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miércoles, 2 de septiembre de 2020

Por El Camino de Santiago, entre Pamplona y Nájera (La Rioja)

 


El Camino de Santiago siempre espera. Y el peregrino lo busca. Este año, en lo que respecta al andariego que suscribe esta crónica, se ha desarrollado entre Navarra y La Rioja, con punto de inicio en Pamplona, hasta donde entramos en coche desde Valencia tras atravesar un buen tramo de autovía en obras desde Zaragoza.

Llegada casi a las cuatro de la tarde y, a esas horas, búsqueda de un pincho rápido. Luego, recorrido por la Ciudadela, con su enorme foso, sus edificaciones y tránsito por la puerta atrincherada que conduce al centro. Preguntamos en la céntrica oficina de turismo aunque, la verdad, nos aclaran poco o nada. En algunas de estas dependencias informativas, la minoría, te restan interés por la localidad que visitas y hacen que pierdas la oportunidad de descubrir algunos de sus encantos que no brillan a primera vista.

Vamos a la iglesia de San Lorenzo, a contemplar la tumba del célebre San Fermín, a quien se encomiendan mozos y visitantes en los encierros taurinos de las fiestas que llevan su nombre, aunque antes, para no perdernos recorrido, paseamos por la también ya mundialmente conocida calle Estafeta, con sus tiendas de recuerdos, heladerías, bares… Desde ahí continuamos hasta la plaza de toros, siguiendo la curva que dan los astados y mirando la inclinación de la pendiente para tratar de imaginar el tramo final de los encierros, sobre todo este 2020 que no ha habido.

Retornamos y nos paramos en la iglesia de San Agustín, cuyo principal reclamo lo constituye el rótulo en la entrada que indica que allí armaron caballero de Santiago a Garcilaso de la Vega, un poeta cuyos personajes pastoriles, Salicio y Nemoroso, son dos de mis protagonistas literarios favoritos. Ellos, con su inolvidable loa al sosiego de la naturaleza. Al bucolismo por excelencia.

El sacerdote, parlanchín a poco que le preguntes, te explica que se le ocurrió a él poner la placa y que convenció a la alcaldesa de hacerlo. De allí proseguimos hasta la plaza de la Taconera para tomar relajadamente una cerveza y, con el cierzo ya soplando y la temperatura desplomándose, buscar algún sitio donde entrar, cenar y a acostarse pronto porque mañana hago mi primera etapa este año de El Camino.

Hacia Puente la Reina

A las 6,45, en pie; y a las 6,55, andando hacia Puente la Reina. De momento, me toca salir de Pamplona. Una de mis grandes inquietudes de El Camino es no encontrar las señales y perderme. No es lo habitual porque suele estar muy bien señalizado, pero en este caso me lío un poco porque te obliga a pasar por debajo de una autovía y apenas existen indicaciones. Una lugareña, al notar mi desorientación, acude rauda en mi socorro y me conduce.

El primer tramo resulta prácticamente urbano, hasta llegar a Cizur Menor. Desde allí sigo a Zariquiegui, donde me paro a desayunar en el bar del inicio de la población y pido medio bocadillo de txistorra, para hacer honor a la gastronomía autonómica.

En seguida entablo conversación con Thomas, un simpático alemán que ha dormido esta noche, según me cuenta, sobre su esterilla, agazapado en la pared de la iglesia local. Media hora de conversación que sirve para entrar en ambiente en El Camino y para practicar inglés en un verano en el que veré a muy pocos extranjeros. Y sigo el sendero.

Empieza el ascenso hacia el Alto del Perdón, con los molinos eólicos como efervescentes compañeros. Cuesta subir, hasta que lo consigues y te encuentras, en su cima, frente a las famosas imágenes de personajes célebres de diferentes épocas recorriendo El Camino. Pero la bajada resulta mucho peor porque está repleta de guijarros y pedruscos que convierten en muy sencillo resbalar y caer. Así, con la máxima precaución, llego a Uterga. A partir de aquí el camino se desliza por sendas, campos, subidas y bajadas y ya se orienta hacia Puente la Reina. Llego a 12,15. Sin contar la parada, he andado unas cinco horas.

En el hotel me pego esa ducha refrescante que tan bien sienta después de culminar una etapa y, a modo de colofón, la cerveza fría que acaba de endulzar la sensación de satisfacción. En la experiencia de este año tengo el apoyo de un amigo, que viaja en coche y con quien quedo en el destino final de etapa. Así que espero a que llegue, comemos y recorremos Puente la Reina. Por supuesto, paseamos por su puente del siglo XI y emblema local, además de recorrer la calle Mayor y entrar en la iglesia del Crucifijo

Santa María de Eunate y el cerco de Artajona

Luego hacemos un trasiego por el entorno. Primero, al monasterio de Santa María de Eunate, a tres kilómetros, que data del siglo XIII y destaca por su planta octogonal y su preciosa arquería perimetral. Y de aquí a Artajona, con su sorprendente cerco, que consiste en la recolección de nueve torreones (llegaron a ser 14). También cuenta con una curiosa iglesia. La recorres guiado por la voz que emite un teléfono móvil que te entregan en la oficina de turismo. Lo curioso del templo consiste en que su tejado está diseñado para recoger el agua pluvial y luego, por cañerías esculpidas entre sus columnas, depositarla en una aljibe subterráneo.

Ducha, cena y repaso mental de la jornada de caminata, en la que me habré cruzado con unos 15 peregrinos. Hay poca gente y el tema de la mascarilla y la distancia social también retrae las conversaciones. He hablado con tres de los enumerados peregrinos: el alemán Thomas, un gallego y otro cuyo origen desconozco. Ganas de camaradería no faltan; pero el riesgo del contagio frena la locuacidad.

Camino hacia Estella

Segundo día de trasiego. Esta vez con salida de Puente la Reina y llegada a Estella. Unos 24 kilómetros. Al ser más pequeña la localidad de comienzo que Pamplona, coincidimos bastantes más peregrinos que ayer, tanto en la calle Mayor como en el paso por el famoso puente. Pensaba que la etapa sería más suave que la previa, que tenía la subida al Alto del Perdón; pero abundan los ascensos, con uno pronunciado entre Mañeru y Cirauqui que termina casi en plena autovía, y los descensos, con el de la majestuosa calzada romana a la salida de esta última población, Cirauqui.

Caminas entre campos yermos en este caso, sin apenas sombras, y el sol de agosto fustiga y vas notando su fuerza conforme avanza el día, sobre todo en el tramo final. Quería parar a almorzar como en la etapa de ayer, a las dos horas de paseo, pero en Cirauqui apenas he encontrado un horno que no me ha llamado la atención. Me detengo levemente pero para ponerme una tirita antiampollas, siempre imprescindibles en el peregrinaje.


Al contrario que el pasado año por Galicia, en este no encuentro, ni en Navarra ni en La Rioja, bares en medio de El Camino, como apariciones con retazos de oasis salidas de la vegetación –este tramo también es mucho menos frondoso- para pararte a tomar algo.  La única opción la constituyen los pueblos que atraviesas, por lo que me veo obligado a continuar cinco kilómetros más hasta Lorca.

Por Lorca y el señor holandés

Aquí me detengo en un local de artículos biológicos, donde dos tostadas con tomate y jamón y un zumo te suben ya a más de seis euros. A la salida de Lorca entablo conversación con un señor holandés que lleva dos meses instalado en Lorca y que quiere saber sobre mi peregrinación. Trato de satisfacer su curiosidad. Al poco vuelvo a cruzarme con cuatro chicos valencianos de Alginet, con los que coincidiré cuatro o cinco veces más hoy. Lo de adelantar y ser adelantado continuamente por otros peregrinos es una de las prácticas más habituales en cada etapa.

Llegamos casi a la vez a Estella, donde nos recibe, nada más entrar, el fastuoso pórtico de la iglesia del Santo Sepulcro, a la que no se puede acceder. Esta imagen es la que más me llama la atención de la población a la que llego sediento. El calor y atravesar cientos de viñedos en plenitud me han avivado las ganas de refrescarme, aunque antes vendrá la visita a Estella. La primera referencia, como casi siempre, la constituye la oficina de turismo, donde recibo una extensa información.

Aquí ya me reencuentro con mi amigo conductor, que ha pasado la mañana disfrutando de Pamplona, y emprendemos carretera hacia Logroño. No obstante, como todavía no ha terminado la jornada matutina y queremos exprimirla, nos desviamos hacia Torres del Río, para contemplar su iglesia octogonal, muy similar a la relatada antes de Santa María de Eunate.

