Mi objetivo consistía en hacer cien kilómetros de El Camino
de Santiago. Me daban igual el camino y el tramo. En ese mar de dudas, y cuando
parecía que más o menos las había disipado inclinándome por el recorrido
Primitivo o Francés, desde sus inicios hasta Estella, localizo, buscando por
internet, una agencia que explica que facilita el alojamiento. Si algo quería
evitar era el agobio de tener que ir corriendo cada día para contratar una cama
sobre la que tumbarme.
Total, que en esta agencia me comentan que, ya que quiero
hacer alrededor de un centenar de kilómetros en cinco días –ese es el periodo
de que dispongo-, por qué no escojo los últimos cien y así me llevo mi
credencial en Santiago. La lógica del razonamiento del agente y la falta de
constancia de los míos hacen que opte por su propuesta. Empezaré en Sarria. Me
hace reservas de cama en albergue privado y de transporte de maleta por
Correos. Posteriormente, ya en El Camino, descubriré que me habría ahorrado la
mitad de lo que me cobraron si hubiera contratado todo por mi cuenta. Esa ya es
otra historia. Ahora estoy lanzado.
Realmente mi recorrido ferroviario comienza en Cullera a las
7,47 de un jueves. A las 9,40 subo en el AVE que me llevará a Madrid y, desde
allí, empalmo con el tren que me dejará en Sarria, inicio de mi camino y etapa
recurrente para principiantes por hallarse a poco más de un centenar de
kilómetros de la gran meta que constituye Santiago de Compostela. Este último
trayecto se me hace eterno, sobre todo el tramo desde Orense, cuando el tren
parece que desanda y va trotando. Allí entablo mi primera conversación sobre El
Camino (a todo esto, aún no he comentado que lo hago sin acompañante). Dialogo
con una chica de Puerto Llano, que me comenta su intención de hacer los 112
kilómetros en cuatro etapas.
Localizo el albergue y allí me asignan la última litera que
queda libre en una habitación para ocho personas. La comparto con una pareja de
italianos, otra de ingleses, un catalán, un andaluz y un alicantino de Pego.
Cada litera, como iré comprobando a lo largo de El Camino en la mayoría de
albergues, tiene su enchufe y lamparita incorporados. El cuarto de baño de
hombres del alojamiento dispone de dos duchas, además de una zona común
ajardinada en la que puedes servirte cerveza, café o té.
Empezamos a conversar Toni (peregrino de Barcelona), Evarist
(de Pego, aunque residente en Valencia) y yo. Nos bajamos a tomar una cerveza,
y ya sobre las 20,30 me voy a dar una vuelta por el pueblo (están cerradas las
iglesias a esta hora) y a cenar. La localidad cuenta con su capilla, ermita,
restos de castillo, mirador y su correspondiente Rúa Mayor. El clásico acento
gallego a veces no es fácil de coger, sobre todo en mi primer día. Tampoco las
dudas que te plantean en la respuesta y que no te aclaran la pregunta. Empiezo
un poco estresado y temo no poder disfrutar de El Camino. No será así.
No ceno en una pizzería bastante recomendada en guías y opto
por un bar de tapas aunque, para mi decepción, no me ofrecen una sola de las
que podríamos catalogar como típicas. A las 22,45 horas ya estoy tumbado sobre
mi cama, con sus fundas desechables en almohada y colchón, leyendo sobre el
recorrido de mañana.
Segundo día. Sarria-Portomarín
Empieza El Camino. A las 5,30 ya están las alarmas sonando y
mis compañeros de habitación levantándose. A las 6,15 no queda nadie durmiendo
de tanto movimiento. Disfruto de un desayuno abundante en La Casona de Sarria,
donde me alojo (el mejor que degustaré en el recorrido) y empiezo la etapa con
Toni, de Barcelona, un inquieto cámara de televisión que también ha estudiado
Periodismo. Comenzamos entre neblina, con humedad, en una zona boscosa. Pasamos
por el hito en el que indica que restan 112 kilómetros para destino. Poco a
poco despeja. La senda va subiendo. Cierto que nunca andas solo. Siempre ves a
alguien en tu camino.
