Mi objetivo consistía en hacer cien kilómetros de El Camino
de Santiago. Me daban igual el camino y el tramo. En ese mar de dudas, y cuando
parecía que más o menos las había disipado inclinándome por el recorrido
Primitivo o Francés, desde sus inicios hasta Estella, localizo, buscando por
internet, una agencia que explica que facilita el alojamiento. Si algo quería
evitar era el agobio de tener que ir corriendo cada día para contratar una cama
sobre la que tumbarme.
Total, que en esta agencia me comentan que, ya que quiero
hacer alrededor de un centenar de kilómetros en cinco días –ese es el periodo
de que dispongo-, por qué no escojo los últimos cien y así me llevo mi
credencial en Santiago. La lógica del razonamiento del agente y la falta de
constancia de los míos hacen que opte por su propuesta. Empezaré en Sarria. Me
hace reservas de cama en albergue privado y de transporte de maleta por
Correos. Posteriormente, ya en El Camino, descubriré que me habría ahorrado la
mitad de lo que me cobraron si hubiera contratado todo por mi cuenta. Esa ya es
otra historia. Ahora estoy lanzado.
Realmente mi recorrido ferroviario comienza en Cullera a las
7,47 de un jueves. A las 9,40 subo en el AVE que me llevará a Madrid y, desde
allí, empalmo con el tren que me dejará en Sarria, inicio de mi camino y etapa
recurrente para principiantes por hallarse a poco más de un centenar de
kilómetros de la gran meta que constituye Santiago de Compostela. Este último
trayecto se me hace eterno, sobre todo el tramo desde Orense, cuando el tren
parece que desanda y va trotando. Allí entablo mi primera conversación sobre El
Camino (a todo esto, aún no he comentado que lo hago sin acompañante). Dialogo
con una chica de Puerto Llano, que me comenta su intención de hacer los 112
kilómetros en cuatro etapas.