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sábado, 2 de septiembre de 2023

Pinceladas viajeras en las islas británicas (II)

 En este recorrido en crucero con desembarco en diferentes islas británicas se trata de trazar pinceladas en tu mente sobre los lugares que visitas. No existe tiempo para profundizar; únicamente disponemos de unas horas para tratar de captar la esencia, de lograr que nos llame la atención algo especial o de impactar con alguna escena, monumento o situación que nos marque.


Llegamos, por el mar de Irlanda –ayer transitamos por el Celta-, a la capital del citado país, a Dublín. Lo hacemos desembarcando en el puerto de Dún Laoghaire, a una decena de paradas  de tren de la céntrica estación de Tara Street, a escasa distancia del histórico y laureado Trinity College.

Si en otras ocasiones optamos por las visitas guiadas de Civitatis, en esta, por horario y por propuesta, lo hacemos por las de Guru Walks para hacer un recorrido de tres horas por el cogollo de Dublín. Partimos de la superficie del recinto del ayuntamiento, donde descubrieron restos del pasado vikingo de la ciudad. A lo largo del itinerario me sorprenderá –antes me refería a algo especial- la figura de Brian Bouru, el legendario rey celta que unificó a los enfrentados pueblos de la antigua Eire y venció a los asentados vikingos.

Pasamos por el jardín de Dublín, su castillo –que dista bastante de lo que consideramos como arquetipo de esta fortificación por su carácter reciente y el colorido llamativo de algunas de sus partes externas-, el puente del medio penique –por el impuesto que se pagaba por atravesarlo-, el que es más ancho que largo o la conocida zona de cervecerías y restaurantes de Tender´s bar.

Cruzamos en diversas ocasiones a un lado y otro el río Liffey, caminamos por las céntricas calles comerciales, contemplamos el enorme pirulí o farola que homenajea a la independencia de Irlanda, nos plantamos ante las dos catedrales, la local y la nacional, y miramos con detalle el busto del gran santo autóctono (aunque me llevo la sorpresa de escuchar que ha nacido en Irlanda) San Patricio.



Así en una enumeración rápida. Posteriormente hacemos la clásica visita al patio central del antes citado Trinity College y nos tomamos una cerveza (en mi caso, una Coors) en una antigua iglesia reconvertida en restaurante. Por supuesto, entramos en un pub (el Old Storehouse), y nos fotografiamos junto a la estatua de James Joyce.

La degustación óptica da para alguna pase más del pincel de colores del arcoíris de nuestros ojos en un día inhabitualmente soleado como el que se nos ofrece. Pasamos por el mural que rememora los viajes de Gulliver o por la estatua de otro icono local de la escritura: Óscar Wilde. Después de tanta observación concentrada, queda digerirla con un regreso sosegado en tren al barco por la costa, por lugares como Gran Canal Dock o Sandymount.

Cuando visitas una ciudad no muy grande que has paseado no hace mucho tienes que aguzar el sentido para descubrir, dentro de sus principales encantos, alguno que no hayas percibido con anterioridad. En Belfast me sucede nada más empezar.

El precioso palacete que alberga el Ayuntamiento acoge un jugoso tesoro etnológico. Se trata de una extensa exposición, en su planta baja, sobre Belfast. Cada sala trata un tema, que van desde la forma de hablar característica, comiéndose letras y con un tono como de enfado y un acento más parecido al escocés, a su juegos infantiles clásicos o a su tradición astillera, sin olvidar el nombre de sus principales calles o sus avatares políticos.

Titanic

Y claro, el Titanic, porque la ciudad gira alrededor del famoso buque que fletó en 1912 y al que ha dedicado toda su zona reformada al otro lado del río Lagan. El imponente edificio monográfico sobre el barco con el hundimiento más famoso de la historia constituye el principal ejemplo, aunque no el único en un espacio kilométrico en el que todo luce como apellido Titanic. Incluso el navío replicado del que consideran su “hermana pequeña”.

La ruta del Titanic está señalizada desde el centro de la ciudad con carteles amarillos. Pasa junto al enorme torreón del Albert Clock o a las concurridas calles peatonales repletas de tiendas de ropa y de pubs.


Después, una mirada rápida a la catedral de Santa Ana –y más calmada a su cripta- y paseo, porque cuando ya has visto lo principal de una ciudad en una visita anterior puedes disfrutar de un caminar más anárquico, sin presiones turísticas. En mi caso, me adentro en una librería de Oxfam y otra particular de obras de segunda mano, entre pasillos estrechos repletos de libros.

Esta vez evito transitar por los espacios que recuerdan a todo el conflicto bélico fratricida y me zambullo más entre callejuelas. Sí que intentamos tomar media pinta de una Guiness o de otra cerveza local menos internacional en el famoso pub The Crown. Nos conformamos con recorrerlo y salir, porque está abarrotado. Y con estos tonos concluye la pincelada de Belfast.


Glasgow

Siguiente etapa, Glasgow, la gran ciudad industrial escocesa, su centro comercial. La antítesis, en monumentalidad, de Edimburgo. Llegamos desde Greenock, una localidad portuaria ubicada a 40 minutos en tren de la urbe del oeste de Escocia. Y paramos en Central Station, la enorme estación situada en pleno corazón de la Glasgow.

Recorremos de arriba abajo Buchanan Street, su epicentro de tiendas donde nos comentan que el metro cuadrado está a 2.500 libras y que es la calle de una ciudad británica que no sea Londres por la que más personas transitan.

Glasgow está repleta de llamativos murales pintados en paredes de casas. Algunos muestran una imagen actualizada de San Mungo, el santo local, cuyo sepulcro preside con solemnidad la cripta de la preciosa catedral, el edificio más significativo, con diferencia, de una ciudad en la que mendicidad y caridad se entremezclan con lujo y pubs ocupando antiguas iglesias.



La extensa plaza de Saint George, con exuberantes estatuas como la del brillante escritor Walter Scott, homenajeado con más pasión en Edimburgo, exhibe el edificio que alberga el Ayuntamiento. A su alrededor, comercios (sobre todo de ropa) y pubs.

La tetería diseñada por McKintosh a finales del siglo XIX, radicada en la calle Buchanan, rompe con esa repetición de locales. Vale la pena entrar para curiosear sus singulares sillas. Y también para refugiarse del frío y del viento tan propios de Escocia. La ciudad no invita a mucho más.  Quizás a recorrer su museo de Kelvingrove o a subir hasta su necrópolis, ubicada tras la catedral, para tener una panorámica urbana.

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