Paramos a las dos horas y media de trayecto, en una
terracita muy cerca de Morgade. Se junta con nosotros José María (que había
dormido en la litera que tenía sobre mi cabeza), un sevillano profesor de
Informática muy simpático que carga con su mochila (a mí me la lleva Correos,
aunque existen múltiples empresas que ofertan el servicio por tres euros
diarios). Vamos conversando los tres por una senda que, en general, resulta
bastante ancha. Antes de encontrar a José María, Toni y yo habíamos estado
hablando con un señor (también de Barcelona) que cumple su decimoprimer Camino
de Santiago y al que en esta ocasión acompaña un nieto adolescente.
Discurrimos junto a vacas, campos de verduras, de los
famosos grelos gallegos. Resulta muy curioso encontrarte con gente muy diversa.
La etapa se hace corta, aunque escogemos el tramo final (de entre tres para
elegir) con mayor dificultad. La llegada a Portomarín (final de etapa) se hace
a través de un largo puente, que acaba en una elevada escalinata. Final de algo
más de 22,5 kilómetros.
A las 12,15 ya estoy en el alojamiento. Compartiré
habitación con once peregrinos más. ¡Qué bien sienta la ducha! Después, vamos a
por la cervecita Toni, Evarist (que había llegado un poco antes) y yo. Creo que
estoy hablando más en valenciano hoy de lo que lo he hecho en la última semana.
Nos sentamos para comer. Y lo hacemos bien. Pedimos unos
mejillones (aquí los ponen abiertos y con una salsa mezcla de tomate y
picante), una botella de Ribera Sacra, variedad Godello, y un menú que en mi
caso contiene empanada gallega, lacón con salsa y tarta de Santiago. Nos
pasamos un buen rato hablando los tres como viejos amigos aunque nos acabamos
de conocer. Al rato viene José María y se sienta a tomar café.
Gran ambiente. No sé lo que pasará en los próximos días,
pero hoy hay muy buen rollo. Y también sabré al final de El Camino que el resto
de jornadas lo seguirá habiendo.
Abren la iglesia del siglo XII, la que trasladaron piedra a
piedra cuando construyeron el pantano. Me ponen un buen cuño (cada día tenemos
que recopilar dos para nuestro pasaporte de peregrino). Portomarín está
abarrotado de caminantes de diversas partes de España y de otros de múltiples
países. Una movilización impresionante y una fuente de ingresos enorme por
turismo para estos pueblos.
Me siento un rato a contemplar una actuación de títeres. Con
tranquilidad. Me compro una pulserita azul con el lema de este recorrido
milenario que tantos peregrinos se han ido transmitiendo, el ya universal ´Buen
Camino´, y voy a que me corten el pelo. En el primer sitio ya no tienen hueco.
Acabo en una peluquería con sabor añejo, con aspecto de hace un mínimo de 30
años y con una señora mayor cortándome el pelo con demasiada precaución, y
rematándome el corte con una colonia antigua que me lanza al final, después de
peinarme, y que me acompañará durante unos días.
Cuando regreso al albergue me cruzo con Toni y me comenta que
ha quedado a cenar con José María y con sus compañeros de habitación. Antes, no
obstante, nos sentamos para tomarnos una cervecita con su correspondiente
aperitivo, unos deliciosos pimientos de padrón. Luego vamos a cenar. Se trata
de un grupo numeroso y con muchas ganas de fiesta, que comparte croquetas,
pulpo, queso de tetilla… Estoy cansado y me voy antes de que acaben porque sé
que me espera una noche a la vez, y aunque parezca contradictorio, larga (me
costará dormirme con tanta compañía) y corta (a las cinco empezarán a sonar
móviles-despertadores). Entre los ruidos (recuerdo que somos 12 en la
habitación), la luz que entra (estoy junto a un ventanal con persiana) y mucho
calor, duermo poco y mal. Y a las cinco, efectivamente, empieza el movimiento.
