En este último acto intervino, en una interesante mesa, su director general, José María Cervera. Sus palabras, sus argumentos sobre el porqué de haber llegado a tan ilustre aniversario, no aludieron a la capacidad de los directivos para tomar las decisiones adecuadas, ni utilizó los clásicos circunloquios referidos a la habilidad para adaptarse a los tiempos. Todo ello se presuponía debajo de su axioma principal: la implicación y valor de sus empleados.
Hablaba con orgullo de la plantilla, de personas que llevaban décadas en nómina, de cómo para grabar el vídeo conmemorativo de tal efeméride, en un día no laborable, se ofrecieron 500 empleados del total de 3.500. De la capacidad para conocer las demandas de sus clientes, de escucharles y de atenderles. Su discurso giró sobre ese eje, alrededor del reconocimiento a una plantilla.
Participantes en la mesa redonda que protagonizó la jornada |
Ojalá ese ejemplo cunda. Primero, porque más empresas alcanzarían esas cuatro décadas. Y segundo, por la admisión que implica de la certera labor de los empleados. De ese día a día. De ese calificativo aséptico de valor humano que constituye, desde luego, la piedra angular de cualquier empresa o sociedad y que no siempre es reconocida como tal. Esa ha sido la clave del éxito de Makro.
Columna publicada en diariocriticocv.com
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