“La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos”.
La Real Academia Española (RAE) de la lengua, la entidad
bicentenaria encargada de velar por la unidad y adaptación del español, lo
reitera en cada una de las decenas de consultas que recibe a diario sobre el
uso forzado del denominado lenguaje inclusivo. “Este tipo de desdoblamientos
son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico”, recalca
en alusión a los tan manidos “los y las” ante sustantivos en plural.
Realmente, la base del lenguaje consiste en transmitir una
idea, una información o una emoción de la manera más inteligible posible para
el interlocutor. Esa tarea, como tantas otras, resulta de mayor efectividad si
se realiza de forma directa y clara, de manera que no pierda la atención del
receptor ni obligue a un exceso de esfuerzo del emisor.
De iniciar un discurso con el recargado “buenos días a todos
y todas”, siguiendo esta línea de argumentación y en concordancia con el
criterio de la RAE -hasta la fecha, la institución con más autoridad para
evaluar el lenguaje-, sobraría el “y todas”. Más aún, realmente bastaría,
apelando a la economía discursiva, con el “buenos días”. Cuando alguien sube a
una tarima y saluda a la audiencia, se sobreentiende que no excluye a persona
alguna. Tampoco lo hace cuando llega al trabajo o a un lugar donde se reúnen
varios congéneres y, al entrar, por mera cortesía, desea “buenos días”. Sin
más.
Por tanto, si en español no existe el género neutro y el
masculino engloba e incluye a masculino y femenino, constituye, además de un
“desdoblamiento indiscriminado”, como subraya la RAE, una simple redundancia o
repetición ese “buenos días a todos y todas (o viceversa)”, tanto como decir
“subo arriba” (si asciendes, evidentemente, es hacia lo alto) o bajo abajo.
En definitiva, se trata de un sobreesfuerzo innecesario que
alarga de manera contraproducente el discurso para quien lo inicia y que ayuda
a que el receptor se desconcentre. Lo mismo sucedería si en el español fuera el
género femenino el que abarcara ambos y quisiéramos reiterarlo con el
masculino. Por suerte o por desgracia no disponemos de una variante neutra,
como ocurre en otras lenguas, ya sea como tercera o como única opción.
Posiblemente fuera más equitativa. Eso ya se adentraría en otra casuística y su
configuración requeriría de un debate prolijo, técnico y exhaustivo.
En cualquier caso, como aconseja la ONU en sus normas de
redacción en español, “cuando no
sea necesario mencionar un cargo u ocupación haciendo referencia a las
personas, se puede utilizar el grupo, la institución, el órgano o la función
que representan mediante un sustantivo colectivo”. De ahí términos más amplios,
inclusivos y no redundantes como “alumnado” para ahorrar “alumnas y alumnos”.
Al final, por encima de criterios políticos o de modas
prefabricadas que a base de forzar la repetición persigan imponer una práctica,
la misión definitiva de cualquier frase proferida consiste en transmitir algo.
“Entre dos explicaciones, elige la más clara; entre dos formas, la más
elemental; entre dos expresiones, la más breve”, afirmaba en una de sus obras
más conocidas el escritor catalán Eugeni d´Ors.”
“El objetivo supremo de toda teoría es hacer los elementos
básicos tan simples y tan poco numerosos como sea posible”, resaltaba el
prolífico científico, Albert Einstein. En un mundo acelerado, en el que nadie
quiere perder el tiempo, el lenguaje, para captar la atención, requiere, sobre
la base de las normas existentes y extendidas, de agilidad, sencillez y
concreción. Todo aquello que lo complique choca contra esta dinámica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario