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domingo, 24 de marzo de 2024

Por el Valle del Tiétar, entre castillos y cuevas

El epicentro de este viaje se sitúa en Arenas de San Pedro, una localidad de algo más de 6.000 habitantes ubicada en el Valle del Tiétar, en el sur de la provincia de Ávila, que debe su apellido a San Pedro de Alcántara, el santo enterrado bajo su suelo (más en concreto, en el santuario cuya construcción inició en el siglo XVI).

El imponente castillo diseñado como residencia del conde Dávalos en los inicios del siglo XV y que acogió el matrimonio de Álvaro de Luna y Juana de Pimentel, hasta que falleció el primero y la segunda pasó a la posteridad con el sobrenombre de la Triste Condesa, que también recibe en la actualidad la calle principal del casco urbano.

Las visitas al castillo son guiadas, previa compra de entrada (tres euros) en la oficina de turismo. Duran unos 30 minutos y lo más destacado supone recorrer la enorme (en anchura) torre homenaje, que sobresale de las almenas del castillo, también transitables.

La iglesia parroquial, el barrio mudéjar o el puente medieval, al que denominan romano por su diseño, constituyen otros de los encantos de Arenas, además de las incontables terrazas en las que tomar algo, principalmente en la citada calle de la Triste Condesa, que atraviesa la población, o detrás del castillo.


Desde Arenas nos desplazamos a Guisando, a cinco kilómetros adentrándonos en la sierra de Gredos. Aunque lo pensáramos, no están allí ubicados los famosos Toros de Guisando. En su lugar descubrimos la Fuente Isabel. Vemos a familias llenando decenas de botellas. Nos acercamos y nos aseguran que cuando la probemos volveremos a por más. Desde luego, fresca está.

Paseamos por el casco urbano de Guisando tras aparcar junto a la colonia felina. Después de subir y bajar por calles empinadas decidimos tomar aperitivo en una de las terrazas ubicadas en la plaza del Ayuntamiento, en la parte alta y con vistas. Desde allí volvemos en dirección a la Fuente Isabel para superarla e ir a comer a un restaurante denominado El Tropezón y probar el clásico cochifrito de la zona, chuletas especialmente fritas. Lo mejor son las vistas.

A las cinco de la tarde ofrecen visita guiada por el Santuario de Arenas de San Pedro, a unos tres kilómetros del casco urbano. El hermano Vicente (uno -el más joven- de los cinco que habitan en este recinto) hace de cicerone. Explica el interior de la ermita, de la ermita real, del museo que guarda los recuerdos de San Pedro de Alcántara y el que conserva decenas de casullas, cálices y otros muchos objetos habituales de los ritos católicos.

Vicente se explaya a conciencia en un recorrido que se alarga hora y media y al final del cual cada visitante decide si quiere hacer o no donativo, aunque en la entrada marca que sea de dos euros.

Desde allí nos desplazamos, antes de que anochezca, a Candeleda, una bonita localidad ubicada hacia el sur del Valle del Tiétar que destaca por sus calles de judería con frondosas macetas que alegran el tránsito y de cuyo mantenimiento se ocupan tanto el Ayuntamiento como los habitantes de la zona. El casco urbano da para un simpático paseo.

Como se nos hace de noche no nos da tiempo a parar en Poyales del Hoyo para contemplar la localidad en su esplendor, de manera que volvemos a nuestra hospedería que se denomina el Retiro, posiblemente por hallarse alejada de cualquier trasiego urbano.

Segundo día completo por el Valle del Tiétar que iniciamos, precisamente, con un paseo desde nuestro alojamiento hasta el santuario de San Pedro de Alcántara, en paralelo al río Arenal y por un camino asfaltado por el que prácticamente no pasan coches. Esta circunstancia permite disfrutar de los sonidos del bosque que atravesamos.

Después de desayunar nos trasladamos a uno de los lugares más icónicos de la zona: las Cuevas del Águila, denominadas así porque se hallaron -por parte de dos niños- en el cerro del mismo nombre. La visita cuesta diez euros por persona y discurre a lo largo de un kilómetro por un trazado tan delimitado como espectacular entre estalagmitas y estalactitas multiformes, a unos 40 metros bajo tierra. Media hora larga con un vigilante que ejerce de guía al inicio de la visita.

Desde allí nos dirigimos en dirección contraria. Si antes íbamos hacia Talavera con desvío a Plasencia, en esta ocasión orientamos nuestro coche rumbo a Ávila para atravesar los pueblos que llevan como apellido Del Valle. Son cinco, aunque nos centraremos en dos.

Empezamos en Mombeltrán, con su imponente castillo que atrapa la mirada. Cumple todos los cánones excepto el foso, que no tiene. El problema consiste en que únicamente abre los fines de semana para visitas guiadas y entre semana solamente para concertadas de más de diez personas. Total, que no podemos entrar. Ese será nuestro destino en Mombeltrán, que se presenta como pueblo mágico.

Nos ocurre lo mismo con el antiguo hospital del siglo XVII, cerrado, o con la elevada iglesia parroquial, que aunque indica en el exterior de la oficina de turismo (cerrada igualmente excepto fines de semana) que abre todos los días de 13 a 14 horas, nos la encontramos con las puertas herméticas pese a que acudimos en ese horario. Nos tenemos que conformar, que no es poco, con pasear por la enorme plaza de la Corredera y contemplar los blasones de sus casonas señoriales.

El siguiente hito en el camino lo constituye Cuevas del Valle, que da para transitar por la calle principal, que es de los pocos lugares que no puede cerrar el lunes. Para eso y para entrar en un bar denominado El Hospital, que anuncia ´cervezoterapia´.

Contiene más letreros socarrones en su interior, aunque lo que nos aporta principalmente es la recomendación de su propietario de comer en El Parador del Arriero, justo en la cima del Puerto, a algo mas de 1.300 metros que permiten otear la Sierra de Gredos.

Allí disfrutamos del celebérrimo chuletón de Ávila con una preciosa panorámica y a un precio de 24 euros, bastante más accesible que los 32 que piden en la carta de los restaurantes que habíamos mirado con anterioridad.

Retorno a Arenas de San Pedro, la capital del Valle del Tiétar, como se presenta en un cartel de estilo medieval con simulación de oxidado situado junto a su castillo urbano. Últimas compras entre las que no falta el chuletón o alguno de los dulces típicos. Ni las subidas y bajadas por la avenida de la Triste Condesa que se eleva como el epicentro comercial bien surtido del municipio.

Tampoco desaprovecho la oportunidad de sentarme un rato junto a uno de los puentes sobre el río Arenal para observar el rápido trasiego del agua y, sobre todo, disfrutar de la armonía del entorno.

 Puedes leer también el artículo en www.soloqueremosviajar.com pinchando este enlace

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