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jueves, 16 de enero de 2025

Mallorca invernal (y III): Binissalem, Deià...


 Nuevo día, último completo en la Tramuntana. Vamos a tratar de aprovecharlo. Para empezar, después de pasear por el entorno del santuario y desayunar, nos dirigimos a Binissalem. Como cada viernes, hay mercado semanal ambulante de alimentación, plantas y ropa. Se ubica en la plaza local de la Iglesia, en el amplio entorno del templo parroquial.

Tras darle unas cuantas vueltas mentales, me compro una sobrasada. Las vueltas se deben a que ya me hice con una en Palma, por lo que no tenía claro si adquirir una segunda. Al final me decido por el sí. Soy bastante aficionado desde niño a este producto y qué mejor que aprovisionarme en Mallorca. Lo hago al final en una tienda minorista y previo paso por una bodega, ya que el vino de esta zona tiene especial fama dentro de la isla.

Desde Binissalem nos desplazamos hacia Alaró con la intención de contemplar su castillo, el principal de los ubicados en esta porción de la isla. El problema radica en que desde el casco urbano hasta la fortificación el recorrido en coche se extiende alrededor de media hora. Demasiado para dedicárselo en días tan cortos y a sabiendas de que de ese castillo quedan los restos.

No se comparable, por ejemplo, al imponente de Capdepera que ya contamos en otro viaje. Lo observamos, eso día, desde la lontananza, hundidos en el valle y contemplándolo majestuoso erguido sobre la cima de una montaña.

Seguimos con el itinerario, que hoy lo haremos circular para alcanzar Deià previo paso por Valldemossa. En esta última localidad comemos su clásica coca de patata, que, aunque suene a alimento salado, es dulce. En la población, como en otras tantas mallorquinas, hay más turistas extranjeros que habitantes autóctonos. Los visitantes españoles tampoco somos muchos.

Recorremos la arteria principal hasta la iglesia de San Bartolomé, que destaca bastante más por su fachada que por su interior, reformado, y ascendemos hasta la Cartuja, su edificio emblemático construido por Jaume II. No podemos entrar, aunque unos carteles bien visibles indican que vivió en ella Chopin. Del compositor polaco escribimos hace escasas semanas en la crónica de Varsovia, por cierto.

Valldemossa está repleta de tiendas de ropa con encanto y de prometedoras terrazas de cafeterías. La temperatura invernal no acompaña para disfrutar de las segundas, así que seguimos callejeando por esta localidad con personalidad y con casonas de color ocre, como Fornalutx o como las que después contemplaremos en Deià.

Nos desplazamos hasta ese último hito del camino, con sus viviendas alineadas en ramales sobre la montaña. Además de pasear y disfrutar del lugar, sus dos lugares más llamativos son la casa museo del novelista Robert Graves -ubicada al salir de Deià en dirección a Sóller- que, como ya nos ocurrió en el pasado, encontramos cerrada, y su cementerio que se eleva, cual castillo, sobre su cima, junto a la iglesia.

Nos cuesta encontrar espacio donde aparcar y coronar el camposanto, aunque la ventaja de hallarnos en temporada baja consiste precisamente en eso, en que hay huecos para dejar el vehículo y en que nada está lleno. Todo se puede visitar sin masificación en la Tramuntana, de la que forman parte tanto Valldemossa como Fornalutx.

Y, desde luego, el santuario del Lluc, del que nos separan poco más de 50 kilómetros que tardamos una hora y cuarto en recorrer en nuestro coche hasta alcanzarlo y llegar justo con el margen de dar un paseo diurno vespertino. El último de este viaje.

 Puedes leer la crónica completa también en la web de viajes www.soloqueremosviajar.com pinchando este enlace

 

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