Amanece en Doha poco después de las cinco, aunque apuramos casi hasta las diez para levantarnos. Es viernes y, por tanto, festivo en países musulmanes. Después de tomarnos con tranquilidad la mañana, nos desplazamos, también con Uber, a la corniche, denominación que recibe el paseo marítimo. No está tan abarrotado como el zoco ayer, aunque hay aficionados de diversos países tomando fotos de la panorámica de rascacielos de fondo y, en primer plano, de carteles alusivos al mundial.
Nos comemos un swarma (como llaman por estos países a lo que
en España conocemos más como kebap) en un espacio de mesas sobre uno de los
escasos parques con la citada y preciosa panorámica de fondo y andamos hasta la
estatua de la perla, que evoca el pasado de buscadores de perlas de los
qataríes hasta descubrieron que su mayor riqueza no estaba en el mar, sino bajo
tierra.
Nos trasladamos hasta una de las principales fan zone o
espacio para aficionados, donde te piden la famosa y mundialista tarjeta Hayya,
que es la que permite entrar en todos los recintos y en el propio país. Dentro
hay numerosos juegos relacionados con fútbol, de meter la pelota por lugares
inverosímiles o de afinar tu regate, además de, claro está, pantallas gigantes.
A las 17,30 ya es de noche aquí. Los grandes rascacielos se iluminan, algunos con colores relacionados con el Mundial de fútbol o los equipos que participan. Hay miles de personas que entran y salen de la zona de fans. Y a las nueve de la noche, entre partido y partido, lanzan un castillo de fuegos artificiales y un espectáculo de drones al cielo.
Son ya bastantes horas de dar vueltas, de vivir la parte del
Mundial que no son los encuentros de las selecciones, sino de sus aficionados,
así que volvemos a la base para contemplar, ya desde la televisión, el
siguiente desenlace futbolero. Y así cerramos este día, en el que hemos tenido
los sobresaltos de la cancelación de nuestro vuelo de vuelta por parte de
Turkish y con las gestiones repetidas con Edreams para que nos busque solución.
Nos acostamos sin tener la tranquilidad de que nos lo hayan resuelto.
Por la mañana leo un correo recibido de la citada empresa de
viajes Edreamos poniendo que había confirmado los billetes para el día 5.
Espero que con eso ya esté resuelto. Nos levantamos tarde, teniendo en cuenta
que aquí son 120 minutos más por la diferencia horaria. El objetivo hoy
consiste en localizar a algún futbolista de la selección española para que los
niños lo vean. FIFA, el organizador, no deja acercarse a los entrenamientos.
Los tienen totalmente restringidos.
Después de numerosas gestiones conseguimos el número de Pau
Torres, el futbolista del Villarreal. Le llamo, le cuento toda la historia
pidiéndole un minuto de su tiempo y lo único que me pregunta es quién me ha
dado su teléfono para colgarme acto seguido y luego ya no volvérmelo a coger.
Al final, ante la dificultad y esa falta de empatía y
cercanía que, por desgracia, caracteriza el endiosamiento de demasiados
futbolistas, nos vamos a ver Katara, una reproducción de cómo vivían antes los
qataríes. Allí contemplamos un museo de la historia de los mundiales, un
mercadillo que recrea los puestos de ventas de perlas que en el pasado
alimentaron a este pueblo o un desfile militar. Después, comemos en la terraza
de un restaurante unas chuletas y dos tipos de hummus con un delicioso pan.
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