Etiquetas

miércoles, 29 de agosto de 2018

Recorriendo Irlanda del Norte: de Belfast a Enniskillen, Derry y Calzada de los Gigantes


Nuestro recorrido lo hemos centrado en Irlanda del Norte, a donde hemos llegado con el nuevo vuelo fletado por la compañía Easyjet Valencia-Belfast (tanto a la ida como a la vuelta hemos aterrizado antes de lo previsto). No obstante, hemos hecho bastantes zigzags que nos han llevado por condados y localidades de Irlanda. Realmente, la única diferencia que notas es que el precio del carburante en las gasolineras está puesto en libras y los carteles de distancias en millas (en Irlanda del Norte), mientras que en Irlanda lo hacen en euros y kilómetros. Y una tercera distinción: que en Irlanda los rótulos de las poblaciones los pintan en inglés y gaélico. Eso y las banderas en los domicilios, como cuarta diferencia. Por lo demás, no hay señales de cambio de país. 

Primera etapa: la capital, Belfast, una ciudad del tamaño de Alicante, más o menos, con un ayuntamiento diseñado décadas atrás para una metrópoli del nivel de Madrid. Las expectativas no se cumplieron. Accedemos por autovía y, como en cualquier capital, encontrar aparcamiento en el centro resulta complicado. Nos vemos abocados al parking de un centro comercial (4 libras la hora). Este centro comercial, Victoria, tiene un mirador abierto al público en su cúspide muy recomendable para contemplar la ciudad y esa montaña con forma de gigante tumbado que inspiró a Jonathan Swift para crear el personaje de Gulliver.
Memorial víctimas del Titanic
Frío (entre 10 y 18 grados) y lluvia intermitente, como cada día de la semana. Nos dicen que agosto es un mes malo por el tiempo, que mejor julio o septiembre para visitar Irlanda del Norte. Lo cierto es que nos da la impresión de haber saltado de agosto a diciembre si no nos hubiéramos movido de Valencia. Nos apuntamos a un free tour con Civitatis que parte de los pies de la estatua de la reina Victoria que, según nos cuenta la guía, Rebeca, apenas pasó cinco horas de todo su reinado en Belfast.
Entramos en el clásico pub The Crown, con sus compartimentos privados que asemejan confesionarios y la historia de su matrimonio fundador en el que él era católico y republicano y ella protestante y unionista, con los desencuentros que todo ello implica. Pasamos por el hotel Europa, que alojaba a los corresponsales de diferentes medios de comunicación internacionales durante al conflicto del Ulster y frente al que estallaron decenas de bombas.
Después nos dirigimos a uno de los emblemas turísticos del país, su reivindicación de constructor del célebre Titanic. En un lateral del ayuntamiento puede leerse el nombre de cada víctima del hundimiento en un enorme memorial. También existe un museo en la ciudad. En nuestro caso, desde el memorial seguimos la ruta hacia The Jail House, un pub en la actualidad que en sus tiempos albergó un intento de revuelta contra la dominación inglesa.

Transitamos por las callejuelas del siglo XVIII emblemáticas del centro de Belfast, vamos al edificio más antiguo (también ahora pub y con el curioso nombre de The dirty onion), contemplamos la torre inclinada del reloj (hay que fijarse para percatarse de esa inclinación) y acabamos en el gran pez frente al puerto. De allí, ya con el coche, hacemos un recorrido por los muros con las pintadas alusivas al conflicto bélico de finales del siglo XX.
Y salimos de la capital rumbo al interior del país. Incluso más allá. Hasta el extremo suroeste con traspaso de frontera (ni te enteras salvo por los detalles comentados al principio), para instalarnos en el municipio de Swalinbar, en un bed and breakfast (todo el recorrido ha sido en este tipo de alojamiento) en medio de la campiña, enorme y algo destartalado.

