El topónimo Oporto evoca el sabor del vino fuerte y dulzón al que da nombre desde hace siglos, el que curiosamente se elabora en la limítrofe localidad de Vila Nova de Gaia. También retrotrae a su periplo colonizador, reflejado en la estatua de Enrique I ubicada junto al palacio de la bolsa, o alude a su vanguardismo, plasmado en el puente que dos discípulos de Gustavo Eiffel construyeron con el inconfundible estilo de su maestro. El casco histórico, consagrado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, o el estuario del Duero, se han configurado igualmente como algunas de sus identificables señas de identidad.
De todo ello y de otras facetas de esta ciudad portuguesa hablo en la crónica viajera que me publica esta semana el diario 20 minutos.
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