Tercer día. Esta vez no hay lluvia, aunque el frío se mantiene como fiel compañero. Me bajo la aplicación de Bolt para reservar un coche con conductor que me traslade al aeropuerto al día siguiente. Y, sin más, me desplazo hasta el punto de inicio del recorrido contratado con Civitatis- que en Varsovia subcontrata a Walkative- por el gueto judío, el más grande de los ideados de manera macabra por los nazis durante la II Guerra Mundial.
El recorrido, sin ver mucho porque la mayoría de edificios fueron demolidos en el epílogo del conflicto bélico, permite sentir a flor de piel el sufrimiento de lo ocurrido. Para ello hace falta un buen narrador como el polaco de nombre francés y perfecto acento español Stephane. Intentamos comprender la situación de casi medio millón de personas hacinadas en poco más de tres kilómetros cuadrados y tratando de sobrevivir con una alimentación calórica que en el peor de los casos llegaba a una décima parte de la que necesita un adulto en un día.
Relato de padecimiento extremo, de exterminio que cada mes alcanzaba cotas mayores, sobre todo cuando empezaron las deportaciones rumbo a esa denominación que dice tan poco de la tétrica realidad: la solución definitiva.
En cada parada de la visita el relato del drama resulta más cruento y devastador. Hasta el final, cuando llegamos al monumento a los judíos del gueto y al museo. Allí, además de emocionados, nos encontramos ateridos de frío y hambrientos. Por ese motivo buscamos un bar de leche y repetimos en el lugar la sopa de tomate característica de Polonia y que tan bien sienta en estos gélidos días y el filete empanado con puré de patatas y col.
Nos lanzamos de nuevo a la calle para adentrarnos en largos
paseos. Primero visitamos el Palacio Krasinkich, del que nos sorprende la
exposición de espectáculo de luces en su interior. Desde allí caminos hasta el
museo Katyn que, en una fortaleza, guarda todo tipo de recuerdos de polacos
masacrados por rusos en la batalla de ese mismo nombre.
Retornamos al centro que, hoy sí, tiene ambiente navideño total, con los hasta tres mercados en las inmediaciones de la figura de Segismundo -el eje de la ciudad vieja de Varsovia en plena ebullición, con el vino caliente como uno de sus productos estrella. Busco regalos. Me inclino por el ámbar de producción polaca. Y luego nos sentamos a tomar un chocolate.
Último paseo por el casco urbano, la fortaleza y su barbacana y retorno a la avenida Juan Pablo II a apurar las postreras horas antes de madrugar al día siguiente para retornar a Valencia vía Palma de Mallorca. Me voy con la agradable sorpresa de comprobar y disfrutar de la capacidad de resiliencia de los habitantes de Varsovia, de cómo han sabido sobreponerse a tanta desgracia y, con suma dignidad y una laboriosidad enorme, reconstruir lo que les destruían.
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