Andorra sorprende como país. Lo hace pasear por una diminuta
nación con siete picos que casi rondan los
3.000 metros de altura y que apenas
tiene un 10% de su superficie construida. Se trata de un recorrido entre montañas por un lugar tan cercano a España como, muchas veces, desconocido y del que
recibimos poca información, algo que a sus habitantes quizás les interese.
No llegan a 80.000 habitantes, pero mantienen un férreo
control sobre concesión de nacionalidades e incluso sobre cupos de ´temporeros´
o trabajadores que acuden en temporada alta de turismo para reforzar a los
autóctonos en sus negocios. 5.000 temporeros anuales me comentó un guía. Parece
poco recurso humano para tanto negocio que se mueve en Andorra.
Los bancos y las gasolineras proliferan. Los primeros, eso
sí, con marcas propias. La gasolina, hasta 40 céntimos el litro más barata que
la de Francia y unos 15-20 respecto a la de España.
Esta pequeña nación montañosa se halla dividida en siete
parroquias (equivaldrían a las autonomías españolas), cada una con sus propias instituciones y con dos consellers o
representantes en el parlamento. En total, cada parroquia elige dos, y los
otros 14 salen de una lista nacional. Tres de cuatro partidos obtienen
representación. Y la documentación que genera el parlamento se hallaba
archivada tradicionalmente en un armario con siete llaves, una que corresponde
a cada parroquia. Sin las siete llaves, no se puede abrir. Por tanto, o están
todos y se ponen todos de acuerdo, o no avanzan. De ahí su lema de la virtud unida es más fuerte. Y juntos hacen piña para beneficio propio.
Las
iglesias románicas constituyen su principal atractivo
monumental. Algunas están abiertas para entrada libre; otras, no. Y disponen de
un centro de interpretación del románico atendido por un perfil que predomina
bastante en los espacios públicos: el de jóvenes desganados sin demasiada
motivación en que entres en los lugares. Apenas te dan explicación. Sorprende
cuando el turismo, teóricamente, es un recurso económico fundamental para
Andorra.
No acabo de comprender, y tampoco me resolvieron la duda
cuándo la planteé, por qué no son lenguas cooficiales el francés y el catalán,
sobre todo si tenemos en cuenta que los copríncipes son el presidente de
Francia (hasta la revolución, el rey; y antes, el conde de Foie) y el obispo de
Urgell. Se quedan únicamente con el catalán, lengua que aparece en todos los
rótulos e informaciones.
Las tiendas constituyen uno de sus principales reclamos,
sobre todo en Andorra La Vella. Por cierto, con numerosos trabajadores de rasgos
asiáticos y limitada comprensión del castellano y del catalán.
La flota de autobuses resulta anticuada. No aparecen paneles
informativos interiores que marquen el itinerario que siguen para saber dónde
tienes que bajar si desconoces la ruta. Funciona el sistema tradicional de
decirle al conductor dónde quieres ir y luego, cuando llegas a ese punto, este
te avisa. Aunque en los dos casos en que lo practicamos no funcionó por la
escasa expresividad del chófer. Los niños pagan al subir en el autobús desde ya
los tres años. Un cobro bastante prematuro. El trayecto de La Massana a Andorra
cuesta 1,85 euros.
Las plantaciones de tabaco proliferan por todo el país.
Único cultivo que se percibe, parecen acelgas enormes. Luego, en numerosos
comercios aparece el rótulo de “el tabaco más fresco”. Me resulta curioso leer
ese calificativo para el tabaco.
El cartel de
territori ciclista lo reiteran en todos los paneles
de carreteras para atraer ciclistas de diversos países. Contrasta con una
presencia no muy abundante de carril bici. Esta situación provoca que muchos
ciclistas invadan sin reparo aceras y sendas rurales. Otro rótulo muy común reitera la prohibición de pasear perros por múltiples lugares. Hasta un extremo nunca visto en otros países, por lo menos por quien suscribe este artículo.
Podría seguir. De Andorra me llevo la impresión de un país
precioso, con sus bordas (masías autóctonas que ejercen de restaurantes) que
sirven abundantes platos de carne, con una buena ruta peatonal entre La Massana
y la Cortinada y todo tipo de sendas forestales (Camí Ral, por ejemplo) para perderse y disfrutar del
paisaje.
También me quedo con la sensación de una nación que lo tiene bien montado
para beneficio de sus autóctonos, que no destacan por su amabilidad (lo son
bastante más, por lo menos en lo que a mi experiencia respecta, los foráneos
que allí trabajan) y que han sabido apañarse un pequeño paraíso. Frío en
invierno, eso sí.