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viernes, 9 de septiembre de 2011

El turista corredor


La afición por correr, la predisposición a practicar deporte, trasciende las estaciones del año y los lugares visitados. El corredor popular empedernido (ya no hablo del profesional, que por supuesto que lo hace) suele llevar a sus viajes su pantalón de atletismo, su camiseta de elastano, sus calcetines a la altura del tobillo y las zapatillas específicas de su marca de confianza. Ocupan poco en la maleta y resultan de enorme utilidad. Ya sea por trabajo o por ocio, cuando se desplaza aprovecha ratos sueltos para dar una carrera.
¿A que apetece lanzarse a correr por esta pradera? O, por lo menos, a pasear
Recorrer a una velocidad de cinco minutos el kilómetro un municipio o un paraje natural desconocido constituye una forma idónea de explorarlos. Una carrera  de una hora permite atravesar 12 kilómetros de montaña, huertos, montículos, bosques, calles, rutas turísticas, sendas forestales y un largo etcétera. Llevarla a cabo a primera hora de la mañana, antes de explorar la ciudad o la comarca a visitar, posibilita descubrir lugares interesantes en los que incidir más tarde, descartar otros y, sobre todo, investigar el terreno que se va a pisar.
También ofrece la oportunidad de disfrutar del amanecer en los espacios más dispares o en ciudades de las que vas a marcharte en unas horas y que posiblemente no podrías ni observar por encima si no fuera con una carrera rápida y matutina. Recuerdo al respecto un viaje de trabajo a la fábrica de Bayer, en las proximidades de la urbe alemana de Leverkusen. Los organizadores contemplaban una estancia centrada exclusivamente en el entorno industrial. Una escapada rápida en una apretada agenda me permitió llegar al epicentro urbano de Leverkusen. No contenía detalles especiales, pero por lo menos lo vi.
También guardo en mi mente con añoranza el alba en las colinas de la localidad neozelandesa de Martinborough, atravesando una carretera comarcal desierta rodeada de cientos de ovejas pastando. O la horadada Capadocia, en el centro de Turquía, con decenas de enormes globos sobrevolando la región para que sus pasajeros disfrutaran del amanecer mientras yo ascendía paso a paso algunos de sus montículos. O el concurrido Mall de Washington, en USA, con decenas de corredores populares desplazándose desde la estatua en homenaje a Lincoln hasta el Capitolio. En fin, preciosos instantes que la vida y la práctica deportiva me han proporcionado.

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