Paisajes, lluvia y frío
Devenish
Irlanda del Norte destaca más por sus paisajes que por sus monumentos, casi todos desde el siglo XVII hasta el presente. Contemplamos Florence Court, una mansión en un entorno boscoso, y de allí a Enniskillen, la ciudad más importante de la zona, con su calle comercial, su catedral protestante con dos órganos, múltiples pantallas y repleta de símbolos unionistas y, casi frente a ella, su catedral católica. En esta localidad resalta su fortaleza, principalmente por la vista exterior de las murallas junto al río y, sobre todo, por el museo de historia militar que relata las gestas de los soldados locales desde Waterloo hasta la II Guerra Mundial. Con uniforme, tanques, tambores…
Desde Enniskillen un barco recorre la parte baja del lago Enre, con una parada de 50 minutos en el islote de Devenish (el lago tiene 365), donde quedan los restos de una misión religiosa y del asentamiento que se creó a su alrededor. Luego, cuatro horas de coche para bordear todo el lado, con algunas paradas, como en la diminuta isla de Boa, unida por dos puentes a la gran isla de Irlanda.
Allí, por una senda, bajo la lluvia y sin rastro de tránsito humano alrededor, nos adentramos en el cementerio que guarda dos monolitos antiquísimos, una que representa al dios de la mitología romana Jano, con su doble cara, y otro, de la mitad de tamaño, atribuido a época paleocristiana.
Castillo de Enniskillen
Con viento gélido y tormentas, hacemos la Forrest Drive, un paseo por el bosque que termina sobre un acantilado desde el que se divisa todo el lago y hasta el Atlántico. Insisto en que de Irlanda del Norte sobresalen, principalmente, las vistas, la posibilidad de contemplar preciosos paisajes naturales con su praderas, vacas, montañas, playa y mar todo seguido.
Bueno, también destaca la amabilidad y simpatía de la gente. En el caso irlandés lo percibes constantemente, en casi cada conversación que entablas o parada que realizas. No es un tópico infundado.
La siguiente ruta (esta vez en la Irlanda republicana. Seguimos con el zigzag) nos lleva tras las huellas de WB Yeats, el célebre poeta cuyos restos reposan en una sencilla tumba en el cementerio de Drumcliffe. En la lápida ondea este mensaje “Cast a cold eye; on life, on death; horseman pass by”. Muy cerca, en el mismo camposanto que comienza con una especie de memorial a Yeats, hay una cruz de piedra de un monasterio del siglo VI. En principio, antes de que –por decisión suya- enterraran esta población a Yeats, era el centro del turismo e incluso de peregrinación. Ahora pasa más desapercibida desde que yace tan ilustre poeta.

Y de allí a Sligo, la principal ciudad de la zona, que también recuerda a Yeats, con una céntrica estatua y un museo con la medalla de premio nobel que recibió. El pueblo lo atraviesa uno de los ríos más cortos de Irlanda, con solamente dos kilómetros. Tiene bastantes tiendas, aunque el mercado ambulante de los viernes se queda huérfano con únicamente tres puestos.
Siguiente etapa: una de esas enormes playas atlánticas desiertas, con más de cien metros desde el final de las dunas hasta la orilla, y con brisa que te azota el cuerpo y te desmadeja el pelo. En este caso, Strandhill, aunque hay muchas más. Para acabar en el Carrowmore Megalithic Cementery, un extenso yacimiento megalítico con más de 60 tumbas y dólmenes. Bueno, realmente terminamos la jornada con recogida de moras y frutas silvestres en los caminos, que las hay en abundancia. En cambio, los supermercados (casi todos de la cadena Spar) escasean en esta comarca irlandesa.

Día de carretera y traslado hasta el norte de Irlanda del Norte. Las carreteras son algo sinuosas y, sobre todo, con un asfaltado bastante mejorable. Muchas equivalen a comarcales españolas. Autovía hay alrededor de Belfast y poco más. Escribo esto porque los desplazamientos se alargan. Más o menos calculamos un minuto el kilómetro.
Volvemos a recorrer el lago Enre, en un nuevo día de conducción bajo la lluvia. Aunque cambiemos de Irlanda, el tiempo no varía. Paramos en Donegal, un municipio con su castillo, su triángulo céntrico comercial y una feria de gastronomía en la que pagas siete libras por entrar para ver cómo cocinan. Luego compras lo que te apetezca más.
Llegamos a Derry. O Londonderry para los ingleses, la segunda ciudad más poblado de Irlanda del Norte. Hacemos la típica cena de pub lleno de parroquianos, con partido de fútbol retransmitido en directo, cerveza Guiness y fish and chips. El pack completo. Como el pub, donde ofrecen un curioso Spanish chicken que incluye chorizo y tabasco.
Dunduluce
Toca ya la famosa Calzada de las Gigantes, el principal atractivo turístico del país. Nada como ingeniar una buena leyenda (en este caso, la de sendos gigantes que se arrojan piedras y que inundan el mar hasta crear una senda) para impulsar un elemento natural. Antes nos detenemos en el castillo de Dunduluce. Más bien un esqueleto de fortaleza situado junto a un peñasco. Lo que hay dentro se ve desde fuera sin necesidad de pagar 5,5 libras.

