La asociación Hablamos Español ha convocado una
manifestación en Valencia, el próximo sábado 2, con los lemas “no a la
imposición del requisito lingüístico (en valenciano)” y por la libertad de
elección de lenguas. Por supuesto, su protesta va dirigida a la política
emprendida por Conselleria de Educación de promocionar el valenciano hasta tal
punto que condena al castellano a un segundo lugar y vulnera la
equidistancia que debe haber, la
convivencia como lenguas cooficiales. Más aún, descuelga de la docencia a
profesionales que carecen de la capacitación en valenciano, sin que, por encima
de este requisito, prime su propia capacitación profesional como docentes.
El manifiesto difundido por los organizadores de la protesta
va en la línea de esa libertad de elección a la que apelan cuando recalcan que “en
la Comunidad Valenciana queremos poder
elegir en cuál de las lenguas que tradicionalmente se han hablado serán
educados nuestros pequeños”. Hasta aquí, todo ecuánime, que cada familia
escoja, en igualdad de condiciones, entre las dos lenguas. Disponemos de esa
opción que la mayoría de autonomías no tiene. De poder elegir. De contar con
dos alternativas lingüísticas en nuestro día a día.
De hecho, aunque tendamos a expresarnos preferible o
predominantemente en una u otra, somos bastantes quienes en muchas ocasiones escogemos en
función de nuestro adlátere de conversación. Es decir, en una misma mesa, si
tenemos un interlocutor valencianohablante y otro castellanohablante, con uno intercambiaremos
frases, e incluso interjecciones, en una lengua, y con el otro, en la otra. Con
la que cada persona se siente más cómoda. Una singular riqueza idiomática. Y lo
hacemos sin la menor duda mental. Nos nace. Cuando miramos a alguien las palabras
nos brotan en castellano o en valenciano. Indistintamente. Y sin que se
produzcan confusiones.
Y hecho este inciso, vuelvo al manifiesto de Hablamos
español (me gusta más denominar a nuestra lengua común castellano, que también
la reconoce así la Real Academia de la Lengua Español, aunque en las
comunidades monolingües en ocasiones les chirríe que utilicemos ese vocablo). “No
es sensato ni respetuoso borrar el
español de los edificios oficiales”, continúa.
Totalmente de acuerdo. Voy más allá. Dudo incluso que sea legal. Tampoco me
parece práctico limitar muchas señales de megafonía en transporte público o
indicaciones al valenciano. Somos bilingües. Si a un castellanohablante ya le
cuesta comprender esas indicaciones, pongámonos en el lugar del turista. Y creo
que todos estamos de acuerdo en considerar que el turismo aporta una riqueza
fundamental a nuestra economía. Si nuestras instituciones, en sus campañas
promocionales, subrayan el supuesto carácter hospitalario valenciano, qué menos
que intentar que el visitante nos comprenda.
Y llegados a este punto de la libertad de elección, me topo
con una frase, en ese manifiesto, que desmonta todo su argumento. “Como mejor aprende un niño es en su lengua
materna; lo contrario supone un esfuerzo que solamente es recomendable si
existe un especial interés en aprender la otra lengua. Y siempre se resentirá
la adquisición de la terminología y del registro culto en lengua propia”. En
este caso, ¿cuál es la lengua materna? Porque para un niño de Camporrobles será
el castellano y para una niña de Miramar, el valenciano. No podemos prejuzgar.
Cada familia sabe, de entre las dos, cuál es su línea materna.
Respecto a lo de resentirse el aprendizaje, lo pongo en
bastante tela de juicio. Entonces, ¿les ocurre eso a todos los niños a los que
enviamos a estudiar en centros anglófonos y que están aprendiendo una lengua
que no es la suya materna? ¿Les resentirá aprender inglés en la obtención de
terminología culta en castellano?
Por tanto, no se trata de que hablemos español/castellano o
de que hablemos valenciano. La cuestión consiste en que cada habitante de la
Comunidad Valenciana disponga de las mismas oportunidades y herramientas para aprender y para estudiar en ambas, que,
no lo olvidemos, son cooficiales. Que no le impongan una ni le priven de la
otra. De manera que, en el ejercicio de su libertad individual y de la riqueza
lingüística autóctona, escoja. Y que lo mismo pueda hacer con sus
descendientes, que pueda elegir el centro escolar sin que el requisito
lingüístico condicione. Que solamente sume. Sin imponer con la excusa de
promover. Y sin mirar con la óptica de habitante de una autonomía monolingüe.
Porque somos españoles y valencianos. Tenemos esa doble vertiente.
Artículo publicado la pasada semana en EsdiarioCV
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