Tercer día. Portomarín-Palas de Rei
A las 5,55 solamente quedamos dos en la habitación. Me
preparo la mochila, desayuno la tostada, el zumo y el vaso de leche que nos dan
y a las 6,55 inicio la etapa de hoy con Toni. No obstante, a los 500 metros
recuerda que se ha olvidado de poner su nombre en la mochila (la dejamos cada
mañana en recepción para que la lleven al siguiente alojamiento). Desanda y yo
sigo.
Al poco comienzo a hablar con Daniel, un mecánico de Murcia.
Haremos toda la etapa juntos. Atraviesa un momento delicado de su vida que
comparte conmigo. Estas conversaciones forman parte de la magia de El Camino. Paramos
un par de veces, aunque marchamos a un ritmo alto. En menos de seis horas
(incluidos los 40 minutos aproximados de las dos paradas) nos hacemos los 25
kilómetros.
El trayecto discurre entre brumas y bosque al principio, con
mucha subida los primeros diez kilómetros. Luego vamos un largo tramo junto a
la carretera, e incluso por rutas de vehículos comarcales, y no tanto por
sendas. Paramos en una curiosa ermita donde un señor ciego nos pone un cuño
templario y debajo añades la fecha en números romanos. Después de darle la
voluntad me ha regalado dos estampitas (de la Virgen de Lourdes y de Santa
María Magdalena) con oraciones.
Llego a Palas del Rei con un trozo de suela menos en una
zapatilla, dolor en un juanete y las pantorrillas algo cargadas. Directo a la
ducha y a la cerveza fría. Momentos placenteros al final de cada etapa. No está
Toni aún en el albergue, aunque sí Evarist, que me da una tirita para el
juanete y Trombocid para untarme en las piernas y relajarlas.
Nos vamos a comer a un restaurante con un camarero bastante
peculiar y poco servicial. Nos juntamos Evarist, Toni, Daniel, una pareja de
Barcelona (Carlos y Mari-Ángeles) y yo para disfrutar del menú diario (en mi
caso, caldo gallego y pulpo a la brasa) y un vino cosechero. Se hacen las cinco
y vuelvo al hotel. Hoy estamos en cápsulas tipo japonesas, muy completas, con
espacio habilitado para la mochila, una repisa, luz, enchufe y una cortina que
nos da una intimidad que no he tenido ni tendré en el resto de albergues.
Me voy a la lavandería, pongo la ropa y al bajar para
cambiarla a la secadora un peregrino uruguayo me invita a mate. Encuentros de
El Camino. Me dispongo a escribir este diario con los pies metidos en un
barreño de agua fría hasta que se seque la ropa.
Voy a la iglesia local para asistir a la tradicional misa
del peregrino. Está repleta. Un cura muy cosmopolita dirige la homilía (le
acompañan dos caminantes sacerdotes). Veo que Daniel me ha escrito para cenar.
Quedo con él y nos tomamos una tapa de queso con cerveza en la terraza del
mismo sitio donde hemos comido. Al poco aparece Evarist, que nos ha visto en
este emplazamiento privilegiado y se suma a la cerveza.
Luego cenamos un bocadillo (en mi caso de ternera) y regreso
al hotel. Hoy quiero acostarme relativamente pronto (sobre las 22,30 horas) en
el habitáculo japonés. Antes de dormir siempre hay unas cuantas cosas que
arreglar, como preparar la ropa de mañana para evitar hacer ruido de madrugada,
dejar la mochila medio arreglada, poner en la etiqueta el destino del día
siguiente, rebozarse los pies con visvaporús, leer… Esta noche duermo mejor. Tener una cortina
que te separe del mundo contribuye decisivamente a conciliar el sueño.
Cuarto día. Palas del Rei-Arzúa
Iniciamos a las 5,55 de la mañana la etapa más larga. A las
5,30 ya estoy en pie. Me ha despertado la alarma de Evarist. Nos esperan 28,5
kilómetros por delante, que acabarán superando los 30 se incluimos el tramo
desde los hoteles al camino, tanto a la ida como a la vuelta. Después de
comerme el picnic que me dieron anoche (tan de madrugada no está abierto el
bar), comienzo etapa junto al citado Evarist.
