El periodismo, los medios de comunicación, están jugando un
papel fundamental en la equiparación de derechos, en dar voz y reivindicar a
quienes una sociedad anquilosada no les había otorgado el lugar que les correspondía.
Hemos comprobado en los últimos años cómo se han multiplicado las noticias
sobre los avances y normalización en diversidad sexual y, sobre todo, en
igualdad de género. También las condenas contundentes a agresiones machistas.
Las concentraciones sociales, los manifiestos políticos o
las reivindicaciones vecinales sobre las
dos cuestiones aludidas han encontrado un altavoz elevado en numerosos
medios de comunicación. Incluso algunos grupos empresariales del ramo de la
información han encabezado campañas y se han implicado con encono en defender
la igualdad total en derechos y la no discriminación por cuestión de género. Y
han logrado avances decisivos.
Esa traslación de la batalla por la igualdad se produce en
otros ámbitos, aunque todavía falta un largo trecho por recorrer. Demasiado
para las personas afectadas. En este caso, me refiero a quienes tienen
diversidad funcional o, dicho de otro modo y remitiéndonos al lenguaje empleado
por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, sufren algún tipo de discapacidad.
Este amplísimo colectivo abarca a un 10% de la población española.
Desde luego, se ha producido un progreso considerable. Se ha
pasado de emplear en exceso vocablos como “inválido” o “impedido” a utilizar “discapacitado”.
Un matiz nada baladí. Como recuerda el escritor Paulo Coelho, “no hay arma más
poderosa que las palabras”. También hemos pasado de leer, escuchar o contemplar
narraciones basadas en el drama que soporta un ser humano con diversidad
funcional a prodigarse la difusión de ejemplos de lo contrario, de las
denominadas historias de superación.
De manera paralela, se han multiplicado las revistas
especializadas en diversidad funcional, los programas de radio específicos para
este colectivo. Igualmente han florecido los gabinetes de prensa de
organizaciones filantrópicas que buscan respaldar a quienes viven en unas
determinadas circunstancias por cuestiones adquiridas de nacimiento o
posteriormente. Esos gabinetes, dirigidos en muchas ocasiones por periodistas
que dedican su tiempo altruistamente a esa labor de difusión, desarrollan una
tarea pedagógica fundamental. Acercan a los medios a la realidad humana y
social de personas con diversidad funcional, dentro de ese abanico tan extenso
de singularidades que existen en este abigarrado colectivo.
En cualquier caso, queda mucho por avanzar, por aprender,
por lograr que siempre prime la información sobre la mera apelación al
sentimiento, por reducir al mínimo el uso de estereotipos. Sí, los estereotipos
simplifican la realidad para el público. No obstante, su abuso lo único que
consigue es enquistar tópicos e impedir una evolución de la percepción a una
visión más actual y certera.
El atractivo mediático de la información política lo acapara
a veces casi todo y priva, en demasiadas ocasiones, del espacio que, por la
cantidad de personas afectadas, merece la diversidad funcional. Y las noticias
difundidas tienden a caer en el saco de la información sencilla y directa, de
breve consumo. Como tantas otras. Los periodistas multiplican su energía y
escasos recursos para atender incontables frentes informativos.
Posiblemente falte un plus de esfuerzo por todas las partes
para convertir la atención, la consideración y la igualdad real a personas con
diversidad funcional en el nuevo gran reto social tras la equiparación de
hombre y mujer en todos los aspectos. Para lograr que se acabe cualquier atisbo
de discriminación y falta de respeto a quien no tiene las mismas habilidades o
el mismo aspecto. Hoy, Día de la Libertad de Prensa, constituye una buena
ocasión para reivindicar el libre acceso a los medios para personas con
diversidad funcional.
Artículo que me publicó la pasada semana www.sueldospublicos.com con motivo del Día de la Libertad de Prensa
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