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martes, 12 de octubre de 2021

La otra Calpe: el reposo zen antes de subir al peñón de Ifach

Calpe despunta por sus playas a poniente y levante, por su paseo marítimo, por ser una población costera o por contar con el imponente parque natural del peñón de Ifach. A todo ello suma, menos conocido, un casco urbano que conserva las esencias del clásico pueblo valenciano, con sus calles estrechas y algunas peatonales, llenas de recovecos, adornadas de fiesta en algunos casos aunque no estén celebrándola.



Entre esas callejuelas se halla la denominada Justicia, y en uno de sus laterales, difuminado por las casonas, aparece el hostal residencial Terra de Mar. Contrasta con los enormes edificios hoteleros de Calpe; más bien constituye la antítesis. Apenas cuenta con una decena de habitaciones, cada una con sus detalles personalizados, con sus toallas dobladas con firma propia, o con flores en sus rollos de papel higiénico, por explicar hasta donde llega ese detallismo.

En las paredes de la escalera puedes leer frases inspiradoras que exaltan el amor o promueven la paz interior. Hasta que subes a la cima, a su ático, presidido por un buda del que mana una fuente. Es el espacio de la relajación, la calma, el té, la música masajeante, los desayunos en los que las servilletas tienen forma de flor, los platos se riegan de sal desde una especie de varita mágica o la leche se sirve en taza con forma de vaca.

Todo en un ambiente de sosiego, desde un mirador que abarca gran parte del casco antiguo, repleto de velas por la noche, con la compañía, a escasos metros, del campanario iluminado. En este hostal preguntan al cliente el motivo del viaje y tratan de hacerlo lo más agradable y personalizado posible sobre esa referencia. Por ejemplo, si vas para celebrar un aniversario de boda puedes encontrarte con una botella de vino y dos copas sobre una cama repleta de globos y con dos toallas metamorfoseadas de cisne.

El hostal Terra de Mar representa el remanso de paz insospechado en una localidad turística, el lugar que recarga energía para ascender al peñón de Ifach. Se halla a una media hora a pie del citado parque natural. Para llegar se puede bajar por la calle Gabriel Miró, después se enlaza con Pintor Sorolla y se alcanza el paseo marítimo. Desde allí se camina con una pequeña escala en el yacimiento arqueológico de los Baños de la Reina, sorprendentemente devorado por los matojos.

Siguiendo la ruta comienza el ascenso al imponente peñón. El primer tramo hasta el túnel va en zigzag y se puede recorrer más o menos con tranquilidad. Teóricamente resulta necesario registrarse en la web del parque natural antes para entrar, porque el aforo se encuentra limitado. En esta ocasión no pedían el documento de la inscripción. La subida se hace confortable hasta llegar al túnel. El elevado riesgo de resbalar al atravesarlo y la casi necesidad de caminar sujeto a las cadenas laterales da un pista de lo que te encontrarás después.

A la salida del penumbroso túnel empieza a complicarse la senda, hasta el punto de que desaparece en tramos en que para ascender prácticamente hay que trepar por las rocas. No existe ya vallado de madera que evite las caídas al vacío. El paisaje mejora en la misma medida en que aumenta el riesgo de la ascensión. Las majestuosas gaviotas con las que te cruzas te hacen de guía. Llega un momento en que tienes el mirador de Carabiners a 351 metros y la cima del peñón a 550. Eliges. O puedes hacer ambos. Más sencillo el primero. Piensa que la bajada resultará igual de compleja que la subida.

Una buena recompensa al descender la constituye el paseo por las cercanas salinas, que ya no lo son tal. No obstante, su principal atractivo lo aportan los pelícanos que con esbeltas poses lo pueblan. Dejan en tu mente la imagen de la otra Calpe, la de la tranquilidad, la de la búsqueda de la paz interior, la zen.

 Articulo publicado también en la web de viajes soloqueremosviajar

 

 

 

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