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miércoles, 22 de marzo de 2023

París: entre protestas, recuerdos y novedades (I)

Siento como si volviera a quedar con una añorada amiga de juventud cuando subo al vuelo de Air France en dirección al aeropuerto de París Charles de Gaulle. Hace más de 20 años que no visito una ciudad a la que durante una década, ya fuera por trabajo o por placer, me desplazaba para pasearla prácticamente cada año. Y siempre me faltaba tiempo y me sobraban ganas de continuar.

Acostumbrado a las compañías de bajo coste, la amabilidad, la bebida y el aperitivo en el vuelo me deslumbran. Por aquellos tiempos en los que visitaba Paris formaban parte de la rutina de los trayectos.

 Y envuelto en esa nebulosa de recuerdos y sensaciones  aterrizo, me subo en el autobús para trasladarme de la terminal 2G a la 2F, donde me zambullo en el tren RER B y me lanzo al corazón de la capital francesa justo en época de protestas y revueltas por el incremento de la edad de jubilación.

Parada en Chatelet para hacer trasbordo de tren a metro, a la línea 14, hasta Porte de Clichy, en las cercanías del hotel en el que nos alojamos. Estamos el tiempo indispensable para registrarnos y dejar las maletas.



La panorámica del Sena con la torre Eiffel no puede esperar más, aunque las obras en el metro que nos impiden bajar en Invalides y nos alejan unas cuantas paradas retrasan el momento, como también lo hace la exhibición equina que llena de casetas y desluce la explanada de Campos de Marte.

Y ahí está, erguida como siempre, con un tono más marrón del que recordaba, el emblema parisino por antonomasia. La torre férrea y hierática. Imponente, para resumir. Y, como tantas otras veces excepto la primera, me conformo con sentarme a sus pies, sobre el césped, mirarla y admirarla.

La torre se ve desde abajo. Desde arriba, izado sobre cualquiera de sus pisos, la sientes y lo que observas es Paris. No me gusta ascender. Pienso que si me adentro en su corazón me pierdo su belleza. Me atrae su visión desde abajo, sintiéndola tan enorme. Y, una vez más, con esa percepción me quedo. No entro ni subo.

 Protesta en la Concorde

Desde allí nos desplazamos junto a esa serpiente hídrica que divide la metrópoli, el Sena, alternando una orilla y otra en dirección hacia la parada de metro de Madeleine. El destino, guiado por Google Maps, hace que pasemos por los Campos Elíseos, que en la lontananza contemplemos el Arco del Triunfo y que en primera fila, en la plaza de la Concorde, nos topemos con decenas de furgonetas de policías antidisturbios mientras una multitud entona gritos de protesta. Nos desvían continuamente de una calle a otra.

Está casi todo cortado. La tensión, que se desparramará una hora más tarde, ya se palpa en el ambiente. Al final, siendo testigos de las protestas y con la embrutecedora visión de las bolsas de basura que se expanden por las aceras debido a la huelga de recogida, conseguimos atravesar la plaza y llegar a la parada de metro para retornar al hotel y cerrar, con una cena frugal, este primer día.

El segundo día no merecía un desayuno genérico en el hotel, sino algo más parisino. ¿Y qué mejor que un crepe con nutella, aderezado con coco rallado, mientras paseamos? Pues sí, esta degustación típica francesa ingerimos mientras nos dirigimos a la plaza de Saint Michel, junto a su fuente (vacía este día) sobre la que se iza la imagen del citado santo luchando contra el diablo y que constituye uno de los numerosos sellos que dejó en la ciudad la reforma de Napoleón III.



Allí comienza la visita guiada por el Barrio Latino. Esta vez con la agencia Civitatis y con el madrileño Ángel como guía. Entramos en la luminosa, desde dentro y aunque no lo parezca al observarse desde fuera, iglesia del santo peregrino Severino, nos plantamos ante la Sorbona y conocemos el origen de su fundación en el siglo XIII por el capellán Robert de Sorbone y cómo la transformó en universidad elitista el cardenal Richelieu. Terminamos delante del imponente panteón en honor a las grandes personalidades de la patria francesa.

No obstante, del Barrio Latino yo tengo un recuerdo gastronómico imborrable que quiero contrastar con la realidad. No se trata de algo glamuroso, sino de una vivencia que repetía con fruición cada vez que visitaba Paris y que quiero renovar física y mentalmente. 

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