“Sumamente egoísta”. Así define a su pareja de turno. Lamenta, según reitera, su intransigencia y falta de cuidado. Todo ello, claro está, lo contrapone a su –dice- completa predisposición a compartir experiencias y atenciones.
Te llama casi asaltándote. Te pregunta qué vas a hacer ese día y, si ve que tardas medio segundo en responder, te confirma que se va a presentar en tu casa en unos minutos. Una vez contigo suelta su dramática retahíla de quejas. Desde luego, sin intercalar un solo interrogante de simple cortesía sobre tu estado anímico o tu salud física.
Cuando se marcha te preguntas: ¿por qué? La respuesta, después de una corta reflexión, te queda clara. Cada vez que os separáis percibes cierto aspecto de alivio en ese atormentado congénere y tú, internamente, te sientes mejor persona.