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viernes, 24 de marzo de 2023

París: entre protestas, recuerdos y novedades (II)

Se trata de adentrarme en la calle de la Huchette (de la que sale la más estrecha de la ciudad, la del Gato que pesca), pasar por sus locales de kebap (aquí más conocidos como restaurantes griegos) y pedir un gyros baguette o sandwich.


Te rellenan el pan con lechuga, tomate, salsa de yogur, carne de pollo o cordero, lo envuelven en papel y luego -y aquí llega la gran diferencia- coronan el bocadillo con un buen puñado de patatas fritas sobre él para cuya ingesta te dan un tenedor de madera que sirve de ayuda. Lo devoro sentado en un lateral de la fuente de Saint Michel, ya que apenas observamos bancos urbanos. Delicioso. El recuerdo no se ha enturbiado.

La catedral de Nôtre-Dame sigue cerrada por obras y con su exterior afeado por las grúas. Nos dirigimos, por tanto, hacia nuestro siguiente objetivo, ubicado en Boulogne, al final de las líneas 9 o 10, ya que con ambas se puede acceder. Consiste en el famoso estadio del Parque de los Príncipes, en el que juega sus encuentros y encumbra su negocio el Paris Saint-Germain.

No se disputa partido alguno hoy; aunque sí existe la posibilidad de hacer una visita por parte de sus instalaciones, que es lo que llevamos a cabo. Imposible, por cierto, comprar las entradas con Master Card. Solo puedes con Visa, como ocurría en el interior de los estadios en el mundial de Qatar, país propietario del club francés, por cierto.



Sala de prensa, espacio de declaraciones o ´canutazos´, tribuna, sala de trofeos y, sobre todo, acceso a la altura del césped. El estadio tiene un tamaño reducido que permite reunir a poco menos de 50.000 personas; no obstante, su diseño, con las ondulaciones de tu techo, es precioso. Recorremos, fotografiamos, entramos en la tienda oficial del club a comprar el balón más pequeño que venden y emprendemos el camino de regreso en un metro que se abarrota dos paradas después. 

Entre la huelga, las protestas y las obras están cerrando numerosas estaciones y dificultan los recorridos. Mientras, salvo en algunas calles del centro, las bolsas de basura siguen apilándose en las aceras y forman montañas más altas que la mayoría de transeúntes y que ya se han mimetizado con el paisaje urbano.

 

Montmartre

 

El tercer día comienza con el ascenso hacia Montmartre, que aunque no creo que tenga la altura del mítico monte Parnaso consagrado al dios griego Dionisio sí requiere de su esfuerzo para alcanzarlo, que se hace más duro cuando lo acometes esquivando las bolsas de basura que se acumulan en las aceras, en unos tramos mucho más que otros. La huelga de recogida parece no tener fin, aunque a unos barrios afecta más que a otros.

Encima, no nos hacemos con ninguna crepería por el camino, con lo que nos vemos ´obligados´ a recurrir a una boulangerie para desayunar. Yo compro un pain au chocolat, un nombre que siempre me ha parecido más elegante, e incluso pretencioso, que decir napolitana de chocolate. La exquisitez francesa. Como suele suceder tiene bastante más de lo primero, de pan, que de lo segundo, chocolate. En cualquier caso, sacia el apetito.



El ascenso, tras el tramo final por escaleras, termina en la concurrida iglesia del Sacre-Coeur, rodeada de pintores en busca de lanzar toda su ironía sobre quien acepte que le hagan una caricatura, que no es nuestro caso. Disfrutamos de la espectacular panorámica de la ciudad y nos colocamos 15 minutos en la cola para entrar en el templo, hasta que nos cansamos y decidimos que no esperaremos otros 30 o 40 que nos restan. El aire gélido enturbia un sábado despejado.


Bajamos hacia el inconfundible Moulin Rouge. De camino nos paramos en un Le Pain Quotidien, la cadena famosa por sus desayunos de cruasanes y tostadas, para calentarnos con un chocolate. Te sirven una taza con leche y, junto a ella, una jarrita en miniatura con unos 30 mililitros de chocolate espeso que mancha la leche cuando lo viertes sobre ella y le aporta un sabor amargo, ideal para quienes disfrutan con el chocolate negro pero poco recomendable para quienes se suelen decantar por otros.

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