Es noche cerrada. Él lleva una linterna estilo minero en la
cabeza. Hoy no nos escolta la bruma y en seguida me quito la gabardina.
Realmente el buen tiempo nos acompañará durante todo el camino y no caerá sobre
nosotros lluvia ni nos atenazará el frío. Transitamos a buen ritmo, pasando por
caseríos y bosque hasta llegar, 14 kilómetros después, a Melide, donde está
archiaconsejado parar a comer pulpo. Aunque a las 9,15 el cuerpo no lo pida
mucho, cumplimos con la tradición.
Nos detenemos en uno de los dos grandes restaurantes con más
fama (Ezequiel y A Garnacha). Nos inclinamos por Ezequiel, donde, en la
entrada, enormes fogones calientan calderas cociendo pulpo. Pronto se llena el
local. Al poco aparecen Toni y Daniel.
El segundo tramo abarca empinadas subidas y descensos. Duele
la rodilla y calienta de lleno el sol. La etapa nos emplea 7,30 horas,
incluyendo dos paradas de 20 minutos. Las últimas cuatro horas las hacemos
seguidas.
Después de atravesar algún riachuelo y aldeas, llegamos a
nuestro albergue con ganas de disfrutar de una ducha reconfortante. Para
nuestra desgracia, todavía no han llegado las mochilas, con lo que toca hacer
tiempo tomando una cerveza en un local cercano. Para nuestra sorpresa, la tapa
que nos ponen –una porción de empanada a trozos- viene y va, de manera que en
cuanto te sirves el camarero se la lleva a otro cliente que esté apoyado en la
barra, sin retorno a menos que la reivindiques.
Tras la ansiada ducha, nos vamos a comer a una pizzería con
un propietario bastante singular y con unas suculentas y enormes pizzas y las
paredes del local abarrotadas de mensajes sobre El Camino. De hecho, el
propietario, italiano, se instaló allí al conocer el municipio haciendo el
recorrido con final compostelano.
Llega el momento del reposo, que suelo dedicar a escribir, y
el posterior paseo. Comparo las comisiones de los tres cajeros céntricos, que
rondan entre 2,90 y 1,80 euros. Me acerco a la tradicional misa del peregrino,
abarrotada y con mensaje final del cura, que pide a quienes peregrinamos que nos
acerquemos al terminar la homilía. Prácticamente lo hacemos casi todos los
presentes. Un pequeño sermón y unos cantos, con la emoción que transmiten las
lágrimas de una peregrina (cada cuál sabe lo que arrastra en su interior),
ponen el epílogo.
Me encuentro algo regular y creo que se debe a lo poco que
me he hidratado en la larga, calurosa, ascendente y descendente etapa de hoy.
Empiezo a remediarlo tomándome una bebida isotónica con Toni y José María en la
pizzería del italiano caminante, y luego otra, delante de una tabla de quesos,
con Evarist, Daniel, Carlos y Mari-Ángeles en una quesería.
Cuando retorno a la habitación mi ´vecino´de la litera de
arriba ya está roncando. Apenas son las diez de la noche, las luces están
encendidas y la gente entra y sale, aunque parece que no resulta un problema
para alguien de buen dormir como el citado peregrino, poco saludador –algo
inusual en el camino-, por cierto. Después de aguantar un rato, y cuando ya
algunas caminantes más van tratando de acurrucarse en los brazos de Morfeo, me
levanto y apago la luz central de la habitación con 24 huéspedes. Son las 23
horas de la noche del día con más kilómetros de El Camino. Mi aparato de
teléfono móvil marca que he superado los 47.000 pasos.
Quinto día. Arzúa-O Pedrouzo.
