Nuestro recorrido lo hemos centrado en Irlanda del Norte, a
donde hemos llegado con el nuevo vuelo fletado por la compañía Easyjet
Valencia-Belfast (tanto a la ida como a la vuelta hemos aterrizado antes de lo
previsto). No obstante, hemos hecho bastantes zigzags que nos han llevado por
condados y localidades de Irlanda. Realmente, la única diferencia que notas es
que el precio del carburante en las gasolineras está puesto en libras y los
carteles de distancias en millas (en Irlanda del Norte), mientras que en
Irlanda lo hacen en euros y kilómetros. Y una tercera distinción: que en
Irlanda los rótulos de las poblaciones los pintan en inglés y gaélico. Eso y
las banderas en los domicilios, como cuarta diferencia. Por lo demás, no hay
señales de cambio de país.
Primera etapa: la capital, Belfast, una ciudad del tamaño de
Alicante, más o menos, con un ayuntamiento diseñado décadas atrás para una
metrópoli del nivel de Madrid. Las expectativas no se cumplieron. Accedemos por
autovía y, como en cualquier capital, encontrar aparcamiento en el centro
resulta complicado. Nos vemos abocados al parking de un centro comercial (4
libras la hora). Este centro comercial, Victoria, tiene un mirador abierto al
público en su cúspide muy recomendable para contemplar la ciudad y esa montaña
con forma de gigante tumbado que inspiró a Jonathan Swift para crear el
personaje de Gulliver.
Memorial víctimas del Titanic |
Frío (entre 10 y 18 grados) y lluvia intermitente, como cada
día de la semana. Nos dicen que agosto es un mes malo por el tiempo, que mejor
julio o septiembre para visitar Irlanda del Norte. Lo cierto es que nos da la
impresión de haber saltado de agosto a diciembre si no nos hubiéramos movido de
Valencia. Nos apuntamos a un free tour con Civitatis que parte de los pies de
la estatua de la reina Victoria que, según nos cuenta la guía, Rebeca, apenas
pasó cinco horas de todo su reinado en Belfast.
Entramos en el clásico pub The Crown, con sus compartimentos
privados que asemejan confesionarios y la historia de su matrimonio fundador en
el que él era católico y republicano y ella protestante y unionista, con los
desencuentros que todo ello implica. Pasamos por el hotel Europa, que alojaba a
los corresponsales de diferentes medios de comunicación internacionales durante
al conflicto del Ulster y frente al que estallaron decenas de bombas.
Después nos dirigimos a uno de los emblemas turísticos del
país, su reivindicación de constructor del célebre Titanic. En un lateral del
ayuntamiento puede leerse el nombre de cada víctima del hundimiento en un
enorme memorial. También existe un museo en la ciudad. En nuestro caso, desde
el memorial seguimos la ruta hacia The Jail House, un pub en la actualidad que
en sus tiempos albergó un intento de revuelta contra la dominación inglesa.
Transitamos por las callejuelas del siglo XVIII emblemáticas
del centro de Belfast, vamos al edificio más antiguo (también ahora pub y con
el curioso nombre de The dirty onion), contemplamos la torre inclinada del reloj
(hay que fijarse para percatarse de esa inclinación) y acabamos en el gran pez
frente al puerto. De allí, ya con el coche, hacemos un recorrido por los muros
con las pintadas alusivas al conflicto bélico de finales del siglo XX.