Continuamos hasta plantarnos ante el infinitamente fotografiado Moulin Rouge, no sin antes pasar, en nuestro descenso, por otro molino típico del barrio que ejerce de techado de un restaurante. Y, desde aquí, seguimos en dirección hacia el Louvre. Hoy nos hemos puesto un doble objetivo de grandes clásicos parisinos.
Eso sí, no estamos dispuestos a renunciar a
nuestros crepes. Lo logramos y con nota. Justo en la puerta principal del museo
hay un carrito que dirige un hombre vestido de capitán de navío del siglo
XVIII, con dos sables con los que repela la mantequilla.
Armado de un inagotable sentido del humor y
con unos precios bastante económicos (cuatro euros la gallete de queso y jamón
york y tres el crepe de nutella, que denomina Nutellix), nos permite disfrutar
de un descubrimiento curioso para anotar en nuestro periplo y de una agradable
elaboración para nuestro paladar.
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Victoria de Samotracia |
Perfecto para adentrarnos en el museo con
nuestros tíques impresos y comprados para las 15 horas. Pasamos junto a la
Victoria de Samotracia y nos dirigimos hacia la tantas veces fotografiada y
grabada Mona Lisa o Gioconda, que siempre impresiona por su sonrisa y, sobre
todo, por su mirada, que o te ladeas mucho o parece que siempre te observa.
Nunca decepciona.