Ponemos rumbo a Elche aunque con parada previa en Xàtiva. El objetivo no consiste en otear la panorámica desde las murallas de su emblemático castillo o pasear por su monumental casco urbano, sino en deambular entre los puestos de su Fira Borja y disfrutar de su arroz al horno clásico. Se trata de una escala en el camino, no de un final de etapa.
La feria, en la práctica, es la clásica recreación de casetas de
artesanía ambientadas en la época medieval. En este caso, con venta sobre todo
de baratijas y abalorios, y menos de comida, aunque le echamos el ojo a unas
pipas garrapiñadas.
Una vez en Xátiva, no podía faltar un tránsito rápido por su céntrica
Plaza del Mercado, reconvertida en una extensa terraza compartida por los
restaurantes que la pueblan. Hace un día soleado, espléndido para disfrutar de
un rato en uno de estos locales.
El arroz al horno lo degustaremos más abajo, junto al bloque del Gran
Teatro, en Moncho, un quiosco de comida que se expande por la acera del paseo.
El arroz no está pesado (un riesgo que corre de exponerlo a un exceso de
costillas, morcilla o tocino) y sí sabroso. Al principio parece seco, pero
conforme lo vas devorando ratificas que está en su punto.
Nos subimos al coche y emprendemos la hora y media más o menos que nos
queda para llegar a Elche. Al discurrir con el vehículo por la ciudad bullen en
mi mente imágenes que tenía recopiladas de anteriores visitas, ya de hace años.
Recordaba palmeras, descampados y explanadas, con edificios amarillentos
salpimentando todo.
Nos hospedamos en un tramo construido de El Palmeral, en Port Hotel, un
inmueble achatado con piscina y del que llama la atención, sobre todo, el
restaurante.
Se nos hace ya media tarde mientras sacamos nuestros enseres de las
maletas y empleamos parte de la restante en acercarnos y visitar posiblemente
el lugar más emblemático de la ciudad, el famoso Huerto del Cura, nombre que
recibe por el cuidado con que lo mantenía el sacerdote Castaño. Se trata de un
jardín botánico centrado en palmeras, sobre todo datileras, aunque con otros
ejemplares, como la canaria.
Su estrella es la palmera imperial, con el tronco padre en medio y siete
hijuelos o troncos secundarios que parten de él entornándolo. Pequeños lagos,
enormes carpas (peces), patos, cactus y numerosos carteles con nombres de
personajes destacados que han bautizado a alguna palmera aderezan este espacio
repleto de preciosos rincones, además de otros muchos detalles inabarcables en
este texto. Puede paladearse en horas o darle un vistazo rápido en unos 30
minutos. Cada cual elige.
Una tienda de estética rústica ofrece, a la salida, desde cactus hasta
mermelada de dátil. E imágenes de la Dama de Elche (que también tiene su
réplica en el Huerto del Cura) de diferentes tamaños. Escojo el penúltimo
empezando por el más diminuto para sumarlo a mi colección de figuritas del
mundo.
Regresamos al hotel justo para darme un chapuzón en la piscina
descubierta. Da cierta impresión al entrar por el frío del ambiente; no obstante,
en cuanto nadas un par de minutos entras en calor. Me baño en solitario
mientras a unos 20 metros un grupo disfruta de una sesión de música y copas
vespertina en una sala del restaurante del hotel. De ahí a la cena y a preparar
el día siguiente.
Los edificios
emblemáticos
Me despierto más pronto de lo que pensaba,
así que, una vez ya despejado, me lanzo a las calles de Elche, en las que a
estas horas de domingo (las 7,30) únicamente me cruzo con personal de barrido y
baldeo muy centrado en su trabajo. Esto, a mi entender, denota el deseo de
contar con unas vías urbanas limpias para que puedan disfrutarse a gusto.
Mientras pienso en ese
detalle me dirijo hacia la basílica de Santa María, que constituye uno de los
grandes emblemas de la ciudad y el lugar donde se celebra su Patrimonio
Inmaterial de la Humanidad, la representación del Misteri d´Elx. El alargado
andador que parte de la entrada principal y desemboca en el altar ya induce a
considerar que no se trata de un templo al uso, sino que guarda algo más.
También me llama la
atención el baldaquino en el citado altar mayor, o los altares menores, o las
cúpulas del templo y, al salir, su imagen imponente desde la plaza, con el
palacio de Altamira al lado contrario.
Al salir de la
basílica me dirijo hacia al antiguo transformador eléctrico con diseño que
recuerda a arquitectura árabe y que alberga la oficina de turismo. Demasiado
pronto para que esté abierto. Me adentro en el parque municipal (la puerta se
encuentra junto a la de la anteriormente citada oficina), que se alarga más que
el Huerto del Cura, aunque quizás no con su encanto.
Observo la palmera
tridente, o la centinela, y voy bajando progresivamente entre el arbolado hasta
que aparezco en el cauce del río Vinalopó -que a estas alturas ha quedado
reducido a riachuelo-, con esa singular decoración que lo delimita. Han sabido
trazarlo con gusto para que pueda ser aprovechado por paseantes y
corredores.
Comienzo a andar y,
mirando el mapa de papel que llevo en mano (soy de los que prefieren dejarse
llevar sin google maps) me doy cuenta de que va bajando hasta llegar casi a la
altura del hotel. De este modo no tengo más que continuar su cauce, subir
posteriormente y adentrarme por El Raval, para luego transitar en un camino por
el palmeral y casi aparecer en el alojamiento.
Puedes leerlo en www.soloqueremosviajar.com pinchando este enlace
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