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martes, 25 de marzo de 2025

Tenerife norte para empezar la primavera (I)

La sed que me dejó el bocadillo de jamón que comí en el aeropuerto (comprado a propósito en el Mercado Central) y la estrechez del espacio entre butacas provocaron que las dos horas y cuarenta y cinco minutos de vuelo entre Valencia y Tenerife se me hicieran largas. El libro que tenía entre mis manos, con un argumento de futuro postapocalíptico, tampoco lograba que el tiempo transcurriera con mayor rapidez.

Sea como fuera, el avión de Ryannair aterrizó en el aeropuerto de Tenerife Norte sobre las seis de la tarde, hora -por supuesto- canaria. Con la rapidez habitual en esta compañía, Cicar nos entregó el coche de alquiler. Se trata de un Opel Corsa gris que nos iba a acompañar, o, escrito con más precisión, llevar, en los próximos días.

Con él nos desplazamos hacia Puerto de la Cruz, donde nos alojamos en un apartahotel -de nombre Casablanca, como la cercana metrópoli marroquí-. con piscina incluida para darnos los primeros chapuzones al aire libre de 2025 en un lugar con clima tan paradisíaco como las Islas Canarias. Cada vez que vienes te entran más ganas de repetir. La atención amable y profesional al turista acrecienta ese sentimiento.

La hora que aterrizamos nos permite darnos ese chapuzón piscinero y adentrarnos en Puerto de la Cruz para pasear por su casco urbano, junto a su muralla, y llegar al monumento de homenaje a la pescadora. Estamos de carnaval, que se retrasó una semana por el mal tiempo, con lo cual las calles se hallan atestadas de personas disfrazadas con diversidad de estilos y gustos.

En nuestro caso, más sobrio, nos acercamos a cenar a la Cofradía de Pescadores, un restaurante con vistas al puerto en el que degustamos las primeras papas con mojo del viaje. Por desgracia, no quedan ni lapas, ni mejillones ni almejas. Un paseo en pendiente de ascenso para retornar a la base hotelera completa la jornada.

La Laguna

El segundo día empieza como terminó el primero, con paseo por el casco urbano de Puerto de la Cruz. Tener una primera impresión nocturna de un lugar nunca me ha gustado. Suele perder mucho atractivo en mi opinión. Al contemplarlo al día siguiente parece que te encuentres en un sitio diferente.

El objetivo hoy es la señorial ciudad de San Cristóbal de La Laguna, la única declarada patrimonio de la humanidad en esta comunidad autónoma en un país, España, repleto de lugares con esta catalogación, ya sea por su patrimonio material o inmaterial (las Fallas de Valencia se sitúan en este segundo concepto) o por su fascinante naturaleza.

En La Laguna, localidad fundada en 1496 como villa precisamente sobre una laguna, hemos quedado con Carlos, un guía guasón que, con un rictus serio, nos irá sorprendiendo con su singular sentido del humor. Empezamos el recorrido por la plaza del Adelantado y desde allí deambulamos junto a la catedral, al barrio de casas inglesas, la histórica librería del siglo XIX, el pasaje del pub El Rincón de Tintín, el antiguo convento de Santo Domingo de Guzmán y otros numerosos lugares del casco histórico.

Terminamos comiendo en un sitio recomendado por nuestro cáustico guía: bodega Viana. Se trata de un local de aspecto casero, sin alardes y con todos los platos deliciosos y un precio bastante asequible, además de la buena atención que, hasta la fecha, siempre hemos recibido en Canarias.

Desde allí volvemos al solar en pendiente donde hemos aparcado, ya que no resultaba sencillo hacerlo en el barrio antiguo de esta ciudad que supera los 150.000 habitantes, y nos dirigimos hacia El Sauzal. En esta pequeña localidad costera con escaso encanto más allá de contemplar la fachada de las casas de veraneantes damos una vuelta rápida con el coche, sonreímos al leer el cartel de ‘Sauzalito’ que recuerda a la conocida ciudad californiana que se escribe casi igual y nos marchamos.

En un día soleado y estival todavía en invierno apetece tumbarse al sol en una hamaca en el amplio balcón de nuestra habitación y chapotear en la piscina. Estas oportunidades no pueden desaprovecharse.

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