Este viaje tiene como principal objetivo Puy du Fou (en una próxima crónica lo contaremos); no obstante, lo tratamos de aderezar con el máximo de localidades toledanas posibles. Empezamos con Mota del Cuervo. El nombre, de nuevo -ya me pasó años atrás- me hace pensar en el castillo de la Mota, bastante alejado geográficamente, hasta que topo con la cruda realidad.
Además de la silueta de un cuervo en un monolito de la
rotonda que orienta hacia la colina, lo que destacan son los ocho molinos
tradicionales que se elevan en una colina cercana a esta población y hasta
donde subimos. Ganan desde lejos.
Desde allí nos desplazamos a El Toboso, un lugar quijotesco por antonomasia que de no haberle dado tanto fuste Miguel de Cervantes con las aventuras de El Quijote no destacaría más que por su imponente iglesia parroquial. Ahora también lo hace por la casa museo de Dulcinea, la amada del ingenioso hidalgo, que ejerce más de espacio etnográfico, y por el museo cervantino que recopila un elevado número de ejemplares de la obra cumbre de Cervantes en una larga retahíla de lenguas.
Segundo día, que será más de plazas monumentales. Primero, la de Tembleque, que igualmente ejercía de coso taurino y de ahí la especie de graderío que la rodea. La oficina de turismo recrea una vivienda alejada en centurias de la actualidad. La Casa de las Torres, con sus torreones, su imponente fachada y la necesidad de rehabilitación, resalta igualmente en el municipio.
De allí a Ocaña. Un amigo que trabajó en la localidad me recomendó que la saltara y fuera directamente a Aranjuez. No obstante, ya la conozco y hemos preferido volver, aunque sea para recorrer parte de la ruta de la tapa y para, de nuevo, sentarnos en dos terracitas de su identificativa plaza -la segunda y última monumental de la jornada-, en la que el sol parece que desaparece a marchas forzadas a primera hora de la tarde y provoca que el frío cale hasta acelerar la marcha.
La casa de Cisneros, el palio y los escasos vestigios de los barrios judíos y musulmán completan el recorrido por Ocaña. Hasta el siguiente objetivo, que consiste en Corral d´Almaguer, más por nostalgia de la estancia, años atrás, en la recomendable Casa Mendoza, que por otros lugares con encanto que recorrer. No nos bajamos del coche y desde esta población nos desplazamos a Villafranca de los Caballeros por sugerencia de un local de Villacañas, donde tenemos nuestra base.
El casco urbano no transmite tanto como su complejo de
lagunas y humedales, así que nos inclinamos por aparcar el vehículo y pasear
por la periferia de la denominada de la Sal y tratar de atisbar su singular
fauna. Atardece y de la puesta de sol al anochecer el tiempo pasa muy rápido.
Ya sin luz diurna recorremos posteriormente nuestra localidad de acogida,
Villacañas, de amplia extensión para reunir a alrededor de 14000 habitantes en
un entorno industrial y vitivinícola.
La Virgen de la Inmaculada goza de amplio predicamento en
este municipio conocido por sus silos o que llama la atención por contar con
dos mercados municipales, aunque el número 2 -se rotula con esa cifra- sea minimalista.
El sobrio y a la vez imponente templo parroquial se encuentra lleno esta
jornada para acoger a numerosos nativos que han emigrado y retornan para
celebrar la festividad del 8 de diciembre. Son días fríos, de un turismo más de
lugares de recogimiento.
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