Subimos hacia el magnífico teatro romano, que se puede contemplar a la perfección desde los laterales y ascendiendo las escaleras que lo rodean. Impresiona, además de su buen estado de mantenimiento, la apostilla de la catedral del siglo XIII que lo corona de manera inusual.
Observamos también los restos del foro romano, subimos hasta el castillo de la Concepción, del siglo XIII igualmente, y comemos las tapas conocidas como marinero (ensalada rusa abrigada con una anchoa) y marinera (lo mismo, pero con boquerón) en la concurrida -a la hora del aperitivo- plaza de San Francisco y en su entorno. En concreto, en el abarrotado local La Fuente.
Nos quedamos con la sensación de que la ciudad atesora
numerosos espacios con encanto, pero entre que es domingo con bastantes de esos
lugares cerrados y que empieza a llover, nos vemos obligados a replegarnos a
nuestro vehículo que, al igual que ayer, tanto nos costó aparcar. En este caso
lo hicimos en un saturado parking bajo el paseo marítimo.
Retornamos a nuestro retiro ‘british’ murciano, a nuestro pueblo sin historia y con todos los rótulos en inglés, para seguir descubriendo que, aunque por las calles no transite nadie, en el interior del edificio menos insospechado hay una colmena de británicos tomando cervezas o comiendo fish and chips.
Precisamente cenamos este último producto en un local bautizado
como Chao Bacalao, donde la camarera nos pregunta directamente en inglés y,
aunque le respondamos en castellano, nos sigue hablando en su idioma. Por
cierto, en la carta del restaurante a nuestras habituales tostadas de desayuno
con mantequilla o mermelada las citan como ´tostada española’. Nunca me había
parado a pensar hasta qué punto parte tanto de la idiosincrasia autóctona.
Último día con salida relajada del complejo La Torre, la
ciudad de foráneos con elevado nivel adquisitivo en la llanura murciana -término
municipal de Roldán- donde nos hemos alojado. El día soleado impone paseo y un
ritmo de disfrute de la buena temperatura hasta que no queda más remedio que
abandonar el recinto por su control de seguridad, por la puerta de ‘visitantes’.
Nos encaminamos hacia Mula para recorrerla. Lo primero que
merece la atención del itinerario es la propia oficina de turismo, alojado en
el mismo edificio que el Museo de la Ciudad y que un antiguo convento. Transitamos
junto al claustro de este último por el lateral y, de paso, nos sumergimos en
la historia romana de la localidad, contemplamos su sarcófago visigodo o leemos
cómo el yacimiento de la Almoloya descubrió los restos que han servido para que
Mula presuma de haber tenido el primer parlamento de Europa, hace ya alrededor
de 4000 años.
Nos dicen que el castillo está en rehabilitación, así que
nos tenemos que conformar con callejear entre casonas y blasones, junto a la
denominada Calle Oscura (poca luz entra por su estrechez) o ascender hasta su
iglesia achicharrados por un poderoso sol primaveral.
De Mula nos desplazamos hasta Ojós esperando algo más que
una pequeña localidad orgullosa de su bizcocho borracho y situada en el cauce
del río Segura, con su entorno de paseo junto al linde fluvial y el acantilado
denominado Salto de la Novia.
Antes de marcharnos de la Región de Murcia hacemos parada en
Cieza, una ciudad que se acerca a los 40.000 habitantes, de la que recorremos
su avenida principal en el cénit del calor, y con la mayoría de locales
cerrados.
Poco puedo escribir sobre este municipio más allá de destacar
la sorpresa de encontrarme con una cadena de heladerías artesanas llamada
Valencianísimos que cuenta con hasta cinco establecimientos en el casco urbano
de esta población murciana. Un batido de leche merengada con bola de helado de
chocolate pone la rúbrica a este breve periplo viajero.
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