La primera parada la hacemos en el casco urbano de Pollença, que da para un paseo por la zona antigua coronada por la iglesia de la Virgen de los Ángeles, con su enorme rosetón y, sobre todo, las llamativas pinturas en su parte superior. Sorprende. El golpe en la rodilla no permite la subida al calvario y sí que induce a buscar una farmacia de guardia donde comprar una crema calmante.
Lo segundo no resulta sencillo. Al ser un día festivo, solamente está de guardia la de Cala San Vicenç, a unos seis kilómetros del núcleo tradicional. Hasta allí nos desplazamos para encontrarnos con que la farmacéutica nos dice que no tiene ninguna de las marcas habituales y sí que nos ofrece como única alternativa otra con cannabis como ingrediente destacado e incluido en su propia denominación, a precio estratosférico. Aprovecha el monopolio farmacéutico en este día.
La cala, pequeña, tiene su encanto e invita a un corto paseo
y a un oteo del mar. Más largo lo hacemos ya en el puerto de Pollença, aunque
las nubes que tapan constantemente los rayos de sol y el viento gélido no
inducen a disfrutar de terrazas. Es la Mallorca invernal. Y el atractivo de
mayor renombre de la isla lo conforman, precisamente, su costa y playas.
Caminamos lo que podemos y comemos en uno de sus locales unas pizzas anodinas.
Desde allí nos desplazamos hasta Alcúdia, previo paso por el parque natural de l´Albufereta, con la carretera a ras prácticamente de Mediterráneo. El casco viejo de esta localidad de algo más de 20.000 habitantes destaca por sus murallas medievales reconstruidas que envuelven un entorno de calles acicaladas con bien escogidas y ubicadas plantas y macetas.
En este caso da para algo más que un paseo. Incluso para una partida de ajedrez a la que nos reta un lugareño desde el interior de su casa a pie de calle, ya con el tablero preparado ante él. Para completar la oferta, propone realizar un dibujo y una poesía. Disponemos de tiempo para lo primero. La ciudad rezuma tranquilidad sin el habitual tránsito de visitantes propio de otras épocas del año más concurridas. Precisamente por ese motivo muchos locales se encuentran cerrados, sobre todo bares y restaurantes. Descanso por temporada baja.
Los días son cortos y nuestro alojamiento se halla en el corazón de la sierra Tramuntana, por lo que requiere de recorrido atiborrado de curvas y marcado por la velocidad reducida. Mejor retornar antes de que anochezca. Y si da tiempo para un paseo diurno por el entorno del santuario, como es el caso, mejor para embriagarse del ambiente relajado del lugar.
Fornalutx y Sóller
Así amanece una nueva jornada; en este caso, soleada.
Desayuno en la hospedería del santuario con el servicio habitual de amables
camareros marroquíes. Paseo antes de salir circunvalando el santuario y nos
orientamos en dirección hacia el sur por la carretera principal, la Ma10, más
pegada a la costa.
Nuestra primera parada es Fornalutx, un municipio de escasos
700 habitantes que hace algo más de 50 años era un descubrimiento para los
primeros extranjeros que decidieron instalarse en él y ahora casi podría resumirse,
en un sentido más prosaico, como una hilera de alojamientos turísticos, los ETV
de las Islas Baleares. Como en cada localidad, por pequeña que sea, emerge una
agencia inmobiliaria en pleno centro ofertando viviendas a precios que no bajan
del medio millón de euros.
Este pueblo forma parte del grupo que se suele calificar
como pintoresco y del club de los más bonitos de España. Se estira sobre la
montaña, en calles a diversas alturas, dentro de la Tramuntana. La plaza de
España ejerce de cogollo, con su iglesia, su supermercado y su cafetería más
concurrida.
Tiene aparcamiento al principio y al final del reducido
casco urbano, porque en medio resulta imposible estacionar. Las calles, al
igual que las del casco urbano de Alcúdia, están sumamente cuidadas, con sus
macetas instaladas con tino para impulsar el encanto del lugar.
Desde allí nos desplazamos a Sóller, la principal ciudad de
esta parte de Mallorca. Sus casas de estilo modernista, empezando por la
fachada de la iglesia y siguiendo por la de su principal sucursal bancaria,
configuran una de las rutas más atractivas del lugar.
En cualquier caso, su máximo gancho turístico reside en el
tren de vagones de madera que conserva su aspecto original de 1912, que
atraviesa el municipio y que tiene su inicio detrás del propio ayuntamiento,
junto a su oficina de información turística (por cierto, cerrada hasta el 11 de
febrero).
Damos un paseo por la calle de Sa Lluna, su arteria
comercial más relevante, saliendo y retornando a la amplia plaza de la
Constitución, donde terminamos el recorrido en una heladería.
Nos desplazamos al puerto de Sóller. La carretera tiene una
bifurcación que genera una curiosa confusión. A izquierda y derecha indica
puerto. Además, la segunda de las señales también guía hacia la playa. La
tomamos hasta que, de pronto, se corta la carretera y solo permite continuar
por ella a nativos. Al resto nos desvía hacia un aparcamiento.
Retornamos a Sóller y esta vez nos orientamos hacia el
puerto pero por el lateral izquierdo. Acertamos. Nos plantamos ante su malecón
con su infinidad de embarcaciones amarradas. Paseamos por él hasta que
decidimos sentarnos en una terraza. Hace un día soleado pese al frío y queremos
aprovecharlo. El camarero del restaurante Ca Joan nos invita a ello.
Espera en Sóller
No obstante, la comida se hace esperar. Le comento al
camarero que nos aposentó que hace ya 50 minutos que pedimos nuestros platos.
Me responde que imposible y que lo va a comprobar. Vuelve con un papel que
demuestra que ´solo´ han pasado 40 minutos. Habremos de aguardar diez más hasta
redondear esos 50 que sí que se cumplirán cuando definitivamente lleguen
nuestros platos. Para resarcirnos no nos cobra una botella de agua y unas
aceitunas que nos sirvió. Bueno, estamos de vacaciones.
Dudamos sobre si ir a Deià. El problema de la zona montañosa
por la que nos movemos consiste en que las distancias parece que sean cortas
pero se hacen eternas. Avanzamos a kilómetro por minuto, más o menos. Ir a Deià
implica después desandar toda la ruta y afrontar de noche la última media hora
hasta el santuario, que ya sabemos por experiencia propia que está repleta de
curvas.
Dejamos Deià para otro día y retornamos a la base con el
tiempo justo para dar un paseo antes de que anochezca y tomar un chocolate
caliente de los que anuncia con entusiasmo el restaurante de la hospedería.
Después de una visita a la basílica, nos preparamos para la cena.
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