Y este año, después de un trecho que se me ha hecho
demasiado corto de El Camino de Santiago (unos 73 kilómetros), llegaron unos
días de descanso andarín y de trasiego turístico y vinícola. Con base en
Labastida, en La Rioja alavesa si a vinos nos referimos y en la provincia de
Álava simplemente si a la geografía española hacemos caso.
Allí, para abrir boca, no se escapan las chuletillas al
sarmiento, que te sirven en una parrilla sobre brasas de esta rama de la cepa
de la vid. A modo de postre, cae una impresionante tormenta de granizo estival,
que luego se cierra con una lluvia que nos acompañará toda la tarde y nos
limitará los movimientos. Como la visita a la cercana localidad de Ábalos,
donde vamos corriendo de porche en porche para no empaparnos y mientras no
puedo evitar que me venga a la cabeza el ministro valenciano del mismo
apellido.
Y en Briones, más de lo mismo. Con la tristeza de ver que la
botica centenaria clásica de la localidad ha cerrado y sin que la lluvia apenas
nos dé opción al paseo. Así que de vuelta al hotel de Labastida y a su bar que,
por cierto, está abarrotado. Aquí la costumbre social de la copa de vino no se
perdona ni por la obligación de llevar mascarilla ni por la de mantener la
distancia, normas que parece que se convierten en bastante laxas en los bares
de esta población alavesa, donde el movimiento empieza alrededor de las siete
de la tarde y se prolonga hasta que por norma han de cerrar los locales sobre
la una de la madrugada. Luego, no falta el trasiego por las calles.
Frías y Oña
Hoy nos trasladamos a la provincia de Burgos y disfrutamos, en primer lugar, de uno de los objetivos prioritarios del viaje, Frías. Impresionante su fortaleza, con la enorme torre del homenaje muy elevada sobre el peñasco. Vemos la vidriera, consagrada a San Vicente Ferrer. Me llama la atención la presencia del santo valenciano en Burgos. Pregunto al guía de la iglesia y me explica que fue un error, que el artista confundió al Vicente mártir con el participante en el histórico Compromiso de Caspe.
A continuación nos asomamos a las casas colgadas o
colgantes, con escaso parecido a las de Cuenca más allá de que alguna se asoma
al precipicio, y andamos hasta el puente medieval, aunque, por error, bajo el
sol estival del mediodía, escogemos el camino más largo.
Y de Frías a Oña, donde comemos y nos vamos directos a
contemplar la imponente iglesia de San Salvador, con sus tumbas del rey Sancho
II de Castilla y la reina Sancha, entre otros muchos personajes de alcurnia, el
claustro con el sarcófago de Doña Elvira, la historia de Pedro Ponce de León y
cómo alfabetizó a niños sordos y un largo etcétera de detalles que realzan la
importancia de este templo milenario.
Continuamos la senda burgalesa para desembocar en Poza de la
Sal, población dedicada a glosar la figura de Félix Rodríguez de la Fuente, su
hijo predilecto y divulgador por antonomasia de la fauna española. Su casa
natal, sus frases, sus bustos… en cada esquina del casco urbano aparece un
detalle que evoca su figura y sus correrías de niñez por la naturaleza.
Retorno al hotel de Labastida en pleno inicio de la
socialización diaria vecinal entre copas de vino, alguna cerveza y, conforme la
tarde se convierte en noche, muchos cubatas. Generaciones de diversas familias
coinciden en los mismos locales, cada cual con su cuadrilla de amigos, en un
ambiente lúdico de convivencia que para nada hace pensar en que el mundo sufre
una pandemia.
Son las fiestas locales, por cierto, y aunque han suprimido
muchas actividades, mantienen alguna con un diseño diferente. Como un concierto
nocturno en el frontón. Nos acercamos por curiosidad y, en la entrada, nos
piden nombre y teléfono, por protocolo en caso de algún contagio. Nos sitúan en
un extremo de la sala. Entre esos detalles que te despiertan cierto temor y que
no entendemos nada de lo que expresa en euskera el cantautor, abandonamos el
concierto a los dos minutos de entrar, aunque no conseguimos que anulen el
papelito con nuestro nombre.
Recorrido por
Labastida
Y al tercer día desayuno los dulces de coco de las monjas
clarisas que compré en Nájera, etapa final de mi recorrido de este verano por
El Camino de Santiago. Hemos quedado con el responsable de la oficina de
turismo de Labastida para nos explique los encantos del municipio. A estas
alturas ya los hemos visto, pero nos falta la intrahistoria. Nos enseña la
iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, el barrio de la Mota, el del Olmo,
subimos a la ermita románica del cerro del castillo, donde se supone que hubo
una fortificación a pesar de que no hayan encontrado sus restos.
Y de aquí nos lleva, a modo de colofón, a bodegas Fernández
Gómez, cuya marca principal es Tierra, bastante popular en los bares
autóctonos. Se trata de una bodega pequeña en cuanto a producción, ubicada en
una casona repleta de recovecos y cuyo subterráneo empalma con la red de
túneles bajo el suelo de Labastida, localidad de unos 1.300 habitantes en la
que estuvo a punto de fraguar un inédito pacto entre PP y Bildu a principios de
mandato. No logró cuajar por la oposición desde esferas más elevadas y ahora
gobierna el PNV.
El calor sigue anquilosando los movimientos, como lo hizo el
aguacero del viernes y el que casi nos pilla de lleno el sábado al descender
del castillo de Poza de la Sal. Comemos en un asador también carne al
sarmiento, especialidad riojana y de esta parte limítrofe del País Vasco. Y la
ruta vespertina nos lleva a Haro, autodenominada ´capital del rioja´. Vemos su
basílica. Imponente, aunque después de visitar Oña las comparaciones resultan
complicadas. Paseamos por la zona de la Herradura, repleta de bares cerrados a
mitad de tarde, ya buscando una sombra en alguna terraza.
Allí comentamos nuestra visita previa a Casalarreina con la
ilusión de ver el monumental convento. No obstante, lo han cerrado aludiendo a
una supuesta segunda ola de covid. Lo máximo que podemos hacer consiste en
adquirir unos dulces que nos pasan por unos tornos cubiertos, a su vez, por una
puerta de madera. Doble protección para evitar cualquier contacto de todo tipo.
Y, de vuelta a Labastida, una paseo por Briñas, localidad que aprovecha a la
perfección el paso del Ebro con un coqueta playa fluvial.
Toca regresar a casa. Eso sí, antes hacemos un recorrido por
algunas de múltiples bodegas que en Haro exhiben, con todo lujo de detalles y
medios, sus productos vinícolas y donde te puedes aprovisionar cuanto quieras.
Sin olvidar el paseo por la monumental Laguardia.
Artículo publicado en www.soloqueremosviajar.com. Puedes leerlo allí pinchando este enlace
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