Desayunamos con ciertas dificultades, ya que no quedan mesas libres en el comedor, e iniciamos el paseo por la ciudad. En mi caso, el segundo del día. La primera visita tiene como destino la oficina de turismo, que, a estas horas, las 11,30, ya está abierta. Nos explican que por ser domingo los museos municipales tienen entrada libre y gratuita, aunque cierran a las 14 horas, excepto el yacimiento de l´Alcúdia, que lo hace a las 15 horas.
Nos ponemos a la
tarea. Primero recorremos el Museo Arqueológico, aunque ponemos más interés en
contemplar el palacio que lo acoge, el de Altamira, haciendo el camino de la
guardia por sus murallas y jugando una partida con un ajedrez gigante que se
halla en su patio de armas. Desde ahí nos dirigimos a los baños árabes y, poco
antes, a la torre de la Calahorra, con bastantes visitantes ambos, lo que
genera que recorrer espacios tan reducidos resulte algo más complicado. En
cualquier caso, como no nos sobra el tiempo, nuestro tránsito lo hacemos algo
acelerado.
Retornamos al hotel
para coger el coche (estamos a kilómetro y medio a pie más o menos de la
basílica) y dirigirnos al yacimiento de l´Alcúdia. Cuando llegamos, a las
13,40, la vigilante de seguridad nos insiste en que las 14,30 cierran (teóricamente
debería de ser a las 15 horas, según el horario oficial) y que se tarda dos
horas en recorrerlo, con gesto claro de aconsejarnos implícitamente que no nos
vale la pena.
Le insistimos en que
queremos ver el lugar donde encontraron la Dama de Elche. Nos da un plano y le
otorgamos prioridad absoluta a ese punto. Se trata de una visión simbólica, por
supuesto. En ese lugar ahora emerge una bonita réplica (la original está
alejada de su origen, en Madrid) elevada en una estructura construida para
realzarla.
Acabamos recorriendo
prácticamente todo el trazado, casi vacío de público, para contemplar los
restos de casas romanas, del aljibe, de las termas e incluso el museo. Con
rapidez, desde luego.
Desde allí decidimos trasladarnos a Guardamar del Segura, una localidad que nos ha recomendado la persona que nos ha atendido en la oficina de turismo. Nos sorprendo un tramo de casas pegadas a la arena y a menos de una veintena de metros del mar. Quedan retazos de paseo marítimo, pero este no adquiere consistencia hasta la llamada Playa Centro, con restaurantes en la acera y chiringuitos en la arena. Nos sentamos en uno de cada de estos locales.
Después, para rematar
la jornada, nos dirigimos hacia la desembocadura del río Segura. Para ello
hemos de aparcar antes de la entrada del puerto, atravesar la lonja, cerrada a
estas horas, y llegar hasta el final de las instalaciones, que nos frenan a
escasos metros de donde el caudal fluvial se diluye en la inmensidad del
Mediterráneo. Tomamos el camino de vuelta, que nos conduce entra las salinas de
Santa Pola, y llegamos al hotel poco después de anochecer. Afrontamos el rato
de pausa del día, de escritura y de lectura antes de la cena.
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