Fuente de los Cloticos, en Bejís |
Ruta hacia el interior de la provincia de Castellón. Nos adentramos desde la costa y pasamos por la industrial Onda, con su extenso polígono. Pensamos si paramos y damos un paseo, pero el bullicio de tráfico y animación y las ganas de entorno rural de este viaje hacen que sigamos.
De modo que continuamos hacia Fanzara. Aquí sí que aparcamos y nos detenemos para disfrutar de su
Museo Inacabado de Arte Urbano, que es ni más ni menos que todo el pueblo. ¿Y
en qué consiste? Puesen que en las
paredes puedes contemplar desde dibujos de rostros de personajes que te
observan con aparente interés hasta una colección de gatos, por poner
únicamente algunos ejemplos de lo que la imaginación de los artistas que se han
concentrado en las seis ediciones del festival de Fanzara ha dado de sí. En la
práctica, más de 150 “intervenciones artísticas” que dan lustre a las fachadas
de múltiples viviendas.
Proseguimos hacia Montanejos
y ya desde antes de entrar, al pasar por Montán, las calles están repletas de
coches de visitantes, buena muestra de que se trata de un día festivo y de que
esta localidad, famosa por sus aguas y balneario, tiene tirón. Aparcamos en La
Fuente, a 3,6 euros tres horas más o menos de estacionamiento. Llama la
atención ver Zona Azul en un descampado junto al río, pero así se las gastan en
esta población. La misma imagen que transmite el forzudo guardia de seguridad
situado junto a la caseta de acceso a las fuentes que, con cierta rudeza, exige
el billete de entrada.
Venimos a relajarnos y el entorno montañoso acompaña, así
que damos un paseo por el pueblo y nos dirigimos al bar Los Luises, donde
tapeamos. Luego transitamos por la plaza de la localidad, repleta de mesas con
gente comiendo carne. Descendemos hacia el río para ir en paralelo a su cauce
con destino al aparcamiento. Eso sí, antes de irnos del término municipal
pasamos por el enorme chorro o aliviadero del pantano de Arenós. Impresionante
acercarse y empaparse. Todo a la vez y en cuestión de segundos. La experiencia
merece la pena con creces.
Subimos al coche y retomamos nuestro camino hacia El Toro. Subimos un puerto de montaña.
Pasamos por San Agustín, Barracas y nos viene justo para entrar en el hotel
rural Los Abriles mientras comienza a arreciar la tormenta y a descargar
granizo. Sesión de jacuzzi, cena, paseo rápido casi a oscuras por el pueblo y a
descansar.
Al día siguiente, recorrido matutino por el casco urbano de
El Toro, municipio de poco más de 200 habitantes. Hoy plantan el mercado
ambulante, con sus cinco puestos: cuatro de ropa y uno de hierbas y aceites
para el cuerpo. Existe una sola tienda-panadería, donde pueden compartir
espacio únicamente tres clientes (las restricciones pandémicas obligan). Subida
hasta los vestigios del castillo, con su interior recubierto de matojos. Es de
esas construcciones que mantiene con cierta dignidad parte de los muros
exteriores, dando una sensación de que quizás haya algo más una vez subes y te
adentras en ellos. Pero no lo hay.
Vamos a pasear por Barracas,
una localidad en decadencia desde que no es paso obligado de vehículos ni acoge
grandes atascos. Le ocurre algo similar a Motilla del Palancar. Sus carnicerías
siguen teniendo tirón, pero poco más. La tienda de ropa de deporte a bajo coste
mantiene una oferta bastante justita.
Emprendemos camino hacia la aldea de El Molinar. Nos recomiendan una carretera a la que sigue una pista
repleta de rulos, socavones… Casi 50 minutos después de salir llegamos a un
espacio muy singular, al que no se puede entrar con vehículo porque lo impiden
unas cadenas. Cascadas, casas a diferentes alturas, puentes... en medio de un precioso
valle.
Vadeando el río Palancia en el camino hacia su nacimiento |
Desde allí parte el camino hacia el nacimiento del río Palancia. Dejamos el coche al inicio y
afrontamos a pie los alrededor de 2,5 intensos kilómetros. La senda se va
estrechando cuando tienes que vadear hasta cinco veces el Palancia sobre troncos
o piedras, trepar por rocas de metro y medio de altura o encogerte entre
paredes de plantas punzantes. Resulta complicado no meter en algún momento el
pie con la zapatilla en las frías aguas del Palancia. Tampoco es problema.
Forma parte de la aventura. Necesitamos unos 45 minutos de ida y otros tantos
de vuelta.
Retornamos al hotel desde el lado contrario, más fácil
aunque con mayor recorrido de kilómetros. Desde Bejís. Cenamos un menú de 12
tapas de la zona.
Tercer día. Intentamos ir a la cueva de Cerdeña, en el
término de Pina de Montalgrao. Nos
adentramos por un camino sin asfaltar al final del casco urbano, hasta que unos
senderistas nos advierten de que en breve nos veremos obligados –por las
dificultades de la ruta- a dejar el coche y a caminar una hora para llegar y
otra para volver.
Otra vez será. Como alternativa, paseamos entre las calles
de Pina, por las ruinas del castillo, detrás de la iglesia, por el horno
antiguo y por el mercado ambulante dominical de apenas dos puestos.
Desde ahí nos vamos a Bejís, porque hoy toca la Fuente de
los Cloticos, un paraje natural al que se accede por una estrecha carretera de
montaña que desciende al final hacia el camping. Allí aparcamos donde podemos,
pues está abarrotado, y bajamos la ladera, por una escalera empinada esculpida
en el terreno que lleva directamente hasta la foto característica del lugar, la
de la cascada. Nos sirve de inicio de un recorrido de unos 20 minutos (puede
alargarse más) por una senda agradable y poco transitada para tratarse de un
domingo y teniendo en cuenta la gran cantidad de vehículos aparcados arriba,
donde también hay un merendero.
Comemos el menú casero del bar Tren Pita (por cierto, su
nombre, según nos explican, responde a la suma de los apodos de familia del
hombre y la mujer que lo fundaron) y luego caminos por el casco urbano,
subiendo a los restos del castillo y ascendiendo lo suficiente como para tener
una visión completa del acueducto.
De Bejís nos
desplazamos a Jérica. Una pena que
esté cerrada la zona amurallada que entorna la famosa torre mudéjar, conocida
como de Las Campanas. Nos conformamos con pasear junto a las murallas de la
ermita, por sus calles en ascenso y descenso. Retorno al hotel, baño, cena a
las ocho y breve tránsito nocturno.
El cuarto día es el de retorno. Antes, un último paseo por
El Toro, en este caso hacia el polvorín, apartado algo más de dos kilómetros y
medio del casco urbano. Y no nos vamos sin pasar por la tienda y comprar una
barra de pan, de ese con olor típico de pequeños municipios de sierra, del que
conserva su fragancia panadera. Volvemos por una carretera algo más sinuosa,
que discurre por los municipios de Teresa
y Sacañet (62 habitantes), para ya entrar en la provincia de Valencia por
Alcublas y desviarnos hacia Andilla, donde comemos en el único restaurante
abierto, que expande sus mesas en la entrada de la iglesia. Con sol y viento
disfrutamos de la paella, la olla y la carrillada, y de la panorámica.
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