Fuerteventura sorprende desde la primera ojeada. Una gran
planicie desértica inunda la isla, únicamente interrumpida por urbanizaciones
de impolutas casas blancas, siempre arrulladas junto al océano, que surgen de
pronto. Sin árboles ni apenas plantas del estilo peninsular. Y esa singularidad
también contribuye a su encanto. Al hecho de sentirse en una especie de paraíso
natural sin la típica frondosidad con la que mentalmente se vincula los
paraísos naturales. Otro estilo. Diferentes sensaciones.
El barco nos deja en el sur de la isla, cerca de Playas de
Jandía y, entrando la noche, hemos de desplazarnos al extremo norte, a
Corralejo, donde nos alojaremos en el hotel Arena Beach. Esas primeras
impresiones nos dan una extensa imagen fotográfica de la segunda isla en tamaño
de las Canarias. La atravesamos íntegra, incluso dejando a un lado su capital,
Puerto del Rosario. De sur a norte.
El desierto del Sinaí
Me viene a la mente el desierto del Sinaí, entre Israel y
Egipto, también recorrido años atrás con las últimas luces del día y los
primeros minutos de oscuridad completa. En Fuerteventura conduces kilómetros y
kilómetros rodeado de arena, sin más construcción a la vista que los
esporádicos pórticos en medio de la inmensidad que te anuncian que has cambiado
de municipio. En las Canarias, al contrario que en comunidades autónomas como
la valenciana, existe una diferenciación clara entre municipio y localidad; no
son ni mucho menos prácticamente sinónimos. Un municipio cuenta con varias
localidades.
La gasolina sigue estando más barata que en la península.
Razón de menor tasa impositiva, me aclara el trabajador de una estación de
servicio a quien pregunto. Sobre las ocho de la tarde nos ponemos en camino con
el coche de alquiler de la empresa Cicar y llegamos casi a las diez de la noche
al hotel, justo para cenar.
Descubriendo
Corralejo
Empieza el día con paseo matutino, descubriendo Corralejo.
Me voy hasta el extremo, casi tocando con mis pies el Atlántico y divisando con
total claridad Lanzarote y el islote de Lobos, típico de excursiones para pasar
unas horas. Tiendas y viviendas con un máximo de dos alturas copan la
localidad. El número de comercios resulta, teóricamente, exagerado si se
compara con los alrededor de 18.000 habitantes de la población. El peso del
turismo y de los no empadronados se nota.