El temporal de lluvia y nieve, la investidura de Donald
Trump, los fichajes futbolísticos de invierno… y así podríamos enumerar una
infinidad de temas de los que nos nutrimos con el alimento informativo que nos
suministran los medios de comunicación. Cada español dedica, de media, 223
minutos al día a contemplar los programas que ofrecen las diferentes cadenas de
televisión. Si revisamos los más vistos, resulta complicado que no haya dos o
tres espacios informativos cada jornada entre los cinco con mayor audiencia.
La prensa impresa reúne alrededor de sus páginas a diez
millones y medio de españoles a diario, según los últimos datos recabados por
la Encuesta General de Medios (EGM). La misma que certifica otros tantos lectores
para suplementos de periódicos y revistas semanales. El 60% de la población
española sintoniza, en algún momento del día, una emisora de radio.
Y si volvemos a la
televisión, su tasa de penetración entre el público llega al 88%, 16 puntos más
que internet. Facebook, con toda su expansión, tiene menos cuentas en España que
oyentes la radio. La edición digital de dos diarios supera cada día el conjunto
de entradas y visualizaciones en Twitter. Sin ahondar en que una inmensa
porción de las actualizaciones de los usuarios de estas redes sociales se basan
en enlaces a ediciones digitales de periódicos.
La sociedad consume con avidez medios de comunicación porque
le aportan un valor fundamental, la información. Ya sea de la meteorología, de
su equipo de fútbol, del partido político con el que simpatiza, del corte de
calles en su ciudad, del cantante al que admira o de la serie de televisión que
reponen. Y detrás de ese contenido, existe el trabajo denodado de miles de
periodistas. Por desgracia, cada vez menos.
El informe que en 2016 impulsó la Unió de Periodistes sobre
la situación de este ámbito laboral en la Comunidad Valenciana demuestra que el
paro alcanza al 36,8% de los profesionales, un dato que supera en 16 puntos el
20% en torno al cual se sitúa el porcentaje de paro en el global de la
población que convive en el territorio autonómico.
¿Por qué, si la información constituye un bien de tan alto
consumo, los profesionales que lo elaboran sufren tasas tan elevadas de paro?
La respuesta resulta tan compleja como las causas que han provocado el declive
del modelo de negocio de los medios de comunicación o que han conducido a la
precariedad laboral o al paro a muchos profesionales.
No obstante, entre las básicas subrayaría una: la
devaluación de la información. El acceso generalizado que proporciona internet
ha contribuido a que el consumidor la considere como un derecho gratuito, sin valorar
el esfuerzo, formación y trabajo que existe detrás de cada contenido. A la
herida que genera ese deterioro aporta su puñado de sal la intervención, en
tertulias de amplia audiencia y de ámbito nacional, de ciertos polémicos
participantes a los que el subconsciente colectivo (y ellos mismos) califica
como periodistas a pesar de que suelen carecer de la cualificación necesaria.
También ha cooperado la reducida importancia que los propios
profesionales del periodismo acostumbran a otorgar a su labor. Si asumiéramos y
recalcáramos el carácter fundamental de los medios de comunicación para
alimentar de información a la sociedad y para asentar su funcionamiento
democrático, haríamos un enorme favor a reivindicar la profesión periodística.
Porque los datos enumerados al inicio de este artículo reflejan, por sí mismos,
la necesidad y el interés que tienen los ciudadanos por estar bien informados.
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