El epicentro de este viaje se sitúa en Arenas de San Pedro, una localidad de algo más de 6.000 habitantes ubicada en el Valle del Tiétar, en el sur de la provincia de Ávila, que debe su apellido a San Pedro de Alcántara, el santo enterrado bajo su suelo (más en concreto, en el santuario cuya construcción inició en el siglo XVI).
El imponente castillo diseñado como residencia del conde
Dávalos en los inicios del siglo XV y que acogió el matrimonio de Álvaro de
Luna y Juana de Pimentel, hasta que falleció el primero y la segunda pasó a la
posteridad con el sobrenombre de la Triste Condesa, que también recibe en la
actualidad la calle principal del casco urbano.
Las visitas al castillo son guiadas, previa compra de entrada (tres euros) en la oficina de turismo. Duran unos 30 minutos y lo más destacado supone recorrer la enorme (en anchura) torre homenaje, que sobresale de las almenas del castillo, también transitables.
La iglesia parroquial, el barrio mudéjar o el puente
medieval, al que denominan romano por su diseño, constituyen otros de los
encantos de Arenas, además de las incontables terrazas en las que tomar algo,
principalmente en la citada calle de la Triste Condesa, que atraviesa la
población, o detrás del castillo.
Desde Arenas nos desplazamos a Guisando, a cinco kilómetros adentrándonos en la sierra de Gredos. Aunque lo pensáramos, no están allí ubicados los famosos Toros de Guisando. En su lugar descubrimos la Fuente Isabel. Vemos a familias llenando decenas de botellas. Nos acercamos y nos aseguran que cuando la probemos volveremos a por más. Desde luego, fresca está.
Paseamos por el casco urbano de Guisando tras aparcar junto
a la colonia felina. Después de subir y bajar por calles empinadas decidimos
tomar aperitivo en una de las terrazas ubicadas en la plaza del Ayuntamiento,
en la parte alta y con vistas. Desde allí volvemos en dirección a la Fuente
Isabel para superarla e ir a comer a un restaurante denominado El Tropezón y
probar el clásico cochifrito de la zona, chuletas especialmente fritas. Lo mejor
son las vistas.
A las cinco de la tarde ofrecen visita guiada por el
Santuario de Arenas de San Pedro, a unos tres kilómetros del casco urbano. El
hermano Vicente (uno -el más joven- de los cinco que habitan en este recinto)
hace de cicerone. Explica el interior de la ermita, de la ermita real, del
museo que guarda los recuerdos de San Pedro de Alcántara y el que conserva
decenas de casullas, cálices y otros muchos objetos habituales de los ritos
católicos.
Vicente se explaya a conciencia en un recorrido que se
alarga hora y media y al final del cual cada visitante decide si quiere hacer o
no donativo, aunque en la entrada marca que sea de dos euros.
Desde allí nos desplazamos, antes de que anochezca, a
Candeleda, una bonita localidad ubicada hacia el sur del Valle del Tiétar que
destaca por sus calles de judería con frondosas macetas que alegran el tránsito
y de cuyo mantenimiento se ocupan tanto el Ayuntamiento como los habitantes de
la zona. El casco urbano da para un simpático paseo.
Como se nos hace de noche no nos da tiempo a parar en
Poyales del Hoyo para contemplar la localidad en su esplendor, de manera que
volvemos a nuestra hospedería que se denomina el Retiro, posiblemente por
hallarse alejada de cualquier trasiego urbano.
Segundo día completo por el Valle del Tiétar que iniciamos,
precisamente, con un paseo desde nuestro alojamiento hasta el santuario de San
Pedro de Alcántara, en paralelo al río Arenal y por un camino asfaltado por el
que prácticamente no pasan coches. Esta circunstancia permite disfrutar de los
sonidos del bosque que atravesamos.
Después de desayunar nos trasladamos a uno de los lugares
más icónicos de la zona: las Cuevas del Águila, denominadas así porque se
hallaron -por parte de dos niños- en el cerro del mismo nombre. La visita
cuesta diez euros por persona y discurre a lo largo de un kilómetro por un
trazado tan delimitado como espectacular entre estalagmitas y estalactitas
multiformes, a unos 40 metros bajo tierra. Media hora larga con un vigilante
que ejerce de guía al inicio de la visita.
Desde allí nos dirigimos en dirección contraria. Si antes íbamos hacia Talavera con desvío a Plasencia, en esta ocasión orientamos nuestro coche rumbo a Ávila para atravesar los pueblos que llevan como apellido Del Valle. Son cinco, aunque nos centraremos en dos.
Empezamos en Mombeltrán, con su imponente castillo que
atrapa la mirada. Cumple todos los cánones excepto el foso, que no tiene. El
problema consiste en que únicamente abre los fines de semana para visitas
guiadas y entre semana solamente para concertadas de más de diez personas.
Total, que no podemos entrar. Ese será nuestro destino en Mombeltrán, que se
presenta como pueblo mágico.
Nos ocurre lo mismo con el antiguo hospital del siglo XVII, cerrado, o con la elevada iglesia parroquial, que aunque indica en el exterior de la oficina de turismo (cerrada igualmente excepto fines de semana) que abre todos los días de 13 a 14 horas, nos la encontramos con las puertas herméticas pese a que acudimos en ese horario. Nos tenemos que conformar, que no es poco, con pasear por la enorme plaza de la Corredera y contemplar los blasones de sus casonas señoriales.
El siguiente hito en el camino lo constituye Cuevas del Valle, que da para transitar por la calle principal, que es de los pocos lugares que no puede cerrar el lunes. Para eso y para entrar en un bar denominado El Hospital, que anuncia ´cervezoterapia´.
Contiene más letreros socarrones en su interior, aunque lo
que nos aporta principalmente es la recomendación de su propietario de comer en
El Parador del Arriero, justo en la cima del Puerto, a algo mas de 1.300 metros
que permiten otear la Sierra de Gredos.
Allí disfrutamos del celebérrimo chuletón de Ávila con una
preciosa panorámica y a un precio de 24 euros, bastante más accesible que los
32 que piden en la carta de los restaurantes que habíamos mirado con
anterioridad.
Retorno a Arenas de San Pedro, la capital del Valle del
Tiétar, como se presenta en un cartel de estilo medieval con simulación de
oxidado situado junto a su castillo urbano. Últimas compras entre las que no
falta el chuletón o alguno de los dulces típicos. Ni las subidas y bajadas por
la avenida de la Triste Condesa que se eleva como el epicentro comercial bien
surtido del municipio.
Tampoco desaprovecho la oportunidad de sentarme un rato
junto a uno de los puentes sobre el río Arenal para observar el rápido trasiego
del agua y, sobre todo, disfrutar de la armonía del entorno.
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