Hoy Evarist se ha moderado y hasta las seis no ha puesto su
despertador. Me pongo en pie, acabo de arreglar mis bártulos y salgo a la calle
para ir al bar del cual tengo un vale para desayunar que me han dado en el
albergue, que no sirve desayunos. Son las 6,45 y el local, aunque pone que abre
a las 6, está cerrado. Total, que comenzamos a andar.
La senda discurre por bosque, junto a carreteras y entre
casonas, aunque sin tocar pueblo alguno. A las dos horas paramos a desayunar un
buen pincho de tortilla para saciar el apetito, en una cafetería habilitada en
pleno camino, aislada del resto de viviendas, y en la que hacen fotos
artísticas en blanco y negro de gran tamaño. Aquí nos alcanza Daniel.
El Camino se va masificando. Me viene a la cabeza la
comparación entre la familiar playa de Daimús, en la provincia de Valencia, y
la concurrida de Benidorm, en la de Alicante. Proliferan ya las bicis a gran
velocidad que te obligan (normalmente previo aviso con cordialidad y educación)
a retirarte a un lado. El mejor ejemplo de la citada masificación lo constituye
el albergue en el que pernoctaremos esta noche, con 90 camas en tres con dos
separadores de plástico. Mi espacio lo comparto con 70 personas más. No
obstante, la noche transcurrirá bastante tranquila. Y gracias a los numerosos
carteles indicativos y al respeto de quienes se alojan, a las 23 horas no
quedará una luz encendida ni se escuchará el más mínimo susurro.
Nos tomamos primero la cerveza antes de disfrutar de la
ducha. Esta vez a las 12 en punto ya nos habíamos plantado delante del
albergue, antes de que abran y de que lleguen las maletas. La eficiente e
hiperactiva recepcionista nos recomienda un restaurante cercano, con nombre que
evoca tranquilidad, y allí vamos a disfrutar del menú del día. Por aquí lo de
menú del peregrino no suele ser habitual. Te acoges al general. Y así lo
hacemos, dándonos un pequeño homenaje gastronómico con chuleta de ternera
gallega, buen vino y un trozo de deliciosa tarta de queso.
Después llega el rato de descanso, de recopilar por escrito
lo ocurrido y de anticiparse a la etapa de mañana (ya será la última) leyendo
en mi guía el recorrido.
Luego entramos en el final de la tarde, con el ya clásico
recorrido por el pueblo, visita a la iglesia que están cerrando y remate
sentados en la terraza de una quesería saboreando, claro está, la
correspondiente tabla de quesos. A la que luego seguirá otra de embutido. Con
una botella de vino Albariño para acompañar la parte sólida de la cena.
Aprovecho para comprar en este local una pulsera del recuerdo de El Camino. Y
de allí, al albergue para cerrar los últimos detalles del día y prepararse para
la etapa de mañana. La última.
Sexto día. O Pedrouzo-Santiago.
Desayuno a las seis y, sin más dilación, nos ponemos en
camino. Nos espera hoy un tramo de 19,4 kilómetros. La proximidad de Santiago
hace que progresivamente aumentemos el ritmo. Y lo hacemos más si cabe para
adelantar a un nutrido grupo (64 peregrinos) de una parroquia de Puertollano.
Subidas, bajadas, pasamos junto a las sedes de Televisión de Galicia y de los
servicios territoriales de TVE y llegamos al célebre monte de O Gouzo, desde
donde en días despejados (no es el caso del que nos asignó el destino) se
vislumbra ya la catedral. Por cierto, conforme te acercas a meta la ruta está
peor indicada, con menos señales y con las existentes más deterioradas.
Aquí se nos suma la pareja de Barcelona al grupo de
peregrinos compacto que formamos ya Daniel, Evarist y yo y enfilamos el tramo
final, que discurre por las calles de Santiago hasta que nos plantamos en la
mismísima plaza del Obradoiro. Son las 10,20. La hemos alcanzado en apenas
cuatro horas. La alegría nos embarga. Objetivo conseguido. La imponente fachada
nos muestra la dimensión de la meta.
Nos hacemos las fotos de rigor y, con buen criterio y ya que
nos hemos anticipado a la mayor parte de compañeros de camino, nos dirigimos a
oficina habilitada para emitir las correspondientes credenciales de peregrino.
