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domingo, 6 de noviembre de 2022

Crónicas ilicitanas (I)




Ponemos rumbo a Elche aunque con parada previa en Xàtiva. El objetivo no consiste en otear la panorámica desde las murallas de su emblemático castillo o pasear por su monumental casco urbano, sino en deambular entre los puestos de su Fira Borja y disfrutar de su arroz al horno clásico. Se trata de una escala en el camino, no de un final de etapa.

La feria, en la práctica, es la clásica recreación de casetas de artesanía ambientadas en la época medieval. En este caso, con venta sobre todo de baratijas y abalorios, y menos de comida, aunque le echamos el ojo a unas pipas garrapiñadas.

Una vez en Xátiva, no podía faltar un tránsito rápido por su céntrica Plaza del Mercado, reconvertida en una extensa terraza compartida por los restaurantes que la pueblan. Hace un día soleado, espléndido para disfrutar de un rato en uno de estos locales.

El arroz al horno lo degustaremos más abajo, junto al bloque del Gran Teatro, en Moncho, un quiosco de comida que se expande por la acera del paseo. El arroz no está pesado (un riesgo que corre de exponerlo a un exceso de costillas, morcilla o tocino) y sí sabroso. Al principio parece seco, pero conforme lo vas devorando ratificas que está en su punto.

Nos subimos al coche y emprendemos la hora y media más o menos que nos queda para llegar a Elche. Al discurrir con el vehículo por la ciudad bullen en mi mente imágenes que tenía recopiladas de anteriores visitas, ya de hace años. Recordaba palmeras, descampados y explanadas, con edificios amarillentos salpimentando todo.

Nos hospedamos en un tramo construido de El Palmeral, en Port Hotel, un inmueble achatado con piscina y del que llama la atención, sobre todo, el restaurante.

Se nos hace ya media tarde mientras sacamos nuestros enseres de las maletas y empleamos parte de la restante en acercarnos y visitar posiblemente el lugar más emblemático de la ciudad, el famoso Huerto del Cura, nombre que recibe por el cuidado con que lo mantenía el sacerdote Castaño. Se trata de un jardín botánico centrado en palmeras, sobre todo datileras, aunque con otros ejemplares, como la canaria.




Su estrella es la palmera imperial, con el tronco padre en medio y siete hijuelos o troncos secundarios que parten de él entornándolo. Pequeños lagos, enormes carpas (peces), patos, cactus y numerosos carteles con nombres de personajes destacados que han bautizado a alguna palmera aderezan este espacio repleto de preciosos rincones, además de otros muchos detalles inabarcables en este texto. Puede paladearse en horas o darle un vistazo rápido en unos 30 minutos. Cada cual elige.

Una tienda de estética rústica ofrece, a la salida, desde cactus hasta mermelada de dátil. E imágenes de la Dama de Elche (que también tiene su réplica en el Huerto del Cura) de diferentes tamaños. Escojo el penúltimo empezando por el más diminuto para sumarlo a mi colección de figuritas del mundo.

Regresamos al hotel justo para darme un chapuzón en la piscina descubierta. Da cierta impresión al entrar por el frío del ambiente; no obstante, en cuanto nadas un par de minutos entras en calor. Me baño en solitario mientras a unos 20 metros un grupo disfruta de una sesión de música y copas vespertina en una sala del restaurante del hotel. De ahí a la cena y a preparar el día siguiente.

Los edificios emblemáticos

Me despierto más pronto de lo que pensaba, así que, una vez ya despejado, me lanzo a las calles de Elche, en las que a estas horas de domingo (las 7,30) únicamente me cruzo con personal de barrido y baldeo muy centrado en su trabajo. Esto, a mi entender, denota el deseo de contar con unas vías urbanas limpias para que puedan disfrutarse a gusto.



Mientras pienso en ese detalle me dirijo hacia la basílica de Santa María, que constituye uno de los grandes emblemas de la ciudad y el lugar donde se celebra su Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, la representación del Misteri d´Elx. El alargado andador que parte de la entrada principal y desemboca en el altar ya induce a considerar que no se trata de un templo al uso, sino que guarda algo más.

También me llama la atención el baldaquino en el citado altar mayor, o los altares menores, o las cúpulas del templo y, al salir, su imagen imponente desde la plaza, con el palacio de Altamira al lado contrario.

Al salir de la basílica me dirijo hacia al antiguo transformador eléctrico con diseño que recuerda a arquitectura árabe y que alberga la oficina de turismo. Demasiado pronto para que esté abierto. Me adentro en el parque municipal (la puerta se encuentra junto a la de la anteriormente citada oficina), que se alarga más que el Huerto del Cura, aunque quizás no con su encanto. 

Observo la palmera tridente, o la centinela, y voy bajando progresivamente entre el arbolado hasta que aparezco en el cauce del río Vinalopó -que a estas alturas ha quedado reducido a riachuelo-, con esa singular decoración que lo delimita. Han sabido trazarlo con gusto para que pueda ser aprovechado por paseantes y corredores. 

Comienzo a andar y, mirando el mapa de papel que llevo en mano (soy de los que prefieren dejarse llevar sin google maps) me doy cuenta de que va bajando hasta llegar casi a la altura del hotel. De este modo no tengo más que continuar su cauce, subir posteriormente y adentrarme por El Raval, para luego transitar en un camino por el palmeral y casi aparecer en el alojamiento.

Puedes leerlo en www.soloqueremosviajar.com pinchando este enlace

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