Nuestro hotel, Corona del Mar, está casi en primera línea de la playa de Poniente, muy cerca del puerto. Pocos establecimientos hoteleros se han mantenido abiertos este año en temporada baja. Después del desayuno, paseamos por el casco antiguo, con los villancicos de Navidad de fondo, para desembocar en la playa de Levante. Desde allí subimos al denominado Mirador del Mediterráneo, situado entre ambas grandes playas y sobre la diminuta Mal Pas. Si no te fijas, no la ves, y te pierdes un espacio tan diminuto como singular.
La panorámica es más sabrosa unos metros más hacia arriba, desde al antiguo castillo, con sus cañones cruzados que sirven de antesala. De esta atalaya queda poco más que las vistas, porque lo que fue quedó destruido en el siglo XIX.
De allí tenemos muy cerca la iglesia de San Joaquín y Santa Ana, que guarda la muy venerada imagen de la Virgen del Sufragio, que se salvó del incendio del barco sin tripulación que llegó hasta la costa de Benidorm. Aquel suceso ocurrió en 1740. Ahora es la patrona del municipio, representada por esta singular imagen casi bicéfala, con la Virgen y la cabecita del niño Jesús emergiendo junto al rostro de su madre. Se halla nada más entrar en la iglesia, en una capilla situada a su izquierda.
Descendemos por la escalera casi de caracol que acaba desembocando junto al puerto, donde algún propietario de embarcación acicala la suya mientras las casetas de venta de billetes a la isla de los Periodistas o a Tabarca están cerradas hasta mejor ocasión.
Nos desplazamos hasta la calle Filipinas. Muy cerca, en una amplia explanada al lado del hotel Pueblo (de ahí su nombre) cada domingo se instala el mercado Benidorm Pueblo. Un bullicioso (estos meses pandémicos, mucho menos) batiburrillo de puestos ambulantes que venden todo tipo de prendas de vestir personas y aparatos tecnológicos, con algún bar intercalado. Abre de 8 a 14 horas más o menos.
Desde allí, en este Benidorm invernal en el que apenas hay tráfico que ralentice los desplazamientos, nos encaminamos hacia el lado contrario, al extremo de la playa de Poniente, más allá del ahora cerrado hotel Bali.
Subimos hasta el denominado Tossal de la Cala, donde las tropas del general Sertorio, rebelado contra la omnipotente Roma, construyeron un fortín hace casi 2.000 años desde el que se contempla una amplia perspectiva del mar.
Ascendemos en solitario la empinada rampa del Tossal, que parte de la ermita de la Virgen del Mar. Doble curva recorriendo lo que fueron las habitaciones de los denominados contubernio romanos para alcanzar la cima, ya superados los restos de muralla, y contemplar una perspectiva completa de la bahía de Benidorm, de todas sus playas, e incluso, detrás, la sierra de Bernia o el Puig Campana. La mejor vista posible. O la más completa.
Descendemos y nos desplazamos a comer a la cercana Altea, a la plaza que circunda la iglesia parroquial Nuestra Señora del Consuelo. En el bar La Plaça nos insisten, sin ningún miramiento, en que está la cocina ya cerrada, por lo que nos movemos a la limítrofe pizzería Little Italy, que te ofrece garantías de buenas vistas y comida de cierta calidad.
Paseo por las callejuelas del característico blanco impoluto de Altea, tranquilas en esta época invernal, y regreso a Benidorm. Un poco de tránsito por el paseo marítimo, en dirección al puerto, pasando junto al columpio con forma de navío que recuerda el que trajo la imagen de la Virgen del Sufragio, y retorno al hotel para cenar.
La tarde anterior el recorrido había sido a través de la playa de Poniente en dirección al Tossal, por todo el tramo del paseo marítimo, con la mayoría de locales cerrados en sábado tarde, hasta que el citado paseo se bifurca y la parte inferior, la que pasa junto a la arena de la playa, se convierte casi en una acera más. La sensación de pasear por la costa en invierno, de noche, con el viento de cara, siempre adquiere una sensación especial, con cierto tinte de dramatismo o de nostalgia. No tiene nada que ver con pasear una noche de verano que ha vencido ya la torridez del día y que caminar por la calle supone un alivio. Más bien ocurre lo contrario, aunque no por ello ha de resultar desapacible. Eso sí, has de darle cierta velocidad a tus pasos para no quedarte aterido de frío.
Villalonga
Tiene poco que ver con Benidorm, pero desde Valencia hasta la turística ciudad alicantina la población de Villalonga (o Vilallonga, en valenciano) está prácticamente a mitad de camino, y enlaza, una vez emprendido el camino que sale desde detrás del instituto y continuado unos dos kilómetros, con la amplia senda de lo que se conoce como Circo de la Safor. Andamos unos 40 minutos por ella, contemplando una cascada del Serpis, llegando a la bifucarción por un tramo de camino de Santiago y un descenso hasta el lecho del río, entre rocas y frente a antiguas naves de fábricas abandonadas hace demasiado tiempo. El camino prácticamente desaparece por este tramo, con un enorme arbusto caído que lo bloquea. Estamos rodeados de montañas, disfrutando de los sonidos y olores propios de estos parajes. Sin alteraciones. Retornamos al coche, aparcado en la explanada que deja una antigua cantera.
Iglesia ortodoxa en Altea
Y también en la carretera de regreso de Benidorm a Valencia, pero todavía en la comarca alicantina de la Marina, se puede contemplar una espectacular iglesia ortodoxa, en el entorno de la urbanización Altea Hills, entre la citada localidad de Altea y Calpe. Desde la autovía, si se mira hacia la playa, posiblemente pueda vislumbrarse alguna de sus cúpulas doradas sobre una imponente construcción de madera. Pertenece al mismísimo patriarcado de Moscú y fue construida con materiales traídos desde Rusia. La de San Miguel Arcángel constituye la réplica valenciana de una homóloga rusa del siglo XVII. La primera piedra fue colocada hace ya prácticamente dos décadas, a modo de comienzo del templo iniciático en España de la Iglesia ortodoxa rusa.