben los 1,5 kilómetros de distancia. Una vez en el
lugar, cada 20-30 minutos inician visitas guiadas que te explican detalles y,
sobre todo, la historia del lugar, de los enterramientos de los reyes de Aragón
y del Santo Cáliz que acogió durante tres siglos. Impresiona contemplar el
monasterio tallado en la montaña y amoldado a las rocas.
Desde San Juan de la Peña retornamos a Jaca, ya para pasear por la ciudad, aunque antes, aprovechando la
feria medieval, nos comemos un bocadillo en una caseta, también apellidado
´medieval´; en mi caso, de longaniza y chorizo. Luego, a callejear, a entrar en
su catedral, paradigma del románico y, de allí, al otro icono local, la
fortaleza, con su enorme foso en el que se puede observar cómo pasta algún
ciervo.
De Jaca a Aínsa,
donde dejamos el vehículo en el enorme aparcamiento de la parte superior, junto
al castillo. Su casco urbano sí que atestigua que forma parte, con merecimiento
propio, del club de los Pueblos Más Bonitos de España. La torre del reloj, la
iglesia románica, las calles que desembocan en miradores, la enorme y
adoquinada Plaza Mayor, la Cruz de la Carrasca que constituye el legendario
símbolo de Sobrarbe..., los puntos de interés se multiplican.
A todo esto, por la mañana, a primera hora, he hecho el
ascenso desde Labuerda a la ermita de San Vicente. Una hora y media entre ida y
vuelta con dos tramos bastante empinados (lógicamente, en la subida) y que
permite disfrutar de una bonita panorámica del valle.
El pueblo más pequeño de España con catedral
Subimos desde este municipio a Panillo para contemplar el centro budista, aunque antes nos paramos
en el local que hace de museo etnográfico, oficina de turismo improvisada y
restaurante con impresionantes vistas donde se come al aire libre. Además,
según explica la persona que nos atiende, de “molino más antiguo de Aragón”. El
local se denomina, claro está, El Molino, y nos ofrecen tres platos para comer
a elegir: longaniza, chuletas de cordero y entrecot. Todos a la parrilla,
acompañados de patata asada y de ensalada con un delicioso tomate. Delicioso.
Eso sí, se paga en efectivo. No admiten el abono con tarjeta. Quizás, si lo
hicieran, romperían el encanto de este lugar en el que te sientes refugiado en
las montañas y alejado de todo.
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Centro budista en Panillo |
Desde allí, como queriendo preservar ese estado de armonía,
nos encaminamos al cercano centro budista Dag Shang Kagyu, con su gran estupa y
las ruedas de plegarias para moverlas mientras repites el famoso mantra Om Mani
Padme Hum (aunque, sinceramente, lo he leído transcrito de diferentes maneras).
Si te lanzas por la rampa que desciende a la entrada, notas en tu estado de
ánimo los cambios de energía. Una tienda de recuerdos y, principalmente, mucha
tranquilidad en el ambiente, refuerzan este centro de retiro, práctica y
estudio del Dharma.
De regreso a Labuerda paramos en el castillo de Tronceda, del que queda una fachada, y
en el municipio de Ligüerre del
Cinca rehabilitado por el sindicato UGT, con sus viñedos y playa en el embalse
de El Grado. Siguiendo la carretera, a unos cuatro kilómetros de Aínsa, se
encuentra Morillo de Tou, un pueblo
de vacaciones que gestiona otro sindicato, en este caso CCOO. Cenamos en el
restaurante Turmo y vamos a Aínsa a hacer un recorrido nocturno. En la plaza de
armas del castillo han colocado de exhibición una gran nabeta, la embarcación que
utilizan los llamados ´nabateros´ para transportar troncos por el río.
Llega el día de regreso, aunque aprovechamos para hacer
alguna escala. La primera, en Santa María
de Buil, para contemplar su
impresionante iglesia románica del siglo XI, con tres capillas en paralelo y
casi del mismo tamaño en lugar del altar, con varias pilas bautismales y con
una exposición de fotos de gente del lugar de mediados del siglo XX. Se trata
de una población muy reducida, apenas habitada y con escasos turistas.
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Iglesia de Santa María de Buil |
Desde allí seguimos a Estipol,
otro pueblo casi abandonado, con calles adoquinadas de imposible tránsito, por
su deterioro, para vehículos a motor. Continuamos hasta Lecina, una coqueta y animada localidad en agosto que destaca por
su encina milenaria.
Intentamos ver Alquézar,
pero resulta imposible aparcar en los abarrotados aparcamientos externos
habilitados. La única opción consiste en dejar el vehículo a un kilómetro de
distancia. No tenemos tiempo. Nos queda pendiente para el futuro.
Esta crónica ha sido publicada en www.soloqueremos viajar en dos entregas.
De Anonte a Aínsa
Por el pueblo más pequeño de España con catedral
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