Aquí hace falta llamar al número de teléfono mostrado en la puerta y la interlocutora nos remite a un señor que se acercará a abrirnos. Este cumple escrupulosamente su cometido y, sin mediar saludo, nos abre y nos entrega un folleto previo pago del euro preceptivo. El interior, ejemplo inusual de estilo ajedrezado, vale con creces la pena. Sus bóvedas múltiples engatusan nuestra mirada.

Y como aún queremos apurar más, nos pasamos por el monumental casco urbano de Viana, aunque sea para echarle un rápido vistazo antes de proseguir hasta Logroño. En la capital riojana llega ya el disfrute del placer de la ducha y, en seguida, nos encaminamos hacia la calle Laurel, a la que me atrevería a calificar como el principal atractivo de la ciudad. Como mínimo para un foráneo.

La calle Laurel: patrimonio nacional

No obstante, la pandemia provoca que atraviese una coyuntura de debilidad. Los locales apenas permiten un tercio de aforo, y a partir de las 15,15-15,30 horas se vacían rápidamente. Nos explican que será difícil que se recupere lo que fue. Muy triste, porque este tipo de concentración de tascas, bares o restaurantes, dentro de la fértil gastronomía española y el hedonismo barero nacional, resulta muy difícil de encontrar. Lo reúne casi todo en pinchos elaborados y en vinos riojanos. Si no lo es oficialmente, debería de ser patrimonio nacional gastronómico.

Con la solana que cae y las principales iglesias monumentales cerradas, por lo que no se pueden visitar, poco más se puede hacer a parte de contornear la clásica estatua de Espartero, así que emprendemos ruta en coche hacia un municipio clásico en mis recorridos riojanos: Albelda de Iregua. Y, en particular, rumbo a una pequeña bodega familiar a la que siempre acudo cuando paso por la zona, previa llamada para que me abran porque no suelen estar: Latente.

Regreso a Logroño, una ciudad complicada para transitar en coche por la ´organización´ del tráfico. Todo el decaimiento que sufría por la tarde se convierte en vitalidad por la noche, sobre todo en la calle Portales, repleta de gente sentada tomando algo, sobre todo cervezas y, claro está, vino.

Hacia Nájera

Tercera etapa de este año. Será la más larga: 29 kilómetros entre Logroño y Nájera. A las 6,45  ya estoy iniciándola y, nada más empezar, en pleno casco urbano, me cruzo con un espigado italiano. Intento conversar en castellano y en inglés, pero me dice que solamente italiano. Entre la falta de empatía lingüística y la hora tan tempranera que tampoco incita mucho al diálogo, lo dejamos estar de mutuo acuerdo tácito. Luego nos cruzaremos al menos diez veces durante la etapa y nos iremos saludando continuamente con un ´hola´, ´hello´, gesto con la cabeza o dedo levantado. Ahí se quedará nuestra relación.

La etapa atraviesa el enorme parque natural de La Grajera y se prolonga unos ocho kilómetros. Hoy solamente pasaré por un pueblo, Navarrete, de manera que no tendré otra opción para hacer mi parada nutritiva. Está a 12,6 kilómetros de la salida. A unas tres horas del comienzo. Es lo que hay. Así que cuando me detengo aprovecho y tomo medio bocadillo de tortilla con pimiento verde y un aquarius. 15 minutos de reposo y sigo caminando entre viñedos, sin sombras.

Curiosamente, y a pesar de ser más larga que las anteriores, se me hace ligera la etapa. Quizás porque me sumo en mis pensamientos, en reflexiones existenciales de esas que se prodigan en El Camino cuando andas en soledad. Y en 5 horas y 45 minutos, tres cuartos de horas menos de los calculados en la imprescindible web para los peregrinos www.gronze.com, me planto en la monumental Nájera. Lo primero que hago, por toparme con el convento en mi ruta, es entrar en la sede inicial de la orden de Santa Clara, las clarisas, y comprarme unos dulces de coco que me acompañarán unos cuantos días.

Recorro el casco urbano, con el río que lo atraviesa, y en seguida me encuentro con mi buen amigo y acompañante viajero, que no caminante, en esta andadura de 2020. Y, desde aquí, nos vamos a Labastida, aunque esta siguiente fase del trayecto, ya sin peregrinaje, la relataré en otro artículo.

Este artículo también ha sido publicado en dos partes en www.soloqueremosviajar.com. 

Puedes leer la primera parte pinchando este enlace

Y la segunda parte, en este otro enlace

También Intereconomía Valencia lo ha publicado.

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