Siento como si volviera a quedar con una
añorada amiga de juventud cuando subo al vuelo de Air France en dirección al
aeropuerto de París Charles de Gaulle. Hace más de 20 años que no visito una ciudad
a la que durante una década, ya fuera por trabajo o por placer, me desplazaba
para pasearla prácticamente cada año. Y siempre me faltaba tiempo y me sobraban
ganas de continuar.
Acostumbrado a las compañías de bajo
coste, la amabilidad, la bebida y el aperitivo en el vuelo me deslumbran. Por
aquellos tiempos en los que visitaba Paris formaban parte de la rutina de los trayectos.
Y
envuelto en esa nebulosa de recuerdos y sensaciones aterrizo, me subo en
el autobús para trasladarme de la terminal 2G a la 2F, donde me zambullo en el
tren RER B y me lanzo al corazón de la capital francesa justo en época de
protestas y revueltas por el incremento de la edad de jubilación.
Parada en Chatelet para hacer trasbordo de
tren a metro, a la línea 14, hasta Porte de Clichy, en las cercanías del hotel
en el que nos alojamos. Estamos el tiempo indispensable para registrarnos y
dejar las maletas.
La panorámica del Sena con la torre Eiffel
no puede esperar más, aunque las obras en el metro que nos impiden bajar en Invalides
y nos alejan unas cuantas paradas retrasan el momento, como también lo hace la
exhibición equina que llena de casetas y desluce la explanada de Campos de
Marte.