“Lo siento. No me queda ese tipo de pilas pero justo al otro lado de la calle encontrarás una tienda de electricidad donde seguro tendrán”. El dependiente no me dijo que volviera mañana. Vio que me urgía y me proporcionó una alternativa rápida a su falta de provisión.
Una situación similar ocurrió dos días después en un restaurante de carretera. Carecía de mesas libres pero el propietario no dudó, sin preguntarle, en recomendarme dos establecimientos de su ramo en los que afirmó que me darían bien de comer. Acertó.
En ambos casos demostraron que poseen la mejor cualidad que ha de tener un vendedor: ponerse en el lugar del cliente. No buscaron colocarme productos secundarios. Al contrario, me ofrecieron una solución honesta aunque implicara recomendarme a un competidor. Así se ganaron más incluso mi confianza de comprador.
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