En mi caso, también sumo el certificado de distancia, donde escriben mi nombre
y la cifra de 114 kilómetros recorridos desde Sarria. La espera en la cola de
la oficina apenas nos emplea diez minutos de nuestro tiempo.
Después me dirijo a una escondida oficina de Renfe situada
tras la catedral y dentro de un museo, con el objetivo de cambiar mi billete de
tren y salir antes al día la siguiente. Lo consigo in extremis, ya que
únicamente queda una plaza en clase turista para el transporte que enlazará por
vía férrea mañana Santiago con Madrid.
Y luego, a la ancestral misa del peregrino que, debido a las
obras en la catedral, la han trasladado a la iglesia de San Francisco. Y, una
vez finalizada, a conocer el hostal. En Santiago he optado por una habitación
individual para la última noche. En cuanto entro echo ya en falta –quien me lo
iba a decir- el bullicio respetuoso de los abarrotados albergues.
Ya disfrutada la ducha, llega el homenaje gastronómico
diario, aunque cuesta encontrar un sitio para comer porque todos los que
circundan la catedral se hallan abarrotados. En el mejor de los casos te dan
cita para dentro de hora y media. Pulpo con patatas de base (poco habitual en
los anteriores municipios la presencia del tubérculo), revuelto de huevos con
chorizo, pimientos de padrón, patatas con alioli y zamburiñas deleitan nuestro
paladar.
Nos encaminamos al interior de la catedral, que está marcada
por los andamios y plásticos en su interior y la larguísima cola para dar el
abrazo al santo. Evito esta última y prefiero pasar por la cripta y contemplar
el cofre. Remate de tarde con compras para la familia en las curiosas tiendas
de nikis. Regreso a la habitación para recopilar por escrito la jornada, y luego,
quedada a las 20,30 horas para la cena de despedida. Antes me aseguro bien de
la ruta para alcanzar la estación, que mi tren sale a las 7,48 de la mañana del
día siguientes.
Media ración de pulpo, navajas y mejillones para rematar la
experiencia y brindar por la amistad que El Camino ha sembrado entre Evarist,
Daniel y yo. Después, último paseo por la ciudad para rematar, con unos minutos
de silencio en la plaza del Obradoiro con el fin de disfrutar del momento. Lo
último lo conseguimos, aunque el citado silencio lo trunca una tuna
compostelana con su clásico repertorio. Quizás el mejor epílogo.
Comienzan las despedidas. El destino quiere que, en la
dirección hacia el hotel, nos crucemos con tres chicas de diferentes municipios
de la provincia de Castellón con las que hemos coincidido en anteriores
ocasiones y, al pasar por la ventana de un bar, veamos a Toni y a José María
con su grupo de nuevos amigos. En seguida se giran y podemos entablar nuestra
última conversación.
Y así, con despedidas entrañables y sentidas, concluye mi
experiencia en El Camino de Santiago. Lo emprendí sin expectativas previas,
dejándome llevar y con la única premisa de disfrutar del trayecto y de lo que
surgiera. Lo termino con las piernas menos cargadas de lo que pensaba, sin
ampollas (posiblemente gracias a los masajes de vaselina y visvaporús), con los
paisajes gallegos en mente y con una sensación de plenitud y de haber saboreado
una vivencia fabulosa. Y, por supuesto, con ganas de repetir. Posiblemente por
otro de los caminos, o por un tramo diferente del denominado Camino Francés, y
sumando algún día más.
Esta crónica me la ha publicado, por etapas, también la web soloqueremosviajar.com
Puedes leerla en los siguientes enlaces:
Cuarto día de El Camino: Palas de Rei-Arzúa, la etapa más larga
Quinto día de El Camino: Arzúa-O Pedrouzo
Llegada a Santiago: la ilusión de finalizar El Camino
Quinto día de El Camino: Arzúa-O Pedrouzo
Llegada a Santiago: la ilusión de finalizar El Camino
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