De allí a la destilería de whisky de Bushmills, también perfectamente organizada para que quienes van a la Calzada de los Gigantes hagan una visita guiada, única forma de recorrerla a siete libras la entrada. Bueno, excepto si se quiere deambular por la tienda o el restaurante, de acceso gratuito.
Y ya de lleno en citada Calzada. Aunque todas las flechas e indicaciones llevan al centro de orientación turística, donde cobran 11,5 libros la entrada, realmente el acceso a este espacio natural está abierto. Basta bordear esa oficina y seguir la ruta azul. La senda roja lleva a la montaña que emerge sobre la Calzada.
25 minutos a pie de descenso llevan a esta especia de espigón compuesto por miles de piedras achatadas, del tamaño de una pisada (algo más pequeña que la de un gigante) y de fácil resbalón porque están mojadas por el mar. Me extraña que no haya socorristas o personal de auxilio, porque cientos de personas tratan de pasear por esta calzada con caídas continuas. Como cuando esquías por primera vez.
Calzada de los Gigantes

Vista y paseada la Calzada, seguimos hasta White Bay, con sus dos kilómetros de playa y vacas pastando junto a la orilla. Es la imagen de portada de nuestra guía ´Descubrir Irlanda´. Luego, al pequeño pueblo de pescadores de Bailltoy, con su coqueto puerto y una tetería que cierra antes de las cinco. Y de allí damos el salto a rope bridge, un puente colgante entre un peñasco y la isla. Otra atracción turística a ocho euros el pase. El turismo proporciona más ingresos que la pesca de salmón, la tarea ancestral en esta zona.
Y otro ejemplo de la hospitalidad irlandesa. Tenemos una rueda pinchada y el vehículo alquilado no lleva de repuesto ni soluciones alternativas. Vamos a una gasolinera de Portstewart y un trabajador trata de inflarla, amable e infructuosamente. Detrás nuestro se para un coche deportivo del que emerge un hombre de mediana altura y pelo canoso con la firme intención de ayudarnos. Asume la gestión telefónica para que llegue una grúa rápido y para que la compañía que nos alquila el vehículo nos solucione el tema de la mejor forma posible.

Hospitalidad irlandesa
Se marcha y retorna a los cinco minutos con un coche más grande, al que nos invita a subir para llevarnos a su casa mientras esperamos la grúa. En su vivienda unifamiliar, con un enorme cristal que permite vislumbrar un esbelto paisaje clásico irlandés, nos recibe Bridget. En seguida nos saca té y bizcocho y mantenemos una encantadora aunque breve –en seguida le llaman desde la empresa para decir que ya está la grúa- conversación. Nos hablan de sus dos travesías por el Camino de Santiago.  La grúa carga nuestro coche y, en domingo de agosto a última hora de la tarde, lo lleva al único lugar abierto entre Derry y Belfast para cambiar el neumático.

Así, al día siguiente, podemos dirigirnos a la península de Fanad por una sinuosa carretera costera que nos lleva a Ramelton y, luego, a Rathmullan, con una enorme playa en día lluvioso. Desde esta población partieron siglos atrás dos condes que nunca más volverían. Recorrieron media Europa, incluida La Coruña, para buscar refuerzos con los que combatir a los omnipresentes ingleses. De Rathmullan, cogemos al ferri (vamos únicamente ocho pasajeros con tres coches) para atravesar el entrante de mar llamado de LoughSwilly y desembarcar, 20 minutos después de embarcados, en Bruncana, una localidad donde nos atienden de maravilla en la oficina de turismo, con muchas sugerencias.
No obstante, optamos por una asignatura pendiente; el fuerte circular de Burt, una atalaya magnífica y que data de los siglos VIII-IX. Perfecta para, con la lluvia sempiterna y el viento que arrecia, apreciar el emblemático paisaje irlandés.
Y cerramos recorrido –que no viaje, porque hemos de volver al aeropuerto de Belfast para subir al vuelo de regreso a Valencia- con una visita por Derry. Se trata de la última –la más reciente- ciudad amurallada de Irlanda. Una ancha senda permite recorrer el muro que contornea la porción urbana más antigua. No obstante, lo más significativo de Derry resultan sus enormes murales recordando la pugna independentista irlandesa y el dramático episodio del Bloody Sunday, con una treintena de víctimas, la mitad menores.

Los carteles del IRA, las críticas al ejército británico, los también murales de mejoras sociales como el derecho al voto o al trabajo o el agrocórner (con la firma del acuerdo de paz) recuerdan una época no tan lejana. Un paseo matutino junto al río Foyle ayuda a asentar las experiencias vividas y a disfrutar o sufrir- según cada cual- de la lluvia y del frío diario irlandés.


No hay comentarios:

Publicar un comentario