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martes, 19 de agosto de 2025

El Camino Inglés: entre bruma, bosques y rías (I)

Me gustan los caminos que empiezan y terminan. También en el Camino de Santiago. No se trata de que las decenas de variantes carezcan de un final, que obviamente lo tienen y es Santiago de Compostela, sino que la mayoría no se puede realizar al completo por falta de tiempo o de la imprescindible resistencia.

En esta coyuntura, busco los asumibles con inicio y conclusión. El año pasado fue el Camino del Salvador, entre León y Oviedo, y en 2025, el Inglés, entre Ferrol y la ciudad compostelana, a acometer en seis o cinco (como ha sido mi caso) etapas.

El vuelo Valencia-Santiago, fletado por Ryannair, despega a las 5,40 de sábado. Aterrizamos entre una densa niebla y a 17 grados un 9 de agosto a las 7 de la mañana. Toca esperar a que lleguen taxis a cuentagotas. Lo compartimos con una peregrina que hará el Camino Francés desde Sarriá, un clásico como primera experiencia en esta ruta que engancha (yo ya voy por mi séptima experiencia).

Los tres nos dirigimos a la estación; ella, a la de trenes; y nosotros, a la de autobuses. Están juntas. En esta última nos toca esperar dos largas horas a que salga el primer autobús de la compañía Monbus hacia Ferrol, con parada en Pontedeume. Las butacas no están numeradas en los billetes y el transporte sale prácticamente al completo. En el trayecto recupera el retraso inicial de 15 minutos. Una vez en la estación, vamos paseando a nuestro hotel, América -demasiado amplio y evocador el nombre para lo que encontramos-.

Una vez instalados, paseamos por Ferrol. Localizamos el punto de inicio del Camino Inglés, que se extiende a lo largo de 113 kilómetros para terminar en la plaza de Obradoiro. Ese hito iniciático se sitúa en la oficina de turismo, frente al puerto deportivo, donde se desarrolla una feria de marisco, basada en la degustación, entre cuya oferta también se hallan empanadas de diferentes sabores y tarta almendrada.

Bordeamos la ría para llegar hasta A Malata, circundar el estadio del Racing de Ferrol y volver al hotel. El calor se ha apoderado de la ciudad. Cenamos por diez euros cada uno un buen plato combinado en el mesón Mateo.

Primera etapa: Ferrol-Pontedeume

Mañana de madrugar, como mandan los cánones del Camino para intentar evitar las horas vespertinas de más sol. La primera etapa, que concluye en Pontedeume, es la más larga, con 27,7 kilómetros de distancia. Ya nos hemos dejado, como haremos cada día, todo preparado la noche anterior para que al despertar baste vestirse, ponerse la vaselina en los pies, calzarse las botas y a caminar.

La primera mitad de etapa discurre casi lindando la ría de Ferrol. Con su panorámica a nuestra derecha atravesamos casco urbano, polígono industrial, zona residencial e incluso un gran parque hasta llegar a Neda, donde termina la ría y toca pasar al lado contrario, como remontándola por la orilla contraria aunque empezando ya a orientarnos hacia el interior.

Antes, en Neda, nos cuñan la credencial de peregrino en la bonita ermita de San Nicolás. Lo hace un lugareño con muchas ganas de explicarnos sus detalles. Ando con hambre, porque es la hora de almorzar -desde hace varios años en el Camino renuncio a desayunar para intentar disfrutar con apetito desatado de un buen bocadillo- y no encontramos un lugar en el que no se limiten a darnos pan con fiambre.

Proseguimos hacia Fene, el siguiente municipio, ya por algún tramo boscoso. Nos vamos cruzando con tres chicas ecuatorianas y dos alemanas. A veces nos adelantan ellas y otras, nosotros, como resultan tan habitual en el Camino. Al final paramos a almorzar a las 11,30 y desde allí ya encaramos el tramo final, entre subidas y bajadas y con el sol calentando con fuerza mientras tratamos de aprovechar todas las fuentes que encontramos.

Compramos una botella de agua bien fría en Cabanas para refrescarnos antes de avistar el famoso puente que da renombre a Pontedeume, una localidad que supera en censo los siete mil habitantes y que en verano se encuentra abarrotada. Es domingo y los bañistas en el río Eume proliferan.

Llegamos a nuestro alojamiento con el primer deseo urgente de peregrino: una buena ducha. Luego ya se trata de buscar un lugar donde comer en una población llena a rebosar. Al final nos recomiendan el bar Alameda y constituye un acierto. Disfrutamos de un denso y sabroso cachopo. Después viene el descanso en forma de siesta y el paseo vespertino por la ciudad, junto al citado Eume y por el antiguo cogollo medieval.

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