Ya son pasadas las tres de la tarde y estamos más o menos
lejos de otros restaurantes, por lo que nos adentramos en el del parador. Por
unos 20 euros por persona comemos bastante bien, con una tapa de quesos
canarios y una cata de aceite de lugar, por ejemplo. Todo ello con la
panorámica del terreno volcánico y la cima del Teide.
Otra hora larga para retornar a Puerto de la Cruz con ganas
de volver a disfrutar de la piscina en esta época del año poco proclive a ello.
El tiempo de las Canarias incita a ello. Después de saciarnos del ejercicio,
nos dirigimos al cercano centro comercial Martiánez.
Queremos aprovechar los precios más baratos de algunos
productos en las islas respecto a la península. No lo conseguimos en este
lugar, pero sí en el céntrico outlet de Benetton. Por el recuerdo que tenía del
establecimiento de Lanzarote y tras observar uno similar en la Laguna, buscamos
y encontramos el del Puerto de la Cruz de esta conocida marca italiana.
Un crepe callejero y nos asomamos a la barandilla del paseo marítimo para quedar hipnotizados por la fuerza de las olas al romper e inundar de blanco las rocas de la orilla. El color que conforman en esta noche cerrada me recuerda al del batido de galletas Oreo. Será que me apetece uno.
El viaje lo hemos centrado en el noreste de Tenerife, sin
más pretensiones que ver lo que podamos y disfrutar del recorrido sin agobios,
como dan la apariencia de vivir los canarios. Con, en general, tranquilidad y palabras
amables y sonrisas en las conversaciones.
Parque de Anaga
Hoy toca carretera, más incluso de la prevista. El objetivo
lo constituye el Parque Rural de Anaga, el pico que sobresale en la parte
superior derecha en la morfología de esta isla que recuerda a la España
peninsular.
Nos dirigimos a Santa Cruz de Tenerife con desvío hacia San
Cristóbal de la Laguna y, desde aquí, comienza el ascenso por Las Mercedes
rumbo a La Cruz del Carmen, desde donde parte el denominado Sendero de los
Sentidos, por el bosque de laurisilva de este parque rural declarado reserva de
la biosfera.
No obstante, los propósitos no tienen por qué coincidir con
la realidad. Ocurre en cierto modo como el día anterior en el Teide, que los aparcamientos
habilitados se han quedado pequeños para el volumen de visitantes. La
consecuencia radica en que resulta imposible aparcar en el espacio delimitado
para hacerlo ubicado delante del origen del sendero citado anteriormente. Y
antes y después únicamente existe carretera de montaña, sin arcén.
En esta tesitura nos vemos obligados a pasar de largo, lo
que nos lleva, un par de kilómetros después, hacia el Mirador del Inglés, que
muestra una fabulosa panorámica de la isla mientras escuchamos los acordes de
una música estilo celta que interpreta en el lugar un artista itinerante. ¡Para
embriagarse de buenas sensaciones!
Enfilamos el ascenso hacia la cima del parque para, a
continuación, descender casi en cascada a Taganaga, municipio que data de comienzos
del siglo XVI, lo que lo convierte en uno de los más antiguos de la isla. Da
para un paseo entre subidas y bajadas, como ocurre en casi todos los cascos
urbanos tinerfeños. En este caso sobresalen sus preciosas casas encaladas o la ermita
de Nuestra Señora de las Nieves.
Continuamos hasta la playa del Roque de las Bodegas para
contemplar el azote del encrespado mar sobre los espigones y los riscos
protectores en este día de alerta meteorológica y decidimos emprender el camino
en sentido contrario para seguir por costa norte hacia La Laguna.
Conducimos en dirección a San Andrés para desviarnos, previo
paso céntrico por Tegueste, hasta Bajamar, donde comemos en el restaurante de Cofradía
de Pescadores de Bajamar. Al tercer día hemos podido probar la vieja, uno de
los pescados autóctonos más afamados. Siempre acompañado de papas y mojo picón,
rematamos el ágape con un bienmesabe, postre repleto de una generosa dosis de
almendras entremezclada con helado de vainilla. Y con un barraquito, el café
canario con su dosis de Licor 43.
Y, de nuevo hipnotizados por el fenómeno, nos plantamos junto a sus piscinas naturales para comprobar cómo las olas del océano saltan sobre ellas, las invaden y, después de llenarlas, se retiran.
Ese rugir oceánico constituirá uno de recuerdos más
impactantes de este breve viaje preprimaveral al archipiélago canario, esa
autonomía alejada del cogollo de España que cada vez que la visitas te marchas
con más pena y con el ánimo cargado de ganas de retornar.
Puedes leer la crónica completa también en www.soloqueremosviajar.com pinchando este enlace
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