Tercer e intenso día de recorridos. En La Palma la dificultad no radica en las distancias entre municipios, que no son extensas, sino en lo que tardas en recorrerlas debido a las carreteras serpenteantes y estrechas, casi siempre de un carril. En atravesar algo más de 40 kilómetros tardaremos una hora.
Para empezar siempre hemos de ascender desde nuestra playa de Teneguía-La Zamora hasta el pueblo de los Canarios, donde, por cierto, se halla ubicado el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Vino de La Palma, con la variedad malvasía como una de sus grandes especialidades. Esto ya supone entre 10 y 15 minutos.
Nuestro primer objetivo lo constituye el mercado dominical de Puntagorda, con alrededor de una veintena de puestos que van de la bisutería a la repostería y al zumo de caña de azúcar, en una llamativa nave verde a la entrada del casco urbano.
Desde allí nos desplazamos al Charco Azul, en el municipio de San Andrés y Sauces. Se basa en una piscina natural de azul turquesa junto al mar, con un muro de dique y con escaleras de acceso al agua, bastante concurrido en esta época del año. Supone el principal atractivo del espigado casco urbano de la población. Se entra por una extremo y, debido a que la calzada es de única dirección, se sale por el contrario, varios kilómetros más hacia el norte en este tramo del nordeste de la isla.
Seguimos nuestro itinerario, ya unos miles de metros hacia el sur, para visitar Cubo de Galga. Se trata de un frondoso bosque de laurisilva. En esta isla de plataneros y viñedos llama la atención esa exuberancia oculta. Se disfruta aparcando en la entrada de la carretera, junto al punto de información, y recorriendo un sendero de unos dos kilómetros en el que, con señales numeradas y un folleto informativo, vas comprendiendo el idílico entorno de flora autóctona por el que transitas.
El siguiente hito lo constituye la propia capital, Santa Cruz de la Palma. Nos la habían descrito como de paseo rápido, aunque cuando empezamos a caminarla comprendemos rápidamente que posee más encantos de los que pensábamos.
Para empezar recorremos su Avenida Marítima, con sus
terrazas en una acera y el paseo frente al mar en la contraria. En el primer
piso de numerosos inmuebles, pueden contemplarse sus célebres, típicos y
coloridos balcones, los que le prestan su imagen más conocida.
Giramos frente al castillo de Santa Catalina y nos sorprende
el enorme barco de la Virgen María, colocado como si fuera una escultura más,
en medio del casco urbano. Encallado en pleno asfalto, impone.
Retornamos por las calles peatonales, con sus casas de blanco casi impoluto, animadas, arregladas, en paralelo al mar. Y así, tras comer en un pequeño bar pollo empanado con curry y canela, proseguimos nuestro regreso.
Teníamos pensado ya volver a Teneguía cuando pasamos cerca
del parador y decidimos hacer una visita. Dos días antes nos ha precedido en
este destino el propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en un recorrido
rápido por la isla. Menos monumental que otros paradores, ofrece el sosiego y
la panorámica que caracteriza a tantos locales de La Palma. Elevados frente a
plataneros, valoramos la singularidad de esta isla canaria.
Nuevo día en La Palma. Aunque amanece nublado, pronto se va
despejando y retoma la normalidad de bonanza del clima canario. Para afrontar
el día nos trasladamos a El Faro de Fuencaliente, uno de los cuatro que tiene
la isla en los respectivos puntos cardinales.
Coincide -algo que suele ocurrir en los viajes- que
precisamente hoy se encuentra cerrado el centro de interpretación, por lo que
nos debemos de conformar con contemplar tanto el antiguo como el nuevo faro,
que se sitúan en paralelo cual dos titanes, desde fuera.
No obstante, más allá de la construcción farera lo
interesante del lugar lo constituye el negocio salinero familiar ubicado junto
a los aludidos faros.
No se trata de las típicas salinas dejadas al paseo libre o a la observación errante de legos en la materia, sino que los propietarios han habilitado una ruta que las circunvala con paneles explicativos en los que detallan el color rojizo de las balsas de sal, el cultivo de la flor de sal, la forma manual de trabajar acumulando el producto salino al final del verano y un largo etcétera de pequeños detalles que culminan con la adquisición de un bote de sal en la elegante tienda del negocio familiar, a precios bastante asequibles comparados con otros establecimientos de estas características.
Desde allí nos desplazamos apenas unos kilómetros -siempre
por el espacio sur de esta isla con forma de África continental- hasta la playa
de Echentive, conocida por sus charcas verdosas cual piscinas entre la arena.
No se hallan demasiado llenas porque la marea está baja, pero dan para una
bonita panorámica desde la carretera, antes de bajar a darse un chapuzón por
una empinada escalera, algo habitual en la mayoría de playas que vemos.
Y desde allí, de regreso al hotel, descubrimos el kiosco (o chiringuito) La Guildera, junto a la carretera de plataneros, con una panorámica preciosa de la bahía desde su terraza y con pescado fresco. Saboreamos, por ejemplo, la denominada Morena, que se asemeja a torreznos de pescado, o postres espectaculares con dulce de leche. Buen epílogo gastronómico para una tranquila jornada.
Por cierto, nos llama la atención el barato -comparado con
la península- precio de la gasolina, que, entre lo que marcan los rótulos y el
descuento posterior por subvención, sale a poco más de un euro el litro.
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