El luctuoso y reciente accidente del Airbus de la compañía Air France ha desatado el miedo contenido a volar que pulula por la mente de millones de personas. Los remisos, que son muchos, han encontrado un nuevo motivo para justificarse. Los asiduos se han topado con una razón para azuzar ese temor que supuran cada vez que suben por la escalerilla y perciben el olor característico del interior de un avión.
Pero un accidente no puede desmadrar un temor justificado pero, a la vez, a tener en cuenta en su justa dimensión. El anterior director del aeropuerto de Valencia, el misántropo Iván Tejada, redactó un práctico manual sobre cómo enfrentarse al terror a volar y cómo distraerse en un aeropuerto.
Para lo primero basta hacer caso a la razón, a esas estadísticas que nos insisten en que constituye el medio más seguro de desplazarse. Que no acabemos de explicarnos los millones de legos en la materia los mecanismos ´mágicos´ que mantienen en el aire un ingenio que pesa toneladas no significa que debamos desconfiar de él, pese a que lo desconocido, por antonomasia, inspira desconfianza.
Por tanto, que impere el sentido común y la razón, porque la carretera suma cada año muchos más dramas que los desplazamientos aéreos.
Y, después, pensemos en las horas huecas y a rellenar que nos deja un vuelo. Cómo podemos dedicarlas a la lectura de libros con contenidos anquilosados en nuestra mente. Y, cómo, además, podemos destinar ese tiempo precioso a detenernos y replantear nuestra vida, nuestros proyectos y nuestra esencia. Que con la existencia tan ajetreada que llevamos esas pausas son de agradecer.
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