Se trata de adentrarme en la calle de la Huchette (de la que sale la más estrecha de la ciudad, la del Gato que pesca), pasar por sus locales de kebap (aquí más conocidos como restaurantes griegos) y pedir un gyros baguette o sandwich.
La catedral de Nôtre-Dame sigue cerrada
por obras y con su exterior afeado por las grúas. Nos dirigimos, por tanto,
hacia nuestro siguiente objetivo, ubicado en Boulogne, al final de las líneas 9
o 10, ya que con ambas se puede acceder. Consiste en el famoso estadio del
Parque de los Príncipes, en el que juega sus encuentros y encumbra su negocio
el Paris Saint-Germain.
No se disputa partido alguno hoy; aunque sí
existe la posibilidad de hacer una visita por parte de sus instalaciones, que
es lo que llevamos a cabo. Imposible, por cierto, comprar las entradas con
Master Card. Solo puedes con Visa, como ocurría en el interior de los estadios
en el mundial de Qatar, país propietario del club francés, por cierto.
Sala de prensa, espacio de declaraciones o
´canutazos´, tribuna, sala de trofeos y, sobre todo, acceso a la altura del
césped. El estadio tiene un tamaño reducido que permite reunir a poco menos de
50.000 personas; no obstante, su diseño, con las ondulaciones de tu techo, es
precioso. Recorremos, fotografiamos, entramos en la tienda oficial del club a
comprar el balón más pequeño que venden y emprendemos el camino de regreso en
un metro que se abarrota dos paradas después.
Entre la huelga, las protestas y las obras
están cerrando numerosas estaciones y dificultan los recorridos. Mientras,
salvo en algunas calles del centro, las bolsas de basura siguen apilándose en
las aceras y forman montañas más altas que la mayoría de transeúntes y que ya
se han mimetizado con el paisaje urbano.
Montmartre
El tercer día comienza con el ascenso
hacia Montmartre, que aunque no creo que tenga la altura del mítico monte
Parnaso consagrado al dios griego Dionisio sí requiere de su esfuerzo para
alcanzarlo, que se hace más duro cuando lo acometes esquivando las bolsas de
basura que se acumulan en las aceras, en unos tramos mucho más que otros. La
huelga de recogida parece no tener fin, aunque a unos barrios afecta más que a
otros.
Encima, no nos hacemos con ninguna
crepería por el camino, con lo que nos vemos ´obligados´ a recurrir a una
boulangerie para desayunar. Yo compro un pain au chocolat, un nombre que
siempre me ha parecido más elegante, e incluso pretencioso, que decir
napolitana de chocolate. La exquisitez francesa. Como suele suceder tiene
bastante más de lo primero, de pan, que de lo segundo, chocolate. En cualquier
caso, sacia el apetito.
El ascenso, tras el tramo final por
escaleras, termina en la concurrida iglesia del Sacre-Coeur, rodeada de
pintores en busca de lanzar toda su ironía sobre quien acepte que le hagan una
caricatura, que no es nuestro caso. Disfrutamos de la espectacular panorámica
de la ciudad y nos colocamos 15 minutos en la cola para entrar en el templo,
hasta que nos cansamos y decidimos que no esperaremos otros 30 o 40 que nos
restan. El aire gélido enturbia un sábado despejado.
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